1
100
2
-
http://revistasdeartelatinoamericano.org/files/original/f7f795ae7327f4f9edf0e51b2151baf0.jpg
145bcd864fa0963a2d3bea86ba7b13af
http://revistasdeartelatinoamericano.org/files/original/f5de9d25c6c94889f0562b973e5bdb61.pdf
3faf6b00648d0f27a8b5655d2f87e7fd
PDF Text
Text
REVBTADEflmKA
�D. MARTI. La única casa mejor surtida en
su Ramo, en donde encontrará Ud. TODO,
TODO, TODO, a los precios más bajos, en
B a i k > t,
FootBall,
V olley
Ball,
Golf, Tennis,
Frontennis,
Natación
9
Sin faltar la famosa Raqueta SWAN. La mejor
pelota para Frontennis es la Cancha y la JAI ALAI
Sólo con
V. Carranza, 37.
D . Martí
Envíos C. O. D.
México, D . F .
Editorial “Documentos”
I
|
“ *------
SUSCRIBASE USTED A LOS
Cuadernos de Literatura Proletaria
y Cuadernos de la Economía Mundial
SUSCRIPCIONES:
En el extranjero (moneda chilena) . . . .
Oficinas y Librería, Tealinos 172
Apartado- Postal 3585
Santiago, Chile.
$ 36.00
�0N ESPIGAS
4------ ..~Alres ~ Argentina
C R I S O L
REVISTA
MENSUAL
Registrada com o artículo de segunda clase en M éxico, el 7 de enero de 1929
lo. DE JULIO DE 1934
S
u
M
A
R
I
O
AÑO Ul
-
NUMERO 67
PORTADA de Clemente Islas Allende.
OBREGON Y EL PELIGRO.—Por Jesús S. Soto.
%
*
BAJO EL SIGNO BURGUES.—Por Rosendo Salazar.
BOTURINI Y EISEN ST EIN .—Por A gustín Aragón Leiva.
POETICA DE HOY.—Por Daniel Castañeda.
LA PROBABILIDAD DE QUE HAYA OTROS MUNDOS H A B I
TADOS.—Por Pedro Zuluaga.
JU A N DE DIOS BOJORQUEZ.—Por Diego de Pereda.
PLANEACION.—Por Enrique E. Schulz.
EL INSTINTO RECLAMA SU PUESTO.—Por Jorge Juan Cres
po de la Serna.
¡FUERA CON Y O ...! —Por Francisco Rojas González.
SANGRE PROLETARIA.—Por José Diego Grullón.
“M ARTI EN M EXICO”.—Por Regino E. Boti.
BIBLIOGRAFIA.
TOMO XII
�«
P O R EL B L O Q U E D E O B R E R O S
I N T E L E C T U A L E S DE M E X I C O
<
O
<
ü
D I R E C T O R :
M I G U E L D. M A R T I N E Z R E N D O N
□
m
J E F E
D E
R E D A C C I O N :
L E O P O L D O
DQ.
R A M O S
A D M I N I S T R A D O R :
A RISTEO M ARTINEZ DE A G U IL A R
I
J E F E
DE
D A V I D
I
C
I
C I R C U L A C I O N :
D U E Ñ A S
O
N U M E R O SU ELTO, EN LA C A P I T A L —— - —
NUMERO ATRASADO
S U S C R I P C I O N P O R U N A Ñ O EN LA R E P U B L IC A ■
EN LOS PA ISES DE A M E R IC A Y ESPA Ñ A (M ONEDA N A CIONA L)
E N L O S D E M A S P A I S E S E X T R A N J E R O S - — — — — ■ ■ — .....................
oficinas
:
AVENIDA
J U A R E Z ,
88
APARTADO POSTAL 1979
T E L E F O N O 2-00-84 E R I C .
$ 0.30
„ 0. 5 0
„ 3. 0 0
3. 0 0
D L S . 2. 0 0
M E X I C O , D. F .
�Una de las características por excelencia heroicas de Obregón, fué
su amor al peligro, con esa alegre confianza que tuvo para domeñarlo
hasta que perdió la vida al golpe impío de Toral. Amaba vivir en me
dio de acechanzas y sentía la luz de su buena estrella iluminándolo, prin
cipalmente en su época gloriosa de brillantes batallas y romanticismos
revolucionarios. Es indudable que en 1914 la existencia de todos los
mexicanos se nutría de tragedia y que cada uno estaba a cualquier hora
en riesgo de morir; pero nadie obraba en medio de tanto escollo con esa
seguridad con que nuestro gran general lo hizo, seguro de que su fértil
genio lo iba a sacar con bien de los laberintos que buscaba, para sortear
los y llegar al fin que su mente se había propuesto. Por eso durante
muchos años pareció ser un elegido de la fortuna, hasta que su propio
destino señaló inexorablemente el hasta aquí.
Entre sus momentos más difíciles se halla el segundo viaje que hizo
a Chihuahua en septiembre de 1914, para tratar de que Villa volviese al
seno de la Revolución triunfante, de la que ya comenzaba a separarse,
por propia ambición o por despecho contra la actitud terca y severa de
Carranza, quien necesitaba hacer sentir el poder de una férrea disciplina,
para poderse organizar como verdadero gobierno del país. Villa que
ría separársele completamente y su actitud era cada vez más agresiva,
y por el lado de Sonora cacfa vez de mayor apoyo a Maytorena, a quien,
con su autoridad de jefe de la Revolución en el norte, trataba de conver
tir en subordinado suyo, a fin de no tener en la región del noroeste ene
migo a su flanco.
El primer viaje a Chihuahua lo había ya hecho Obregón en agosto
y había logrado llevar a Villa a Sonora, en arreglo de sus dificultades
con Maytorena; mas como no quiso transar el gobernador susodicho,
Villa y Obregón se volvieron y el último regresó a la capital, trayendo
un pliego a Carranza del jefe norteño, en el cual se señalaban condi
ciones de las que iba a surgir a su "tiempo la Soberana Convención. Días
después Obregón decidió volver a Chihuahua, contra el parecer de sus
amigos, los cuales le aseguraban que Villa lo mataría.
�Dispuesto a acabar con las dificultades que le estaban provocando
sus compañeros de Sonora, y queriendo intentar un arreglo entre el
Primer Jefe y el jefe del norte, el 13 de septiembre salió rumbo a la ciu
dad de Chihuahua, apenas acompañado por unos cuantos oficiales y pe
queñísima escolta. El 16 por la madrugada entró en la sede villista, en
contrándose con que las tropas del célebre guerrillero estaban en plenos
aprestos bélicos para dirigirse al sur a combatir a Carranza. Su llega
da, como era natural, causó el mayor disgusto a Francisco Villa, y pron
to este sentimiento trajo sus consecuencias. En cambio, el optimismo
y la franqueza de carácter del jefe del noroeste tuvieron buena acogida
entre algunos de lo generales norteños, a quienes resultaba simpático.
Con su habilidad habitual, Obregón lo notaba, a pesar de la desconfian
za con que lo trataban los mismos guerrilleros a quienes inspiraba sim
patía ; pero los cuales ocultaban sus sentimientos, temerosos de ser trai
cionados y de que la traición les costase la vida.
Siendo el 16 de septiembre fiesta que nunca deja de celebrarse, Vi
lla dispuso conmemorar el Grito de Dolores con una buena parada mili
tar, e invitó a su huésped a que la presenciara desde uno de los balcones
del palacio de gobierno. Obregón concurrió acompañado de sus ayudan
tes, retirándose al terminar el desfile, pues sus oficiales preparaban un
baile en honor de sus amigos de la población. El día 17 don Raúl Ma
dero lo invitó a comer a su casa y allá estuvo Obregón con sus ayudantes.
A las cuatro de la tarde, cuando se hallaban charlando el anfitrión y sus
invitados, llegó un chofer de Villa a llamar a Obregón de parte de su
jefe, y entonces, despidiéndose del general Madero, tomó su automóvil
y se dirigió inmediatamente, sin prevención alguna, a la casa donde Vi
lla se hospedaba. Instantes más tarde se hallaba frente a él.
Al verlo, Villa se levantó de su asiento, y desarmándolo intempesti
vamente, gritaba, poseído de ira frenética:
—El general Hill está creyendo que conmigo van a jugar...; es
usted un traidor, a quien voy a pasar por las armas en este momento.
Y dirigiéndose a su secretario, Luis Aguirre Benavides, que se ha
llaba en la pieza contigua, ordenó con violencia:
—Telegrafíe usted al general Hill, en nombre de Obregón, que
salga inmediatamente para Casas Grandes.
Luego, dirigiéndose otra vez a OBregón, le dijo:
—¿Pasamos ese telegrama?...
A lo que el aludido respondió serenamente:
�Dispuesto a acabar con las dificultades que le estaban provocando
sus compañeros de Sonora, y queriendo intentar un arreglo entre el
Primer Jefe y el jefe del norte, el 13 de septiembre salió rumbo a la ciu
dad de Chihuahua, apenas acompañado por unos cuantos oficiales y pe
queñísima escolta. El 16 por la madrugada entró en la sede villista, en
contrándose con que las tropas del célebre guerrillero estaban en plenos
aprestos bélicos para dirigirse al sur a combatir a Carranza. Su llega
da, como era natural, causó el mayor disgusto a Francisco Villa, y pron
to este sentimiento trajo sus consecuencias. En cambio, el optimismo
y la franqueza de carácter del jefe del noroeste tuvieron buena acogida
entre algunos de lo generales norteños, a quienes resultaba simpático.
Con su habilidad habitual, Obregón lo notaba, a pesar de la desconfian
za con que lo trataban los mismos guerrilleros a quienes inspiraba sim
patía; pero los cuales ocultaban sus sentimientos, temerosos de ser trai
cionados y de que la traición les costase la vida.
Siendo el 16 de septiembre fiesta que nunca deja de celebrarse, Vi
lla dispuso conmemorar el Grito de Dolores con una buena parada mili
tar, e invitó a su huésped a que la presenciara desde uno de los balcones
del palacio de gobierno. Obregón concurrió acompañado de sus ayudan
tes, retirándose al terminar el desfile, pues sus oficiales preparaban un
baile en honor de sus amigos de la población. El día 17 don Raúl Ma
dero lo invitó a comer a su casa y allá estuvo Obregón con sus ayudantes.
A las cuatro de la tarde, cuando se hallaban charlando el anfitrión y sus
invitados, llegó un chofer de Villa a llamar a Obregón de parte de su
jefe, y entonces, despidiéndose del general Madero, tomó su automóvil
y se dirigió inmediatamente, sin prevención alguna, a la casa donde Vi
lla se hospedaba. Instantes más tarde se hallaba frente a él.
Al verlo, Villa se levantó de su asiento, y desarmándolo intempesti
vamente, gritaba, poseído de ira frenética:
—El general Hill está creyendo que conmigo van a jugar...; es
usted un traidor, a quien voy a pasar por las armas en este momento.
Y dirigiéndose a su secretario, Luis Aguirre Benavides, que se ha
llaba en la pieza contigua, ordenó con violencia:
—Telegrafíe usted al general Hill, en nombre de Obregón, que
salga inmediatamente para Casas Grandes.
Luego, dirigiéndose otra vez a OBregón, le dijo:
—¿Pasamos ese telegrama?...
A lo que el aludido respondió serenamente:
�Una hora más tarde, Villa dió orden de que se retirase la eseolta c
hizo levantar la guardia que custodiaba la puerta de la pieza donde se
hallaba Obregón. Y a las seis y media de la tarde, entrando a la habi
tación, tomó asiento, invitando a su prisionero a que se sentara a su lado,
y le dijo con voz emocionada:
—Francisco Villa no es un traidor. Francisco Villa no mata a hom
bres indefensos, y menos a ti, compañerito, que eres huésped mío. Yo
te voy a probar que Pancho Villa es hombre, y si Carranza no lo respeta,
sabrá cumplir con los deberes de la patria.
Su emoción crecía, y fué subiendo de grado hasta que el llanto apa
gó sus palabras. Un largo silencio llenó la habitación, y así estuvieron
las cosas hasta que un mozo, entrando de improviso, anunció:
—Ya está la cena.
Entonces Villa, levantándose del asiento, dijo a Obregón:
—Vente a cenar, compañerito, que ya todo pasó.
Después de la cena, Obregón se separó de Villa, y con sus ayudan
tes, a los que ya se había dejado en libertad, se dirigió a bailar al Tea
tro de los Héroes. Y allí estuvo hasta la mañana del siguiente día.
Después Villa decidió mandar dos representantes suyos a la Con
vención que iba a tener lugar en México, puso en libertad a Obregón y
lo hizo salir en compañía de José Isabel Robles y Eugenio Aguirre Benavides el 21 de septiembre por la tarde. Después se arrepintió de ha
ber dejado ir a su prisionero y quiso detenerlo; pero se le fué de las ma
nos. Y es que no habiéndolo asesinado el mismo día 17, había hecho ya
cambiar el rumbo de su propia ventura. Y Obregón quedaba ileso por
completo de las garras más feroces e implacables que haya habido en
México.
N ota.—Como referencias bibliográficas, aunque la parte anecdótica, que es la
principal, se halla en el mismo Obregón, en su libro Ocho Mil K ilóm etros en Cam
paña, pueden darse L aura Méndez de Cuenca, Alvaro Obregón, biografía; F rancis
co T?. Aliñada, Diccionario de H istoria, G eografía y B iografía Chihuahuenses; Anó
nimo, Quién es Obregón; M aytorena, Algunas Verdades sobre el General Obregón;
Anónimo, M emorias de Pancho V illa; Armando C. Amador, B iografía del General
Obregón; Djed Bórquez, Obregón.
�BAJO EL SIGNO BURGUES
Por Rosendo SALAZAR
Del libro en prensa “ Izquierda”
Es evidente que las ideas burguesas lian llegado a formar marañas
de exclusivismos. Como las lianas forman recias ataduras oponiéndose
braviamente a los luchadores que las azotan, así las ideas contrarrevo
lucionarias prestan cohesión al capitalismo, pretendiendo obstaculizar
siempre el avance del pensamiento obrero.
Las filosofías capitalistas son largas cadenas de embustes, forjadas
con el espíritu de que la revolución social detenga el paso allí donde la
madurez del momento no puede sino permitir echarlo con gesto y ánimo
pujante.
Las masas obreras—grandes acervos de hombres útiles—viven en
tregadas a la producción de mercadería destinada al cambio. ¡Nefasta
ocupación la de hacer lo que no responde a la iniciativa propia, impo
sibilitándonos para dar a nuestras reivindicaciones impulsos definitivos!
¡ Oh, si los trabajadores participáramos en la formación de los proyectos
directivos, nuestro brazo actuaría de acuerdo con nuestro cerebro y pres
to destruiríamos la explotación!
El pueblo laborante ha sido eliminado sistemáticamente de toda ac
ción intelectual; sus ideas, admirables por el grado de energía que po
larizan, dado el fondo racional que sustentan, son bárbaramente des
preciadas por los pensadores del privilegio; locura las llaman—¡cuánta
petulancia!—e hijas de otros estados mentales deplorables; únicamente
las respetan criando se precipitan de manera violenta en el medio. Esto
llévame a recordar aquella escena de la Revolución Francesa, cuando
Luis XVI, estrechamente cercado por la masa sublevada que invadía
su palacio, pues la aristocracia se oponía a sus decretos, se ve obligado
a encasquetarse el gorro libertario qu.e uno de esos hombres audaces le
presentara con el propósito de probar su inclinación a las ideas consti
tucionales.
¿Por qué los trabajadores continuamos existiendo dentro de la bur
guesía, sin contar con un lugar reconocido en el campo ideológico?
¿Por qué nuestro verbo admonitivo, producto lógico de las priva
ciones, es reprimido?
�¿Por qué los rebeldes, disponiendo de una doctrina social construc
tiva, no participan de ese ideal instante en que la humanidad, expre
sando con fuego su anhelo de justicia, desbórdase en quejas de amor
intenso que rivalizan con las de la Sulamita, la hermosa esclava que se
ufana de ser morena “porque el sol la lia besado” y, abrasada de tiernos
afectos, estalla en súplicas que hacen vibrar de cálida poesía el Testa
mento ?
Por la crítica histórica sabemos que las concepciones burguesas son
interesadas; conocida es la división de la sociedad en castas hecha por
Manu, estando sentado “con el pensamiento dirigido hacia un solo ob
jeto”, poniendo a los laboriosos sudras (trabajadores) bajo la férula de
los bracmanes (sacerdotes), cliatrias (guerreros) y vaisias (comercian
tes), división perpetuada hasta nuestros días, y conocido también es el
caso de Moisés, quien, bajo la prueba de la emigración y la promesa de
la tierra libre, exaltó la esperanza de los esclavos para venir, al fin, a
imponerles, mediante el temor, mentiras halagadoras, leyes despóticas
violatorias del derecho al bienestar.
Imposible pensar que el pueblo haga la guerra a sus enemigos tra
dicionales con ideas que no son suyas y en donde fácilmente se descubre
el propósito de arruinar su vida; el trabajador no tiene por qué con
servar esas filosofías que lo someten a la servidumbre; la clase laboran
te posee una ideología expurgada y propia, conforme a la cual se hará
alguna vez libre.
La sociedad capitalista es mala, física e intrínsecamente, porque
las apreciaciones que hace de la vida son también malas desde su prin
cipio; aquí el vigoroso postulado de E. Dreffes, de un grande conteni
do porvenirista: “No hay movimiento físico sin previo movimiento
mental.”
Ciertamente: todo obedece a ideas previas; después de los hechos
aparecen las sugestiones, los pensamientos; y es que la forma material,
para surgir, lo hace sobre diseños; concluidos éstos, aquélla emerge vic
toriosamente, como el rayo luminoso del ambiente que lia atravesado;
la teoría se adelanta a la práctica o la precede; masculino y femenino se
enlazan en mutua correspondencia; vivir es esplender en la dualidad
original de los principios societarios.
“Bajo dos mentes se encierra la vivificadora fuente de las almas”,
dice el Zend Avesta, en maravilloso cantar.
�ir
CRISOL 1
REVISTA
DE
C R I T I C A
Sr. Administrador de la Revista "CRISOL".
Apartado Postal 1979.
México, D. F .
Muy señor mío:
Acompaño a usted un giro internacional por la cantidad de
Dls. 1.00 para que me sea servida una subscripción, por un año,
de la Revista "CRISOL".
Quedo de usted atento y S. S.
Fecha___........... .........
Nombre ...................
Domicilio ....... ...........
Localidad .. ... .............
Estado
��Los trabajadores quedamos privados, calculadamente, de los medios
para nutrir nuestra inteligencia y ser algo más que bocetos de perso
nas; el criterio que apoya el capitalismo funciona con matemático afán
de prueba devastador de las inermes mayorías proletarias.
Lo diré más llánamente: seguimos bajo el signo de la mentalidad
hipócrita de las clases poderosas que, desde tiempo inmemorial, se man
tienen de nuestro esfuerzo; bajo el dominio de una casta de hombres
que no trabajan; bajo el peso de escuelas fatídicas atiborradoras de so
fistería, que se empeñan en hacer creer al pueblo que mandan en la socie
dad por designio superior.
Los tiranos tienen en las religiones, en las filosofías especulativas,
en las mismas ciencias materialistas, no obstante su orgullosa antinomia
—¿por qué no ha de decirse esto con absoluta lealtad?—, formidables
defensas que proveen a su continuidad, a su perpetuación, y a estas de
fensas se debe el que la ideología revolucionaria no surja aún con la
vehemencia necesaria a su principio.
�BOTURINI Y
EISENSTEIN
Por Agustín ARAGON LEIVA
DOS INFORTUNIOS PARALELOS
Lorenzo Benaduei Boturini, al llegar a la ciudad de México, lo pri
mero que hizo fué trasladarse al Santuario de la Virgen de Guadalupe,
y allí, movido de su piedad, puso bajo la advocación de la Guadalupana su estancia en el país. Inspirado por el misterio de la aparición y
por la magia que lograba en el pueblo el culto a la Virgen, el caballero
italiano decidióse a consagrar su vida a saber lo más sobre el caso y
así, por el camino del misterio, fué a dar a la magna realidad de la protohistoria de la nación mexicana.
Sergio M. Eisenstein, nutrido en la savia del marxismo, maestro
en todas las técnicas del pensamiento y pagano, al llegar a la ciudad
de México, lo primero que hizo fué trasladarse al Santuario de la Vir
gen de Guadalupe. Era un 12 de diciembre. En el curso de una esplén
dida mañana y de una tarde suntuosa, el director soviético realizó un
viaje por cinco mil años de la vida de México. Desde la puerta de su ho
tel norteamericanizado hasta la cima de las pirámides de Teotihuacán
y a lo largo de un pasado colonial de trescientos años.
El misterio le atrajo y quiso saber todo sobre la magia de un culto
que hace caminar a los indios por interminables jornadas y (pie junta
en un solo haz a todas las edades de la malicia y de la inocencia del
hombre.
Queriendo desentrañar ese misterio, Eisenstein se embarcó en la
valerosa aventura de la conquista de México. Se hundió así en el pa
sado, surcó por el presente y desde lo más alto de su vuelo soñó un fu
turo para México.
Mal sino el de la devoción a la Guadalupana; Boturini dejó en la
Nueva España los ocho más vividos años de su existencia y un paciente
trabajo de investigador en todos los órdenes de la historia; su recom
pensa fué morir sin saber qué suerte podría caberle distinta de la de ser
ncurriture des souris a los documentos que tan trabajosamente había
reunido para su obra.
�Así Eisenstein, tras de catorce meses de labor, en los que para dar
se tiempo usó de todos los medios conocidos de locomoción y de todos
los medios de aprendizaje, partió de México con lágrimas en el corazón,
pensando que a los materiales tan penosamente reunidos y con la co
laboración entusiasta de varias personas, lo menos malo que podría acaecerles sería ser nourriture des souris o pasto de las llamas. ¡Y sirvieron
para materiales de una obra que no era la de su plan, la de su delica
deza, la de su poesía!
LA PLAGA DE “LES PETITS” HUMBOLDTS
Si se busca en la historia del arte un caso que pueda ser equipara
do al de Eisenstein, difícilmente se hallará alguno que tenga siquiera
tres circunstancias reunidas iguales a las del penoso del director sovié
tico. Como un aspecto de la vida del hombre, tiene un valor inusitado,
por las personalidades que en él intervienen.
Upton Sinclair, escritor socialista y una de las palancas del movi
miento obrero en los E. II. A., le allegó los elementos para venir a Mé
xico a hacer una película, “digna de la fama y del nombre de Eisens
tein”. El creador soviético, que es simultáneamente un hombre de cien
cia y un artista, aceptó el plan con un desinterés admirable, fijándose
muy poco en las ventajas económicas (pie de hecho vendría a recibir en
dinero, de lo que produjese la obra, apenas un 3.33%, mientras Sinclair
y los suyos llevaban la parte del león, a pesar del credo social del popu
lar novelista.
Eisenstein, desde su gran día guadalupano, se dedicó al más com
pleto y sistemático estudio de México. Todas las fuentes le brindaron
sus linfas; abrevó dondequiera; tratando al potentado y al paria, al
campesino y al hombre de las ciudades, al montañés y al costeño y re
corriendo hacia atrás el ciclo de la evolución mexicana, llegó a captar
el sentido del drama de un pueblo en una forma cuya profundidad de
visión sólo puede tener contraparte en el Ensayo de Alejandro de Humboldt.
México ha venido sufriendo desde los primeros años de su existen
cia como nación independiente en lo político, una plaga de “aventure
ros” que con la pluma como arma se han dedicado a explotar su mis
terio y su grandeza combatiendo en el campo del cinismo, ese que se
�entrega al postor que más puja. Cientos de volúmenes se lian escrito
por interesados apreciadores de la vida mexicana, a sueldo de grandes
y poderosos o productores de esa fácil mercancía que es la literatura so
bre un país, en la que se explota la leyenda y la falacia o el morbo que
gusta la brutalidad desencadenada.
Estos petits Humboldts han hecho casi siempre el ridículo, cuando
sus aventuras no son de esas que están fracasadas antes de iniciarse,
por insuficiencia mental o por falta de espíritu caballeresco. Alguno
que otro de buena fe ha resultado, como Carleton Beals, un simple pe
riodista, incapaz de comprender una realidad cuando se presenta en
vuelta en apariencias y más atento a lo pintoresco y a lo exótico que a
los valores específicos y fundamentales.
Sufre México penosamente las consecuencias de esta plaga, pues co
rre difundido por el mundo un panorama de su existencia que han tra
zado con malicia o ignorancia los Blasco Ibáñez y Oteyzas y la ristra
de Stuart Chases, Chadournes, Dekobras, Foujitas, Dos Passos, Lawrences, Pinelions, Brenners y Morands que nos han visitado con la ilusión
de apoderarse de la esencia de México en corto, plazo, para venderla al
mejor precio en el mercado de la curiosidad pública. Una travesía rá
pida en la cruz de los cuatro puntos cardinales, amparados por la Terry’s
Guide to México. Asistencia a alguna feria, a un velorio y a un funeral.
Visita a los edificios públicos más famosos y saludo a conspicuos perso
najes. Notas escritas sobre los puños o en lo blanco de las uñas. Unas
cuantas docenas de clicks, en la maravillosa portátil ultrarrápida y supersensible. Y como decía Anatole France, que la historia se repite por
que los historiadores se repiten mutuamente, así el error circulante de
ayer, la mentira adecuada, vuelve a acuñarse en las palabras de nues
tros juzgadores impenitentes y sin la responsabilidad del honesto hom
bre de estudio ni el método de investigación del sociólogo.
Los literatos, cuando traspasan el círculo de sus limitaciones, se
ahogan en su propia tinta y como viven de ideas prestadas, no hay im
pulso en sus citas para resucitarlos. Lo que podría ser mera “impre
sión”, se desluce como un valor de alto juicio que pretende crear el dato
preciso respecto a fenómenos que no es posible entender nada más por
métodos literarios. Otro tanto diríamos de una obra como la de Stuart
Chase, México, en la que un economista especializado sufre el bochor
no de no sentir ni comprender los más elementales hechos de la vida
mexicana y cuando no despotrica por sí mismo, se hace solidario con las
�falsedades que partidos en pugna han esparcido, no para hacer sociolo
gía o historia, sino con fines estrictamente políticos.
En una palabra, los mercaderes que han querido seguir sobre las
huellas de Humboldt, han resultado ser infelices intelectuales trashuman
tes, que ensoberbecidos por su calidad de extranjeros, han visto el pro
blema de México pequeño y fácil y redimible a unas pocas frases hechas,
a una simple enumeración de prejuicios.
Los que han alquilado su pluma, incapaces de portar espada, para
servir a los poderosos, no merecerían considerarse si no fuera por ser
algunos de ellos nombres que se cotizan a altos precios en el mercado
literario; pero, bella fortuna, sus opiniones están invalidadas automá
ticamente. Un escritor no puede ponerse nunca la máscara de la since
ridad; sintaxis y adjetivación, a falta de tono en las palabras, descubren
al punto sus intenciones y el corto alcance de sus saetas.
EISENSTEIN Y SU ACTITUD
Conceptúo a Sergio M. Eisenstein como cabal realización del hom
bre moderno. Su disciplina es la consciencia en todos los actos; su mé
todo, el científico, y su disposición, la de quien ha puesto freno y silla
al desbocado instinto y puede llevarle donde guste.
En la disyuntiva que vive nuestro presente, planteada como una
regresión a la conciencia nocturnal, al mundo de lo primitivo, tan pró
digo en representaciones suprasensibles, o como el definitivo ascenso a
una cumbre desde la cual el hombre domine, sin límite, a la bestia, son
contadísimos quienes eligen lo segundo, ya por lo fácil que es seguir la
línea del menor esfuerzo, como por la atracción diabólica que ejerce en
el alma lo primario. La cultura es un esfuerzo tan violento y continuado,
que no todos están preparados para realizarlo. Una aparatosa caída es
lo más sencillo, en épocas como las actuales, en las que parece que no
hay orientación, por estar envueltas en bruma y en dificultad las ex
periencias que obran como guías de la especie.
El grito de Rousseau, a la mitad de su jornada, golpe en el cora
zón de Minerva que había de dar a luz a los más seductores engendros,
suena aún en la soledad y desesperación de las almas como una invita
ción al desvío. El problema es un problema sobre el progreso. “No exis
te el moral ni el artístico; el único que existe es el científico y técnico;
�pero a medida que éste avanza, les otros se quedan más en zaga. El
hombre pierde en profundidad y aumenta en extensión. Se multiplican
los ingenios, pero desaparecen los genios. La civilización prostituye al
espíritu. El ideal es el salvaje, el excelente salvaje.”
Tema filosófico no puede agotarse con argumentos de la inteligen
cia, puesto que interviene en él la pasión, el gnsto y lo que es más pe
noso : el propio estado del alma.
“Dichoso el que consulta
oráculos más altos que su duelo. . . ”
Pensamiento sobrehumano, que niega de un solo aliento de imagen
el romanticismo y nos trae al plano de la grandeza más alta en que se ha
colocado el espíritu. Superiores a sí mismos; más allá que la angustia,
la vanidad sangrante o el capricho. ¿Quién es Rousseau, en una pala
bra, sino un desdichado que consulta al oráculo de su quebranto y lanza
a la humanidad su grito de pesimismo y de reacción, su vuelta atrás, su
ceguera a las luces, creer que el alma camina simultáneamente por va
rios senderos—el moral, el estético, el científico etc.—y no fijarse en que
un avance en el pensamiento significa, ineluctablemente, un movimien
to genral en el mismo sentido de todo el espíritu!
Nuestra “incomprendida” civilización, con sus brutalidades inhe
rentes a la barbarie que todavía pulula en el seno de lo más adelantado,
es un efecto que por una interpretación ingenua de la causalidad se to
ma como fuente de las calamidades que registra la prensa y que sufren
los individuos actualmente.
Mas la actitud que desconcierta es la de esos numerosísimos espí
ritus refinados, que siguiendo en la práctica a Rousseau, bacen cual
Gauguin, una mueca a la Urbe y se retiran, como a sagrado refugio, a
las islas lejanas donde se encuentra la libre vida del “excelente” salvaje.
Un arte y una literatura inconfundibles se desparraman por doquiera co
mo el resultado de este gesto liberatorio, que examinado a la crítica de
la inteligencia, es tan sólo un regreso al instinto, en consonancia con
una filosofía espiritualista que cifra las supremas virtudes cognosciti
vas en las potencias interiores del alma, donde reina la infalibilidad del
instinto y gobierna la intuición.
Simultáneamente, se estudia el mundo del hombre primitivo, con
el método científico, por agudos analistas (pie tratan de integrar el pa
�norama del espíritu con un fondo común y del que no nos liemos apar
tado suficientemente en el tiempo, aunque en el espacio nos separen del
mismo desiertos y océanos o inmensas cordilleras. El punto de vista de
los investigadores de esta laya no debe ser confundido con el de las
gentes sensibles y piadosas que encuentran un camino de perfección en
dejarse crecer el pelo, calzar sandalias, vivir al aire libre y en cueros y
alimentarse de yerbas.
Otra plaga que ha sufrido México es la de todos esos inocentes pa
lomitas que han venido aquí atraídos por un señuelo fantástico, el nativismo, la ponderación desmedida de lo aborigen, lo que hace que Méxi
co sea clasificado en los programas de viaje como tierra exótica, de co
loridas costumbres y que se haga mención de la metrópoli como la ciu
dad azteca.
Curioso es que mientras el indio trata de occidentalizarse y aspira
a salirse de la esfera de su mundo primitivo, los ingenuos buscadores
de emociones fuertes se empeñan en ver ídolos tras de los altares y en
exaltar como virtudes excelsas de una civilización los restos de aquella
edad que fué, en la opinión de Stuart Chase, una edad perfecta y que
como afirma, lleno de audacia, Spengler, pereció inútilmente, herida
por la espalda por la artera mano del europeo, del español.
Frente a este logogrifo de pensamientos, Eisenstein impone su ac
titud ordenadora, su regla de espíritu disciplinado por el método de las
ciencias exactas. El destino y la grandeza de México no están para él
en las posibilidades de una regresión a lo mágico, al reino de lo miste
rioso y esotérico, que tanto ufana a los escritores de Transition, con (‘1
fantasmagórico Eugéne Jolas a la cabeza y James Joyce a la cola. El
destino y la grandeza de México se encuentran, para Eisenstein, en la
excepcional coexistencia de las dos almas que viven dentro de cada
hombre, del alma diurna y de la nocturnal. Coexisten con una fuerza
tan espontánea y creadora, que México se presenta en el panorama do
los pueblos como un sitio privilegiado en el que de un solo vistazo se pue
de viajar por todas las “edades de la malicia y de la inocencia del
hombre”.
¿Cómo será posible entender un caos aparente y no dejarse arras
trar por un enamoramiento, que como el de la adolescencia, llega a ser
fuego que se consume en su propia llama?
Eisenstein es el hombre moderno. Su cultura lo lleva a la armonía
�y no siente él la potencia de una armonía sin cumplir el mandato que
diferencia a la bestia del hombre, al culto del inculto: la certidumbre de
la consciencia. Definimos su actitud no con un término, sino por un
largo rodeo, una incursión a traviesa por el campo de los siglos. Eisens
tein no es un extremo contra Rousseau, sino un alfarero que sabe que la
arcilla no puede ser modelada nada más como arcilla.
Así, frente al enigma de México, integra Eisenstein la personali
dad completa del hombre con la materia de dos extremos opuestos.
Mezcla a Occidente la profundidad y la virgen ansia de estímulos que
caracteriza al mexicano como un ser sensible y dispuesto.
AMBICION Y ASCENSO
Sobre el vértice de la Pirámide del Sol, en Teotihuacán, Eisenstein
exclama, contemplando la historia de la Tierra narrada por valles y
montañas: desde aquí, se abarca todo el cuadro de la evolución humana.
Esa misma tarde, medita bajo las bóvedas agustinas de Acolman,
que crean en la llanura desértica la imagen americana del Gótico. Y al
correr unas millas el Santuario de la Guadalupe le ofrece el más abi
garrado aspecto del mundo, en el que se funden todas las manifesta
ciones de la vida, en variadísimos y extraños moldes. En momentos se
piensa transeúnte por Nivjni Novgorod, en el esplendor oriental de la
Gran Pascua Rusa; pero si un vaivén de la multitud lo pone en Triana
o Albaicín, un oleaje de apiñamiento lo transporta a Roma o a Chica
go o a Limoges. Mosaico en el que se pierde el diseño, laberinto sin hilo
de Ariadna. ¡Tantos Beals y Chases que se perdieron para siempre en
ese maremágnum! Es fácil decidirse por algo, lo más impresionante:
es raro encontrar, sin falla, siempre lo genuino. Guiado por su delica
do gusto, Eisenstein fué a dar constantemente, de manos a boca, con la
realidad intangible que denomino hace tiempo como el hecho mexicano,
lo específicamente nuestro. Algo aún tan impreciso, que definirlo es ar
duo como buscar un cuerpo en aguas sin transparencia.
Bajo la advocación de la Guadalupana, Eisenstein concibió su pa
sión por la meseta, su dulce amor por el altiplano, el amor de Leonardo
por la luz. Pero el caudal de peregrinos, proletarios de todos los hori
zontes, lo arrastró a la costa, al trópico, a la delicia ardorosa de México.
Buscando orígenes llegó a confines remotos y los aires supieron de
�su canto; los mares recogieron su pesar. El indio de piel suave y bru
ñida y de mirada triste, le conmovió hasta la raíz de su intelecto.
Entonces sintió, como Balbuena, qué eterna y qué honda en el co
razón resalta la grandeza mexicana. Su ambición se hizo diabólica, inu
sitada : utilizar la cinematografía, arte inferior, arte desnaturalizado,
para cantar la epopeya de la humanidad en las gloriosas hazañas del
pueblo mexicano. Altura tan desmedida iba a marearlo; pero gritó con
toda su fuerza patriótica de ciudadano naturalizado por el amor a los
seres y a las cosas: ¡Vive México! Yo lo sorprendí en su éxtasis. Era
un hombre de siete caras; pero sobre su máscara de la frente abombada
y la sonrisa cruel, descubrí los rasgos de Dante, de Leonardo, de Paracelso y de Goethe. Más abajo, destellaban los signos de un hijo del Sol.
Viva México, alarde y venganza, cercanía y distancia. Todo, pues
cuando el silencio se ha hecho del bullicio, ¿qué aparece? El aspecto
nimio de las realidades, los desfiles patrióticos, las procesiones cívicas,
las adoraciones sin meta de un alma colectiva que ha olvidado a Dios,
pero que venera al primer fetiche que encuentra a su paso.
Entonces miramos el encendido rostro del futuro. Sufre la huma
nidad de una pereza y de una vana piedad para desembarazarse de los
hábitos de su pasado. Mientras más agitada es una ansia para moder
nizar, mayores repulsiones encuentra en su efecto. Vivimos todavía, y
a nuestro pesar, dentro de las estructuras que crearon los adalides de
otros tiempos, en los que el concepto de la vida y del obrar eran radi
calmente distintos a los nuestros. Hay naciones que logran adaptar esas
estructuras a sus necesidades actuales; otras que son adaptadas por
aquéllas.
Si Lorenzo Benaduci Boturini, descendiente de Moctezuma y señor
de la Torre y de Hom vino a la Nueva España para investigar cómo el
milagro de la aparición de la delicada virgen morena había creado al
pueblo mexicano, Sergio Michaelovitch Eisenstein, pensador de potentes
vuelos y genial artista, vino a entender cómo el pueblo mexicano había
creado para su bien y su alegría el mito de la Guadalupana, bello mito
que ahora asimila en un feérico espectáculo esas dos almas que habitan
en todo hombre.
En la epopeya Viva México, se pintaba un milagro. Como todos los
milagros, iba a ser advertido por unos cuantos. Los más de los mortales
no saben leer entre líneas y no ven más allá de lo trazado. ¡Y tratándo
�se de cinematografía! Reivindica a ésta nna sola de las muchas ideas
debidas a Eisenstein, el creador de Potemkhin: “es una forma plástica
que expresa gráficamente, por la colisión de las imágenes, lo que es
gráficamente inexpresable”. Afirmé hace algunos años y hoy lo reitero
con plena consciencia, que la cinematografía de Eisenstein es un arte
de cuatro dimensiones. Con ello no quise crear un acertijo o acuñar une
maniére de parler; quise indicar, y ahora lo señalo, que en la cinema
tografía aludida hay un sentimiento de eternidad, un efluvio de trascen
dencia que eleva al arte a las alturas de lo creado y reivindica para nues
tra época descreída una fe, pagana y racionalista; pero extraordinaria y
sublime como todas las que impulsan a los hombres.
DECLARACION DE PRINCIPIOS
Detesto al vulgar aventurero que viene a México a vender su au
dacia, a explotar aspectos superficiales y sin significado de nuestra
existencia—el caso Villa, tan grato al sensacionalismo y a la degrada
ción espiritual del yanqui más bajo y concupiscente—, y estoy contra
la intromisión en nuestro país de mediocridades que por nuestro sen
tido de inferioridad se crecen hasta llegar, con frecuencia, a posiciones
de comando en circunstancias de odioso privilegio. Diré de una vez que
fué por la aversión profunda que me inspiraron unos charlatanes teu
tones que se apoderaron en mala hora de la muy ilustre y gloriosa Es
cuela Nacional de Ingenieros, por lo que di la espalda, inundado de
rencor y de vergüenza, a mi carrera académica. Pero cuando llega a
México un Andrés del Río, un Fausto Delliuyar y un Alejandro de
Humboldt, yo acojo al forastero con el corazón en las manos como lla
ma inmortal de admiración y encanto.
De la preclara genealogía de los últimos extranjeros aquí citados
fué Eisenstein en México, porque no vino a engañar, sino a entregarse;
no estuvo a explotarnos, sino a amarnos, y para hacer sentir la superio
ridad de su intelecto y de su cultura, se valió, como Humboldt, de cuantos
elementos nativos podían darle orientación y luz. Fué primero humilde
aprendiz; hasta que sus experiencias le ungieron de aplomo, se levantó
a la altura del maestro.
Modesto y sencillo, repugnaba la vulgaridad desencadenada y con
un gesto satánico sabía mostrar a todos que el hombre superior, cuando
�quiere, señala a los demás el camino del vicio, con un ademán ingenioso.
Eisenstein no era un franciscano, pero su sobriedad reconocida esplende
como la arrogancia del hombre que pospone al dinero por los goces más
refinados del espíritu.
Cuando Tomás de Aquino llegaba a París y contempló desde una
colina el esplendor de la insigne ciudad, dijo a su acompañante que no
daba toda esa maestría por el comentario de San Crisóstomo al Sermón
de la Montaña.
Así Eisenstein, sin ser santo, prefirió los miles de dólares de Holly
wood, el deslumbrante lujo del nabab y la fama pregonada a coro por
miles de voces aduladoras, a la gloria y dicha de asistir al extraordina
rio espectáculo de México.
Declaro aquí mi pasión, porque no faltan suspicaces que mal entien
dan una actitud generosa y desinteresada, siendo ellos eunucos para
crear sentimientos que se salgan del círculo de sus instintos. Si he admi
rado a Eisenstein, no es porque me haya deslumbrado su nacionalidad y
su ubicación en el seno de la nueva vida que es. para la especie la ex
periencia rusa.
¡ Me pasma aún que en un lapso tan breve, un hombre de distantes
abismos y de otros soles, haya llegado a sentir el amor y la angustia
de México!
Desgraciadamente, un mal sino le perseguía desde su llegada a
México. Al igual que Lorenzo Benaduci Boturini, su esfuerzo debía ser
obliterado, destruido, tergiversado y deshecho. Al igual que el piadoso
caballero italiano, su afán por la mayor gloria de México iba a tener
una dura recompensa.
La magna y hasta fantástica concepción del ribereño de Como de
la protohistoria y actualidad de México iba a trocarse en el Códice Bo
turini, restos de un inexpresable naufragio, fragmentos del más incu
rioso de los atentados.
Viva México, epopeya de un pueblo en las cuerdas de treinta si
glos de amor y de sufrimento, se convirtió , en una vulgar tormenta so
bre México.
En el primer caso, actuaron el oscurantismo, la barbarie en el po
der y el temor justificado; obran en el segundo el amor a los dólares,
la complicidad con las fuerzas ciegas de la sociedad y un pleno conoci
miento de lo que se hace, premeditado y medido y hasta pretendiente de
�justificación cabal. Aquí no es una secta la que produce la infamia, si
no un hombre que ha dedieado toda su vida a cazar gazapos en la prosa
capitalista, un individuo que estaba en la cumbre de una feliz carrera
como adalid del orden y de la moralidad fundados sobre la reforma or
gánica de la sociedad.
Es todavía un misterio para los que conocíamos la obra de ITpton
Sinclair, que haya ignominiosamente vilipendiado a ésta por la ambi
ción baja de un momento y que se haya encarnizado ferozmente sobre
un creador de la calidad de Eisenstein, en quien el más acendrado des
interés impulsa todas sus acciones y cuyos prospectos económicos con
Viva México eran tan ínfimos, que equivalen a la renuncia.
PUNTO Y APARTE
Dos años de patética lucha se han librado en varios países, simul
táneamente, por evitar que Viva México fuera corrompida en esa inso
portable Tormenta Sobre México que ha deshonrado a Upton Sinclair.
Han intervenido en ella amigos y enemigos, discípulos y disidentes. La
monstruosa distorsión de una obra original, no ha provocado, empero, la
indignación debida, a causa de que para muchos artistas e intelectuales
que viven más en 1800 que en el primer tercio del siglo XX, la cinema
tografía no es una forma de expresión que tenga derecho a ser consi
derada como artística y a parangonarse con la Poesía, la Música, la Pin
tura o la Historia. A pesar de tal equivocación, ha sido un estímulo de
alta solidaridad el desinteresado afán de esta lucha, en la que México
ha representado un jvapel airoso y vibrante, del que me ha tocado hacer
de apuntador, a impulsos del mismo azar que me condujo a ser primero
un guía y luego un aprendiz de Eisenstein en su aventura de México.
Este papel se ha singularizado con motivo de la presentación que
se había preparado, de Tormenta sobre México, en uno de los teatros
metropolitanos, para el día 3 de mayo. El hecho de esta presentación sig
nificaba una ignominia para México. Desde su estudio en Moscow,
Eisenstein había manifestado que su vínica esperanza para una rehabili
tación de su nombre y de su obra estaba en que México rechazase esa
película espuria y torpe, al igual que lo había hecho espontáneamente
Londres. Nada le hubiera afectado más que una sanción aprobatoria a
la violencia que de sus principios y de su espíritu representa Tormenta
sobre México.
�Desde luego ¿Tormenta? Si él había ambicionado una exaltación
y no una depresión, un himno y no una marcha fúnebre, un vuelo y no
un descenso a la ignominia.
La más completa coronación de Upton Sinclair, como gángster, ha
sido el gesto viril y magnífico del Sindicato de Empleados Cinemato
grafistas del Distrito Federal, miembro de la Confederación General de
Obreros y Campesinos, el que decidió fulminantemente decretar el boi
cot a la película pirata Tormenta sobre México, acto de solidaridad a
la acción pedida por un numeroso grupo sindicado de intelectuales, ar
tistas y proletarios y expreso en el manifiesto lanzado en mayo de 1933
por el Comité Editorial de Experimental Cinema.
El boicot aludido, que logró impedir la presentación mencionada, ha
puesto, por ahora, punto y aparte a esta larga polémica de dos conti
nentes.
Mas aquí, en la meseta, a dos mil metros sobre el nivel del océano,
vive aún el misterio, ya que permanece inexplicable la conducta de
Upton Sinclair. Entonces, volviendo un poco el alma hacia el mito,
se antoja creer que hubo un maleficio: por poner al amparo de la Guadalupana a la obra del espíritu, un mismo infortunio había de dominar
el destino de Lorenzo Benaduci Boturini y de Sergio M. Eisenstein, uno
y otro, caballeros andantes de la grandeza mexicana.
�P O E T I C A DE HOY
Por Daniel CASTAÑEDA
ENSAYO SOBRE LA ARQUITECTURA DE LA METAFORA
La esencia de toda realización poética es la metáfora.
' Independientemente del tiempo en que vivimos, de las épocas, de las
escuelas, de las doctrinas y, lo que es más, de su contenido mismo, la
poesía, en último análisis, es metáfora.
La metáfora es comparación. El hombre no puede vivir sin com
parar. La comparación—elemental o superior, primitiva o civilizada—
es la base de la vida intelectual; más aún, de la vida en nuestras rela
ciones con los hombres; y nías todavía, de nuestra propia vida: Pienso,
luego existo; pero pensar es comparar; y comparar es realizar metá
foras.
De ahí que, a mi juicio, es problema de importancia para el arte en
general y para la poesía en particular, conocer el mecanismo de la metá
fora. Tal es el objeto de este ensayo.
No se trata de juzgar de una metáfora en especial, o de una es
cuela de metáforas que obedezca a ciertas y determinadas orientaciones
estéticas, o de apuntar la historia de la metáfora—que sería uno de los
más importantes aspectos de la historia de las literaturas—, ni tampoco
de los efectos psicológicos y artísticos de la metáfora. No. Se trata
simplemente de conocer el esqueleto de la metáfora, el cómo de su rea
lización : su arquitectura.
Hace tiempo que este tema transita por mis ocios de meditación y
liaee años que llegué a los vértices que en este ensayo presento; pero
solamente después de leer el libro de Baltasar Dromundo—Negra Gaiyou—, gusté el aperitivo necesario y oportuno para escribir mi ensayo,
porque la metáfora, en manos de Baltasar Dromundo, inicia intuitiva
mente, como se verá más adelante, los nuevos caminos arquitectónicos
que, en teoría y según mi parecer, puede aún desarrollar el arte de la
metáfora poética.
¥ ¥ ¥
La síntesis,de toda metáfora—primigenia o refinada, desde los can-
�ton iniciales y anónimos de todos los pueblos primitivos hasta la obra
de los poetas más civilizados de cualquiera cultura—se reduce a estable
cer una comparación y corresponde, en general, al esquema lógico y geo
métrico :
A es B,
en cuyo esquema A es la cosa o idea de la que va a decirse la compara
ción y B es la cosa o la idea con la que A se compara.
Esta correspondencia entre la poesía, la lógica y la geometría, aun
que inadvertida hasta hoy, es fundamentalmente exacta, porque la com
paración puede ir desde la igualdad hasta el absurdo. Conviene, sin em
bargo, precisar que en lógica el esquema general A es B no tiene valor
de secuencia, es decir, que en sí mismo se nos muestra como una conclu
sión, como un punto y aparte, como un a priori, como un axioma; que
en geometría el esquema A es B, aunque no radía en el sentido de la
imaginación, sí admite múltiples prolongaciones racionales; y que en
poesía el mismo esquema A es B, trasciende, especula, está en perpetuo
devenir, pone en juego a la imaginación, y por eso mismo es poético.
De estas tres proposiciones:
1. Todos los hombres son mortales.
2. El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadra
dos de los catetos.
3. “La tarde (es como), lirio en tus manos”, . .. (B. D.)
Digo que la primera no trasciende por sí misma ni pone en juego
a la imaginación, aunque puede ser el punto de partida de múltiples con
clusiones del mismo género. Y lo mismo que con ella pasa, sucede con
los axiomas y con las verdades primarias de toda ciencia. La proposi
ción citada, o el concepto de paralelas en la geometría euclidiana, por
ejemplo, son verdades de una pieza, que no admiten discusión; tan ver
dades como un templo. Aun dentro del más liberal relativismo no po
demos contradecirlas. La primera, porque toda nuestra experiencia de
hombres, por lo menos hasta hoy, está en su favor, dándole fuerza y ile
so a su contenido; y la definición de paralelas en la geometría euclidiana, porque es tan verdad por sí misma como las verdades correlativas
de las geometrías de Riemann y Lobatchewky, pues aunque puedan
crearse otras geometrías—basadas en distintos axiomas—, la proposición
de que se trata permanece inconmovible en sí misma e indiscutible den
tro de la geometría euclidiana, a cuyo mundo pertenece.
�Es característico de este tipo de proposiciones, según mi parecer,
el paralizar la imaginación. Su fuerza de verdades se nos impone a
tal grado, que asesina en nosotros la facultad imaginativa. Por sí mis
mas son estériles, justamente en razón de su exceso de contenido. Por
eso en toda premisa mayor queda implícita la conclusión y el valor del
silogismo sólo estriba en plantearlo. En ellas el verbo ser tiene acción
rotunda y afirmativa. No son identidades, pero son definiciones que
equivalen a igualdades. Su verdadero simbolismo es evidente: A es B,
o A es igual a B.
A= B
La segunda proposición—el teorema de Pitágoras—encierra tam
bién una verdad; pero el tipo de esta verdad, aunque indiscutible una
vez demostrada, no es tan amplio que paralice la facultad razonadora
del hombre; por el contrario, la excita. Esta clase de proposiciones
trasciende racionalmente. Se trata en ellas de establecer comparaciones
demostrables, cuyo peso de verdad puede estimarse; y como tales, son
fecundas desde el punto de vista estrictamente racional. En ellas no
vale la igualdad precisa y estática A = B, sino la comparación demos
trable y preñada de consecuencias también demostrables: A es a B
como...........
La simbólica de su geometrismo así nos lo dice explícitamente:
A : B :: ...........
En cambio, la tercera proposición—“la tarde, lirio en tus manos”—
deja el lastre de la verdad, no sólo absoluta, sino relativa, y aún se
emancipa de la posibilidad y de la probabilidad para internarse de pla
no en el terreno de la ficción y de la mentira convencional, aquella que
juzgaba en decadencia Oscar Wilde. En este tipo de proposiciones no
es válido preguntarse el peso de la verdad que afirman, porque ni si
quiera la afirman, se limitan a presentarla en calidad de anuncio o de in
tuición, por cuya causa tampoco es posible valorarlas en el sentido de
las leyes de probabilidad, o de acuerdo con el método de la estadística.
Son simples enunciados comparativos, sin valor de verdad demostrable,
y esta es su profunda diferencia con las proposiciones de la geometría.
En ellas la acción del verbo siempre es condicional, mejor dicho,
simplemente comparativa. No decimos A es B, ni A igual a B, sino A
es como B; y el como tiene aquí una importancia de primer orden; a
tal grado, que todo el valor estructural de la metáfora radica precisa
mente en este como.
�El tipo de estas proposiciones (metáforas) no tiene simbólica espe
cial, porque hasta la fecha carece de técnica conocida su mecanismo.
Para diferenciarlas de las anteriores, admitiremos su representación co
mo en el caso de la geometría; pero con letras minúsculas y en la inte
ligencia de que su contenido no es demostrable ni tiene carácter de ver
dad racional, sino que debe admitirse a priori, como un acierto, o re
chazarse, también a priori, como una expresión poco acertada.
La escala de las proposiciones tiene, pues, dos grandes aspectos ge
nerales :
A es B ..........................A = B (Axiomas, Principios, Definiciones).
A es B ..........................A: B (Teoremas, Leyes científicas).
a e s a b ........................a: b (Metáforas poéticas).
El primer aspecto es descendente, va de la verdad admitida a prio
ri, convencional, es cierto; pero indiscutible desde el punto de vista ra
cional (axioma) o desde la verdad admitida a posteriori (inducción)
hasta la mentira a sabiendas y el absurdo racional (metáfora). El se
gundo aspecto es ascendente, va desde la primitiva e infantil compara
ción (metáfora, tabú) hasta la más profunda inducción (verdad cien
tífica).
El primer tipo de proposiciones no interesa para el caso particular
de la metáfora; su mecanismo—lógica inductiva—tampoco importa ana
lizarlo. Lo doy por establecido.
El segundo tipo de proposiciones pertenece por entero al mundo de
la razón, gravita en la esfera de las verdades demostrables y obedece,
en general, al código de la lógica deductiva. En el caso particular de
las proposiciones geométricas, la técnica de su mecanismo es una rama
de la geometría euclidiana: la teoría de las proposiciones, casi agotada
por Euclides y Eudoxo, a quien se atribuye el Quinto Libro de la Geo
metría.
El tercer tipo de proposiciones, que se aleja por completo del mun
do de la razón, pertenece a la esfera de la mentira convencional (me
táfora) o, si así lo queréis, al reino de la imaginación, al archipiélago
del arte, a la isla de la poesía.
Ahora bien, en este ensayo trato de probar que, a pesar de la profun
da diferencia que existe entre las proposiciones del segundo y del ter
cer tipo, a pesar de su diverso valor racional y de sus particulares mé
�todos de concepción, el mecanismo íntimo de su realización es y debe
ser el mismo, aunque, claro está, con absoluta independencia de las dis
tintas finalidades de ambos tipos de proposiciones.
Como el mecanismo de las proposiciones del segundo tipo, es decir,
su arquitectura, se conoce mejor que el correspondiente a las del tercer
tipo, partiré del primero y, por el método de las comparaciones, procu
raré probar la verdad de mi tesis hasta sus últimas consecuencias con
ejemplos de aplicación concreta.
Para ello tomaré una ley natural, la ley de las cuerdas, por ejem
plo : el número de vibraciones de una cuerda está en razón directa de la
raíz cuadrada de la tensión, e inversa de su longitud, de su radio y de
la raíz cuadrada de su densidad.
Si n es el número de vibraciones, 1 la longitud de la cuerda, r el ra
dio, P el peso pensor, d la densidad, c la constante \ / g
La ley será: n = c/rl.-y[p~
j
Si designamos con las mismas letras, pero con acento, las variables
correspondientes a otro sonido, el método experimental para llegar a es
ta ley consiste en comparar dos variables de distinta especie con otras
dos de especies correspondientes.
La primera comparación que se ocurre es n: 1.
Este enunciado nada dice por sí mismo al segundo tipo de propo
siciones; y para las verdades científicas es nulo y sólo tiene valor cuan
titativo. En cambio, para el tercer tipo de proposiciones (metáforas) el
enunciado de que tratamos es la esencia, el nervio mismo de la metáfo
ra y puede decirse que hasta hoy su exclusiva y única forma.
En efecto, la esencia de la metáfora, si cabe expresarse así, consiste
precisamente en comparar dos variables de distinta especie, y en atri
buir a esta comparación una relación que puede ir desde la correspon
dencia hasta la identidad. En el ejemplo elegido:
“La tarde, lirio en tus manos”,
por el simple hecho de leerlo, la emoción poética exige de nosotros
la convicción de que existe una correspondencia entre “la tarde” y un
“lirio en las manos de una mujer” ; pero hay más: inconscientemente y
tan veloz como el pensamiento mismo, esta correspondencia se precisa,
se delinea—tal vez a expensas de una tarde determinada, de un lirio es-
�pecial, o de unas manos particulares—y entonces adquiere las propor
ciones de una comparación acertada:
La tarde es como lirio en tus manos,
y aun el valor de una certidumbre:
La tarde es un lirio en tus manos.
Tal es el mecanismo de la metáfora, su arquitectura derivada del
esquema n : 1. Su valor artístico, su fuerza poética, su simplicidad o su
rebuscamiento, son cualidades secundarias desde el punto de vista de
este ensayo. Lo fundamental es que la metáfora, tal y como hasta hoy
se lia venido practicando, obedece al arquetipo de toda comparación.
Los ejemplos son infinitos y pueden tomarse de las literaturas de todos
los tiempos y de todos los pueblos.
La segunda comparación que se presenta:
n : 1, n : r, y por extensión: ii : t,.................. n : z,
carece, como la primera, de todo valor científico; pero, en cambio, es el
desarrollo natural de la metáfora poética, su ampliación y coronamiento.
Las metáforas en cadena sobre un mismo sujeto—que pueden llegar poi
su cantidad y calidad hasta el churriguera—son indicio y justificación
de arte de plenitud y también huella y trasunto de arte en decadencia.
Los ejemplos que podrían citarse son numerosos; he aquí uno de Bal
tasar Dromundo:
“La tarde, lirio en tus manos,
violeta por tus ojeras,
rumor de beso en tu paso
y suave angustia en tu beso”.
Hasta aquí sólo hemos establecido una relación cualitativa por lo
que se refiere a la dimensión entre dos magnitudes de distinta especie
(n : 1), o en el caso particular de la definición de Eudoxo entre dos
magnitudes homogéneas (n : n’) ; es decir, liemos considerado única
mente el término geométrico que se llama razón.
Ya he dicho que a pesar del gran sentido artístico de una razón
(metáfora), ésta no lo tiene cuando se trata de la geometría o de la
ciencia. Para que lo tenga, es necesario que el mecanismo íntimo del
pensamiento geométrico dé un paso más y descubra que su verdadero
destino estriba en comparar razones, es decir, en establecer propor
ciones (oj vocXo-yt°t )
Cuando dos razones:
�a : b, c: d,
se comparan, surge la proporción:
a : b :: c : d (2 o <xv°c\oyov)
estableciendo la igualdad fecunda y conclusiva:
ad = be.
La proporción, expuesta en esta su forma general o en cualesquie
ra de sus variantes más simples, es la esencia y el nervio mismo de la
geometría y de la ley científica. Así, por ejemplo, si en la ley que nos
ocupa tomamos solamente cuatro variables, la expresión parcial:
nr = ^ /p /i
es, fundamentalmente, una proporción.
Establecido lo anterior y encontrado el nexo entre la razón geomé
trica y la razón poética (metáfora), parece lógico, aunque inadvertido
hasta hoy, preguntarse qué valor puede tener la proporción en la poesía.
De antemano puede decirse que cualquiera que sea el valor de la
proporción poética, ésta pertenecerá al mundo de las ficciones, es decir,
a la imaginación creadora ; y que de la misma manera que la proporción
geométrica es un paso más—el verdadero—en el pensamiento científi
co, la proporción poética será una complicación o, por lo menos, una
evolución de la metáfora actual.
Para precisar las ideas tomemos artificialmente dos metáforas:
1. Tus ojos son como el mar,
2. Mi afán es como el horizonte,
y establezcamos la proporción correspondiente, según la expresión de
Baltasar Dromundo:
“Tus ojos
son a mi afán
lo que a la mar el horizonte”.
Las dos primeras metáforas, aisladas o en sucesión, no representan
estéticamente ni la mínima parte del efecto que causa la proporción poé
tica establecida por Dromundo; diríase que carecen del verdadero sen
tido que el poeta quiso dar a su pensamiento y que casi le son ajenas.
Sin embargo, la proporción de Dromundo se deriva como forma cons
tructiva—arquitectura—de las dos metáforas previamente establecidas.
En consecuencia, el ejemplo prueba la posibilidad de emplear con
�éxito artístico la proporción poética. Y el caso demuestra que esta nue
va forma de expresión es una metáfora que trasciende, que especula y
que complica; es decir, una metáfora de metáfora, o para hablar en el
lenguaje de las formas del razonamiento puro, una función de función.
Citaré como ilustración los cuatro ejemplos que de esta forma de
expresión poética encuentro en el libro de Baltasar Dromundo, despo
jándolos de todo paréntesis aclaratorio, de suerte que aparezcan en su
más pura forma constructiva:
“Tus ojos
son a mi afán
lo que a la mar el horizonte,
lo que a la estrella el mar.”
(Párvula)
“Tus ojos,
para mi verso altos
como el cielo es al niño.”
(Párvula)
“El ajenjo infinito de los ojos de usted
Es a mi sed
lo que las tardes altas,
húmedas de silencio entre su nombre.”
(Romance color de ajenjo)
“Azoro
de tu cuerpo desnudo
dócil para mis manos
como tu pecho es a mi beso” ;
(Nanette)
Es verdad que los ejemplos que cito no tienen la fuerza de una
prueba deliberada, ni menos el propósito, por parte de Baltasar Dro
mundo, de presentar una nueva forma de expresión poética, porque él
mismo me ha indicado que estas expresiones le fueron ajenas como fi
nalidad y sólo obedecen a una espontánea manifestación de su poesía;
pero aún así, la realización natural de estas expresiones poéticas prueba
su posibilidad—como un hecho realizado'—y lo que es más importante,
la demuestran desde un plano puramente emotivo y ajeno a toda preocu
pación técnica.
�Es muy posible que buscando antecedentes a la teoría que presento
en este ensayo, se encuentren en las obras de los poetas del siglo pasado
—aunque no recuerdo ningún ejemplo concreto—y con más seguridad
en las obras de los contemporáneos, porque la proporción (metáfora de
metáfora) se ajusta mejor, según mi sentir, a la poesía de boy que a la
correspondiente de las escuelas clásica, romántica y modernista; pero
como el propóstio de mi ensayo queda al margen de la erudición y del
detalle, me abstengo de buscar antecedentes y me limito a exponer los
puntos principales que pudieran servir para establecer una teoría gene
ral de la metáfora.
Partiendo de la forma más amplia de la proporción:
a : b :: c : d,
es claro que pueden presentarse todos los casos particulares que en
ellas se contienen, formados por lo menos de tres términos diferentes y
que se reducen a los .dos géneros:
1. a : b :: c : a,
2. a : b :: a : c,
y también es claro que estos dos géneros—y todas sus variedades—son
de innegable aplicación como metáforas de metáforas, es decir, como
proporciones poéticas.
Como por otra parte la proporción geométrica o científica también
se presenta en cadena, como en el caso de la ley que tomamos como
ejemplo, es también factible que la proporción poética, expresada en ca
dena o sucesión, tenga aplicación artística, como puede verse con toda
claridad en el primer ejemplo de los cuatro citados que se encuentran
en el libro de Dromundo, y cuya estructura se nos presenta en forma de
dos proporciones ligadas:
a : b :: c : d :: f : c.
¥
*
*
En resumen, desde el punto de vista de la poesía, podemos con
cluir :
Primero. La metáfora poética, dentro de su particular campo crea
dor e imaginativo, reconoce la misma estructura y tiene igual forma ar
quitectónica que los moldes clásicos del pensamiento geométrico y cien
tífico: la razón (metáfora) y la proporción (metáfora de metáfora).
�Segundo. La razón (metáfora) es la forma clásica de la expresión
poética practicada sistemáticamente hasta nuestros días.
Tercero. La proporción (metáfora de metáfora) es una forma po
sible de la expresión poética, que hasta ia fecha no ha tenido aplicación
sistemática, y cuya práctica y desarrollo pertenecen por entero al por
venir.
Cuarto. Una y otra formas no se excluyen, sino que pueden usarse
con absoluta independencia, o en combinación, como lo demuestra este
bello ejemplo de Baltasar Dromundo:
“Tus ojos
—delicia de uva—
(razón poética: meáfora)
son a mi afán
lo que a la mar el horizonte,
(primera proporción poética:
metáfora de metáfora)
lo que a la estrella el mar.”
(segunda proporción poética:
metáfora de metáfora)
Con el establecimiento de estas cuatro conclusiones—finalidad de
mi ensayo—me parece que puede iniciarse un estudio más completo y
profundo de la teoría general de la metáfora.
Por lo que toca a la obra lírica de Baltasar Dromundo, es claro que
aún queda mucho por decir. En esta glosa solamente he rozado algunas
de las expresiones poéticas de este artista, que han sido suficientes para
ponerme en camino de exponer una vieja idea de mis primeros años de
meditaciones literarias.
�LA PROBABILIDAD DE QUE
HAYA OTROS M U N D O S
...... ■
H A B I*T A D O S
Por Pedro ZULOAGA
Los sistemas planetarios ya no tienen por qué ser estupendamente
raros; casi cada estrella, con excepción de las que se encuentran toda
vía en la etapa de gigantes, que son las menos, y tal vez de los sistemas
binarios o múltiples, puede estar rodeada de un cortejo de planetas.
Pero ¿significa esto que en cualesquiera de esos sistemas planetarios
puede haber mundos habitados? Muy lejos de eso; el hecho de que una
estrella esté rodeada de planetas, no implica en manera alguna que en
ellos haya vida. Nuestro sistema solar se compone de nueve planetas
grandes y más de mil pequeños conocidos hasta hoy; y de estos apenas
sabemos con seguridad de uno que sea habitable, y de otros dos que
posiblemente lo son, Marte y Venus. En todos los demás la vida, tal
como nosotros la conocemos es absolutamente imposible.
La vida no soporta temperaturas nray altas ni muy bajas y su de
pendencia del agua en estado líquido la circunsciúbe a los límites en
que ese estado persiste. ¿Qué es un margen de cien grados comparado
con la enorme escala de temperaturas que se encuentra en el Cosmos,
desde el cero absoluto hasta los veinte o treinta millones de grados del
interior de las estrellas normales, y hasta los trescientos o más millones
del corazón de las blancas enanas? Tiéndase una cinta de treinta kiló
metros de largo y en ella márquese una longitud de un centímetro ; la
cinta entera representará la gama de temperaturas que prevalece en el
Universo y el centímetro el margen en que la vida es posible.
Ahora bien; Mercurio carece de atmósfera, como la Luna; ningún
cuerpo de tan exigua masa puede retener una cubierta gaseosa. La tem
peratura en el lado del planeta que ve perpetuamente al Sol, es de 345° C.
(medidos ya, por medio de la termopila), o sea suficiente para fundir el
plomo; en el lado opuesto es casi la del espacio libre, 270° bajo cero.
En cuanto a los planetas exteriores, de Júpiter en adelante, todos poseen
temperaturas inferiores a 140° bajo cero. Pero, además, esos planetas
parecen no tener superficie sólida; su gran masa les ha permitido con-
�servarse como globos líquidos rodeados de una gruesa capa gaseosa, o
quizá totalmente gaseosos. Quedan, pues, sólo, como posibles candida
tos a la habitabilidad, Venus y Marte.
En el primero la temperatura sería de 70° si no fuera porque está
constantemente envuelto en nubes; nunca liemos podido ver su super
ficie. Debajo de las nubes la temperatura probablemente no excede
de 42°. En esas condiciones la vida sería posible, aunque incómoda pa
ra nosotros. Pero ¿qué clase de vida es la que puede haber allí? La
grande y persistente nublazón parece indicar la existencia de un pantalasa, un mar que cubre todo el Globo; y la sospecha se corrobora con
la siguiente consideración: si es válida la hipótesis de sir George Darwin de que la cuenca de nuestro Océano Pacífico es la cicatriz que la
Luna dejó al desprenderse de la Tierra, como Venus no tiene luna, no
hay cuenca alguna en donde puedan reunirse las aguas; y, por consi
guiente, por poca cantidad de ellas que haya en el planeta, deben cubrir
totalmente su superficie. En este caso los habitantes de Venus, dado
que los haya, han de ser por fuerza seres acuáticos.
Hace pocos meses causó una mediana sensación el descubrimiento,
por medio del espectroscopio, de que en la atmósfera de Venus existe
oxígeno libre, aunque en pequeña cuantía en la parte accesible a la ob
servación, que es arriba de las nubes. Se supone generalmente que aquí,
en la Tierra, todo el oxígeno libre del aire, así como el que hoy está
aprisionado en los óxidos de las rocas, ha sido producido por la agen
cia dé las plantas. Los volcanes no arrojan oxígeno libre y sí fuertes
cantidades de dióxido de carbono; y las plantas, en el proceso de la fo
tosíntesis, segregan de éste el oxígeno, que devuelven a la atmósfera,
reservándose el carbono para las necesidades de su economía. El cálcu
lo demuestra que la cantidad de dióxido de carbono arrojada anualmen
te por los volcanes es más o menos suficiente para producir, en mil ocho
cientos millones de años (la edad de la Tierra), todo el oxígeno del aire
más el contenido en los óxidos de la corteza. Parece, pues, probable
que en Venus haya plantas; y en ese caso es casi seguro que también
animales.
Pero no debe pensarse que los seres acuáticos de aquel planeta sean
tipos tan avanzados como nuestros peces, o aun crustáceos; organismos
tan complejos han debido surgir en las costas, en las zonas litorales,
aunque después hayan colonizado la alta mar asumiendo las formas pe
lágicas, y hasta los abismos oceánicos con las formas características del
�benthos; como colonizaron también la tierra firme al convertirse en los
tipos superiores de vertebrados. Pero si en Venus no hay costas, su
fauna-flora debe consistir en plantas sin raíces y animalillos microscó
picos como los que constituyen el plankton de nuestros mares: foraminíferas, radiolarias, diatomáceas, algas microscópicas, etc. (No que nin
guno de estos grupos se encuentre representado allá, sino que éste será
más o menos el grado de organización.) Suponer que un tipo terrestre
pueda repetirse en otro planeta es suponer algo infinitamente impro
bable, dado que ni aún en dos continentes o mares de nuestro propio
planeta se producen tipos semejantes, a menos que los unan lazos de
consanguinidad, es decir, que en alguna época hayan podido migrar del
uno al otro o que hayan sido transportados por el hombre; por esto de
bemos despedirnos de una vez por todas de la idea de que en alguna otra
parte del Universo existan hombres como nosotros. Si bien pueden exis
tir seres superiores, así como equivalentes e inferiores a nosotros; pero
totalmente diferentes.
Pasando ahora a Marte, encontramos que es el planeta en que las
condiciones de vida más se asemejan a las nuestras: hay atmósfera, aun
que tenue, de densidad igual a la cuarta o quinta parte de la de la nues
tra ; menor aún que la densidad del aire en las cimas del Himalaya, a
donde nosotros no podemos llegar sin máscaras de oxígeno. Hay agua,
aunque tan escasa, que la mayor parte de la faz del planeta ofrece el
aspecto de un desierto de arena, en el que se levantan grandes polva
redas que abarcan miles de kilómetros cuadrados, y las nubes son una
rareza; pequeñas manchas blancas que de tarde en tarde cruzan el disco,
en tanto que aquí, en la Tiera, el 50 por ciento de la superficie está
constantemente cubierto por nubes. Los casquetes polares desaparecen
casi o totalmente durante los veranos de cada hemisferio, lo que prueba
que son sutiles mantos de nieve y no gruesas capas de hielo como los
nuestros. La temperatura asciende a mediodía en el ecuador hasta 20°,
aunque en las noches desciende a 60 o más grados bajo cero; tempera
tura cruel, pero bien conocida en ciertos lugares de la Tierra (en Verkojansk se ha llegado a registrar 73° bajo cero, y, sin embargo, es un lu
gar permanentemente habitado). La inclinación del eje del planeta es
de 25° o casi igual a la del nuestro de 23 y medio, y otro tanto ocurre
con la duración del día, que es de 24 horas y media.
Pero aquí terminan las semejanzas. ¿Hay vegetación? Esto ya es
algo dudoso ; ciertas regiones del disco cambian durante la primavera y
�verano de cada hemisferio su tinte ocre de desierto por un color obscu
ro entre azul y verde, y a veces casi negro; parece, pues, verosímil que
éstas sean zonas cubiertas de plantas. En cuanto a los famosos canales,
en los que tanta tinta se ha gastado, su existencia sigue en duda hoy,
como hace cincuenta años; la fotografía no los revela, pero hay toda
una escuela de observadores, en particular los de Flagstaff, que insiste
en que esto se debe a un defecto inherente a la placa fotográfica, que
sólo registra las imágenes tenues tras un largo tiempo de exposición,
mientras que los finísimos detalles en cuestión sólo se perciben por ins
tantes. Sin embargo, a juzgar por los dibujos que de ellos hacen, hay
que creer que cada observador los ve de muy distinta manera; los di
bujos de Antoniadi no se parecen a los de Pickering ni los de éste se
asemejan a los de Lowel o Schiaparelli; y, por último, hay otros muchos
observadores que confiesan no ver nada. Quede, pues, esto pendiente.
Como se ve, de más de mil planetas grandes y chicos que componen
nuestro Sistema Solar apenas en dos o, a lo sumo, en tres, es posible la
vida (y no segura). Otro tanto debe acontecer en los demás sistemas
planetarios; sólo dentro de una zona anular muy restringida, a cierta
distancia de la estrella, se hallarán las condiciones apropiadas, por lo
que hace a la temperatura. Pero ya hemos visto que se requiere otras
muchas condiciones; aparte de las ya mencionadas, se requeriría para la
vida abundancia de carbono, nitrógeno, sodio, azufre, fósforo, hie
rro, etc; y, en fin, para dar idea de lo delicado que es el equilibrio re
querido, bastará la siguiente reflexión: la atmósfera debe ser lo bastan
te densa para impedir la penetración de una excesiva dosis de rayos
ultravioleta o de rayos cósmicos, cuyos efectos serían mortíferos; pero
no tan densa que excluya por completo a esos rayos, ya que parecen
ser esenciales para la vida. Son ellos los que producen la ionización del
aire y del agua y, por tanto, también de los jugos del organismo; y el
fisiólogo Zvardberg, haciendo latir un corazón de pollo en una vasija
(conforme al método bien conocido del doctor Carrel), ha comprobado
que si se priva de todos sus iones a la solución en que se baña, el corazón
cesa de latir.
Es, pues, evidente, dado el complejísimo conjunto de circunstan
cias y el delicadísimo equilibrio de ellas, necesario para que la vida flo
rezca, que los mundos habitados deben ser sumamente excepcionales.
Eddington va más lejos y supone, denodadamente, que en todo el Uni
verso no hay más mundo habitado que el nuestro. ¿Será esto verdad?
�¿Be posible que estemos absolutamente solos en la inimaginable vaste
dad de la Creación? Siendo éste el único mundo poblado y nosotros los
amos indisputados de él, es claro que representaríamos el más elevado
tipo de ser que hasta hoy ha surgido de la actividad creatriz; la idea es
halagadora para nuestro orgullo, pero a la vez aterradora. Y antes de
aceptarla debemos examinar el problema desde otros puntos de vista.
Hasta ahora no hemos visto en qué puede afectar la escala temporal
larga o corta a este problema de la pluralidad de los mundos habitados.
En la teoría de la “disrupción” por el acercamiento de dos estrellas, es
claro que esos encuentros serían proporcionalmente más frecuentes con
la escala corta (habida cuenta de la dilatación del espacio), que con la
escala larga sin dilatación, y la mayor frecuencia compensaría la breve
dad del tiempo; de modo que el número total seguiría siendo el mismo.
Pero en cualquiera otra teoría que se adopte, en que la formación de
planetas se deba a causas inherentes a la estrella misma, el tiempo es un
factor importantísimo. Como no puedo dar por hecho, sin embargo, que
se acepte la hipótesis aquí propuesta de la génesis de los sistemas pla
netarios, debo consignar que el número de los encuentros entre estrellas
y, por ende, el de los planetas, podría ser mucho mayor de lo calculado
de acuerdo con la teoría de la disrupción, si se admite que existan mu
chas estrellas apagadas (una gran mayoría).
Gifford, de Sydney, en Australia, lia sugerido una hipótesis bien
fundamentada en la que supone que todas las “novae” o estrellas nuevas
que aparecen en el cielo son efecto del choque (no simplemente acerca
miento) entre dos estrellas, en el que mutuamente se arrancan un gajo
o segmento. La temperatura del fragmento así arrancado, tanto por
provenir del interior como por la conversión en calor de la enorme ener
gía cinética de ambos astros, debe ser altísima, de millones de grados;
y la expansión del fragmento que sigue inmediatamente después es tan
rápida, que en breves días los gases que lo forman pueden llegar a ocu
par un espacio como el que encierra la órbita de la Tierra o aun la de
Marte. Se concibe que en estas circunstancias la luminosidad de la es
trella se multiplique por mil, diez mil o más veces; o lo que es lo mismo,
que su brillo aparente suba en pocos días ocho, diez o más puntos en la
escala de las magnitudes, que es lo que se observa en las “novae”. D'esde
ser una estrellita de 10® u 11’ magnitud, totalmente invisible aun con
gemelos, en tres o cuatro días aumenta de brillo hasta llegar a ser de
1’ magnitud y en ocasiones hasta de magnitudes de signo negativo, como
�ocurrió en 1572 con la “Nova Cassiopeae” y más recientemente, en 1901,
con la “Nova Persei” y en 1918 con la “Nova Aquilae”. Pero para que
la explicación de Gifford pueda ser válida, hay que admitir que existe
un número enorme de estrellas obscuras; sólo de este modo pueden los
choques ser lo bastante frecuentes para producir todas las novas obser
vadas en los últimos tres siglos. Y bien, esto multiplicaría también el
número de los probables sistemas planetarios, pero no dependería de la
longitud de la escala temporal.
Hay, en cambio, una reflexión que parece no haberle ocurrido a
nadie y que afecta indirectamente la decisión que se haya de tomar con
respecto a la duración del tiempo cósmico. Si nos atenemos a la escala
corta, ocho mil millones de años más o menos, es el tiempo permisible
para toda la evolución del Universo, como creo haberlo dicho ya. En
ese tiempo, el gas primordial, formado probablemente de protones y
electrones libres, hubo de congregarse en masas de dimensiones nebulares, capaces de dar origen, en promedio, a unos diez mil millones de so
les cada una. Las masas al contraerse dieron origen, por exceso de ro
tación, a esos brazos que hoy vemos enrollarse en torno del núcleo y cu
yos nudos granulaciones han dado nacimiento a sendos enjambres. Es
calculable el tiempo necesario para este proceso, y resulta ser de dos o
tres mil millones de años; pero, además, se requiere tiempo para que
los enjambres se disgreguen en estrellas y, finalmente, éstas deben ha
berse condensado por gravedad hasta casi su radio actual, antes de que
estuvieran en condiciones de arrojar de sí planetas; de todo lo cual se
deduce que, si existen otros sistemas planetarios, ninguno de ellos puede
ser mucho más viejo que el nuestro, cuya edad se estima en dos o tres
mil millones de años. En cambio, si suponemos que las estrellas hayan
vivido ya billones de años, muchos de los sistemas planetarios serían mi
les de veces más viejos que el nuestro, y las consecuencias de esto son
abrumadoras. Véase si no.
Si la vida en este planeta ha podido ya producir una inteligencia
del grado de la humana, ¿qué no daría de sí en un millón de veces más
tiempo? Si el hombre en tres tristes siglos de investigación científica
ha discurrido ya métodos de locomoción que hacen posible la navega
ción interplanetaria, al punto de que sólo dificultades prácticas y eco
nómicas retardan su realización y que probablemente antes del fin del
presente siglo se habrán efectuado ya viajes de esa índole, ¿qué no ha
bría podido realizar una raza como la humana en treinta mil millones de
�siglos? Que una raza semejante y de tal antigüedad habría, para estaS
fechas, descubiertos y colonizado todos los planetas habitables del Uni
verso y aun convertido en habitables a otros que no lo fueran, es impo
sible de dudarse; y, por consiguiente, nosotros deberíamos tener noticia
de esos seres. (A menos que supongamos que son de naturaleza tan di
ferente de la nuestra, tan depurada y sublimada por su prolongadísima
evolución, que se asemejen a espíritus puros y que nosotros no poseamos
medios de percibirlos; en el cual caso podrían hasta habitar en nuestro
mundo y entre nosotros sin que nos diésemos cuenta.) Sin rechazar del
todo esta última posibilidad, parece sumamente probable que seres tan
avanzados habrían hallado ya medios de manifestarse a nuestras inteli
gencias romas y a nuestros obtusos sentidos. Aparte de que, si los mun
dos habitados han ido apareciendo continuamente a lo largo de todo el
tiempo cósmico, los seres que los pueblan deberían ser de todos los gra
dos de adelanto, incluso algunos sólo ligeramente más avanzados que
nosotros, pero capaces, no obstante, de trasladarse a la Tierra. Si el lec
tor se toma el trabajo, mediante un supremo esfuerzo de imaginación,
de representarse vividamente lo que significan los lapsos de tiempo en
cuestión; si reflexiona que el avance de la vida es eumulativo, es decir,
que se acelera con el tiempo y si recuerda lo que ha dado ya de sí en el
relámpago de nuestro pasado, llegará a la convicción de que no existen
»n el Cosmos seres creados notablemnte superiores al Homo sapiens
(que es bien poca cosa, por cierto).
Y esto sólo se explica de uno de dos modos: o porque el conjunto de
circunstancias físicas y químicas necesario para que la vida surja es tan
inauditamente improbable y excepcional, que el caso sólo se ha produ
cido una vez desde que el Universo existe; o bien porque no hay siste
mas planetarios más viejos que el nuestro. En uno y en otro caso posee
ríamos una notable preeminencia: o la de ser los únicos o la de ser los
más antiguos. Y a este propósito conviene observar que tendríamos que
ser realmente los primeros, porque bastaría que otros fuesen unos cuan
tos millones de años más viejos (es decir, una fracción de uno por cien
to del total) para que a ellos fueran aplicables todas las consideracio
nes hechas antes, con respecto a la ubicuidad y la casi omnipotencia de
esos seres
Resumiendo, lo razonable es creer que la vida es un fenómeno tan
improbable, que sólo una vez, o si acaso unas cuantas veces, ha surgido
y que su aparición en la Tierra fué, si no la única, de las primeras. Bien
�sé que esto ofende al sentido de la proporción: que miles de millones de
nebulosas, consistente cada una en diez mil millones de soles de los cua
les muchos deben estar rodeados de planetas (de numerosos planetas
cada uno), hayan sido creadas para que sólo un planeta de ínfima clase,
o a lo más unos cuantos, estén habitados, parece un despropósito. Jeans
ha estimado que el número total de estrellas es aproximadamente igual
al de los granos de arena de todas las playas y desiertos de la Tierra;
pero una estrella es un cuerpo millones de veces más voluminoso que
nuestro planeta, así es que si cada grano de arena representa una es
trella, la Tierra en ese conjunto estará representada por un grano de
polvo absolutamente invisible, excepto con poderoso microscopio. ¡Y
ser el único Globo habitado!
Sin embargo, tales “despropósitos” o derroches se encuentran a ca
da paso en la Creación. Cualquier árbol da en un año suficientes gra
nos de polen para cubrir con árboles de su especie al mundo entero;
una sola hembra de ciertos peces pone en un año dos millones de huevos
que, si todos se incubaran y continuase la misma proporción, en poco
más de tres años el océano estaría atiborrado de sus descendientes, al
punto de que no tuvieran espacio donde moverse. Pero ¿qué más?; un
mamífero, el hombre por ejemplo, produce en una hora ochocientos mi
ilones de espermatozoides, ochocientos millones de hijos potenciales en
sesenta minutos, o sea cosa de trescientos billones en toda su vida, nú
mero mil veces mayor que el de todas las estrellas de la Galaxia; y esto
para que en promedio se logren, si acaso, dos o tres . .. No debe sorpren
dernos, pues, el derroche que se ha hecho de estrellas para producir un
mundo habitado; ese derroche es la regla, no la excepción.
Por lo demás, este Universo es evidentemente nuevo, muestra todas
las marcas de la infancia; más del 99% de su vida está en lo porvenir
(y esto aun sujetándonos al solo proceso de síntesis, sin recurrir al de
la destrucción de la materia; que, sin embargo, parece imponerse, como
vimos al hablar de las estrellas ultraluminosas). Con la sola síntesis del
hidrógeno que le queda, nuestro Sol podría todavía mantener su radia
ción actual por setenta mil millones de años, mientras que hasta ahora
no ha vivido sino cuatro o cinco mil millones; pero a medida que enve
jezca irradiará menos, con lo que su vida se prolonga indefinidamente.
Por otra parte, muchas de las nebulosas espirales aún no han tenido
tiempo de resolverse en estrellas; la N. G. C. de la Virgen, la M.51 (el
famoso “Torbellino” de los Perros de Caza) y otras innumerables se en-
J
�eueñtran en ese estado de masa gaseosa caótica; muchas estrellas que
íióy son gigantes aún no han llegado a la condición en que pueden pro
crear planetas; en fin, muchos planetas que hoy nO son habitables por
estar demasiado próximos a su estrella madre, lo serán con el tiempo,
citando la radiación de ésta haya disminuido lo bastante o cuando la
expansión del espacio las haya alejado a una distancia conveniente.
Finalmente, la vida en el tiempo que lleva de existir lia dado ya
pruebas de una enorme adaptabildad. Originaria de las aguas templa
das y soleadas del litoral, ha invadido la tierra firme y el aire y los abis
mos oceánicos a donde la luz no penetra; ha colonizado incluso los^her
vientes geysers y fuentes termales, así como los hielos polares (algas mi
croscópicas llamadas “nieve roja”) ; se lia adaptado a medrar en el inte
rior de otros seres vivientes (parasitismo) y aun debajo de la tierra, co
mo las bacterias aneróbicks y loe topos ciegos de las cavernas de Kentucky; en una palabra, ha dominado toda la vasta diversidad de medios
y condiciones que ofrece este planeta. ¿Por qué limitar arbitrariamente
su futura adaptabilidad? ¿Por qué dudar que mundos que hoy nos pa
recen inhabitables algún día serán también acaparados en la expansión
triunfal de la vida?
En conclusión: estamos solos o casi solos en el Cosmos, no porque
seamos destinados a estarlo siempre, sino porque llegamos temprano;
les demás vendrán después. ¿Vendrán de dónde? Quizá sean nuestros
propios remotos descendientes los destinados a tomar posesión del pro
digioso campo; para punto de partida de la majestuosa procesión de vi
vientes, nuestro pequeño mundo vale tanto como cualquier otro. Re
cuérdese (jue, según las cosmologías relativistas, “el centro está en todas
partes, la periferia en ninguna”. Y si la vida ha de brotar o ha brota
do ya independientemente en otros mundos, nos corresponde al menos
la prioridad. Fuimos los primeros.. . ¡y acabamos de llegar!
�JUAN
DE D I O S
—
BOJORQUEZ
Por Diego de PEREDA
Nació Juan de Dios Bojórquez en el Estado de Sonora. Su pueblito, según frase suya, se “llama San Miguel y se apellida Horcasitas”.
A él debía volver los ojos, después de recorrer los caminos de la Revo
lución, para dedicarle tiernas páginas que acreditasen el ingenuo cora
zón de que Luis L. León hablara. San Miguel de Horcasitas, el pueblito
que “avanza pausadamente hacia el retroceso”, tiene su himno en un
pebetero encendido en plena selva en honor de la Revolución redentora
de México.
Este sagrado incensario cuya mirra se quemaba en pleno fragor del
combate, es Sonot. Libro éste, según el autor, “semisalvaje, de amor y
rebeldías”, y que en realidad no es sino un canto de entusiasmo a la vida,
al ideal y al valor. Sonot, el primer libro de Bojórquez, es sagrado como
un antiguo y rústico teocali, porque lo escribió un hombre que, entrega
do al sentimiento, se olvidó de pensarlo, librándolo así de la enferma
intención humana y creándolo sólo con las hondas pasiones de un co
razón generoso, soñador y optimista, que pasó por el vasto escenario
de la Revolución mexicana cantando al heroísmo y al ensueño.
Sonot es un libro alegre que, aun dentro de su estructura literaria,
romántica, semisalvaje y rebelde, nos recuerda a “Campaña Alegre” del
maestro lusitano; y ambos libros, tan disímiles en la forma literaria y
en los motivos, aunque no menos ligados por el soplo de .libertad que
circula en su fondo, se parecen. Porque ambos autores los escribieron
con la sonrisa y el optimismo de la primera juventud. Sonot: tú eres
un hálito de la Revolución. Tú llevas en tu entraña cariñosa, piadosa,
sentimental, romántica, una sonrisa para los claveles de tu provincia;
rindes un corazón a los pies de las muchachas de tus pueblos y de tus
campos; ríes con el arroyo de tus caminos; cantas con el alma popular
de tus compueblanos; besas el negro cabello de tus mujeres y juegas en
los pliegues de sus vestidos provincianos con el enamorado viento del
espacio; eres la fruta dulce cuando saludas al negrito que “da grasa al
�calzado” y flor que siente el dolor del cincel que la burila, cuando en
tregas a la posteridad la sencilla e intensa tragedia del chamaquito en
la Revolución. Eres pólvora del combate y piedra angular de una per
sonalidad. ..
Bojórquez fué uno de los primeros en penetrar en el caldeado cam
po revolucionario, templo en que se construía, en el altar de la fe y del
heroísmo, el mármol blanco de la libertad para levantar hasta el cielo
azul la yacente estatua de la patria. Y Bojórquez venía de otro templo:
la Escuela de Agricultura que le otorgó su título de ingeniero agróno
mo para que amara mucho la tierra, pero para no cultivarla nunca...
El autor de Yorem-Tamehua, la novela sonorense de asunto revo
lucionario, debía ser político y diplomático, pero no agricultor. Fué
ministro en la Habana hace años, y nadie puede dejar de recordarlo con
cariño; su fuerte corriente de simpatías le hace amigo entrañable, y
cuando se separa, su persona es inolvidable. En Honduras fué ministro
también, y lo declararon “peligro nacional” ... Porque si hombre de
tantas simpatías sentía deseos de ser presidente de Honduras, resultaba
el candidato único. Pasó con el mismo cargo a Guatemala, y ya casi re
sultaba otro peligro nacional. . . Luego a México de nuevo. Y Bojór
quez decidió conducir el caudal de sus simpatías por el campo literario.
Muchos lo han seguido. El ha animado al Bloque de Obreros Intelectua
les y le dió un órgano de difusión: CRISOL, “revista moderna que con
tribuye a definir y esclarecer la ideología de la Revolución”. Revista
de alta significación literaria, en la que aparecen los estudios de una
serie de intelectuales conscientes y serios que trabajan con amor y ta
lento. El bloque, respondiendo a un férvido deseo de engrandecimiento
y laboriosidad, hace ediciones de libros y folletos, entre los que se cuen
tan varios del autor de Sonot dedicados a biografías de hombres con
notados de la Revolución.
Bojórquez es, además, técnico en materia estadística, y su labor en
este campo es amplia y de significado provecho para la nación azteca.
En 1927, este dinámico entusiasta del trabajo fué comisionado por su
Gobierno para asistir a la XVII Sesión del Instituto de Estadística cele
brada en Egipto, rindiendo en su misión una labor que tuvo por coro
lario la Conferencia celebrada en México. Bojórquez viajó por muchos
países del viejo mundo; a ese viaje se debe la producción más acabada
de él en literatura: Pasando por París y El Mundo es Igual. Estos dos
libros, escritos por un alma romántica, que no tiene tiempo para soñar
�y nos da el ensueño a retazos, a saltos, apresuradamente, en una prosa
bella, emotiva, sintética, recortada, personal, nueva, al estilo de la que
nos regala en Sonot; pero más culta y poética; con mayor precisión en
la forma y más acabada, como una espada que, forjada por la diestra
mano de la experiencia, salió a lucir la hoja al sol, más templada que
sus hermanas anteriores, pero denunciando su procedencia del mismo
acero...
Estos dos libros son tan poéticos en la literatura mexicana, como
dos rayos de luna tendidos sobre el azogue de los mares que cruzó
el poeta.
No podemos terminar sin antes anotar estas características del no
ble corazón que alienta en el pecho altruista de Bojórquez. El es ale
gre; una fuerte corriente de sutil humorismo vuela como un soplo divi
no sobre su prosa y ríe en sus labios... El cruza por la vida cantando,
amando y trabajando. En él el optimismo es una fuerza incontrastable,
engendradora de gran amor a los hombres y a la naturaleza, y de gran
sinceridad. Acaso eso: sinceridad espontánea, generoso amor y arro
llador optimismo sean las características más sobresalientes de su per
sonalidad.
El es alegre, y, sin embargo, yo creo que él, como el romántico es
píritu del vate Escudero, lleva en el alma, escondida allá, una “tristeza
risueña”. ..
�P L A N E A C I O N
Por Enrique E. SCHULZ
BASES PARA EL SEGUNDO OONGRESO NACIONAL
El éxito positivamente excepcional que alcanzó en nuestro medio la
reunión del Primer Congreso Nacional de Planeación, efectuado el mes
de enero de 1930, y que dejó un recuerdo tan grato en el ambiente cul
tural, fué debido tanto a su organización cuanto al número y calidad de
los trabajos presentados, en los cuales se puso de manifiesto el interés
que ha despertado el cultivo de este género de estudios, de tanta utili
dad en un país que, como el nuestro, trata de encauzar sus actividades
sociales, económicas y de progreso material, sobre las más firmes bases
de previsión y de orden. En aquel Congreso se llegó a una serie de con
clusiones que, para traducirlas en resultados positivos, se confió el en
cargo de su realización, como en buena parte lo cumplió, a la Comisión
de Programa que se creó en la Secretaría de Comunicaciones y Obras Pú
blicas.
Para definir las funciones de la Comisión y el alcance de los traba
jos que habrían de ser emprendidos, se expidió, después de cuidadoso
estudio y dentro del término de las facultades concedidas por el Poder
Legislativo al Ejecutivo de la Unión, la Ley sobre Planeación General
de la República, de 12 de julio de 1930 y, de acuerdo con uno de sus
preceptos, se instituyó más tarde la Comisión Nacional de Planeación,
la cual, lo mismo que la de Programa, contaron en los casos necesarios
con la colaboración amplia de la Comisión Permanente del Primer Con
greso Nacional de Planeación. Esta siempre se ha encontrado dispues
ta, con plena voluntad, a colaborar en cualquier trabajo relacionado con
los problemas de planificación y zonificación, tanto urbanos como en sus
conceptos regional y nacional.
Así fué como prestó siempre su cooperación durante el tiempo en
que trabajaron las comisiones oficiales de la Secretaría de Comunicacio
nes y Obras Públicas. Entonces se emprendieron muy interesantes es
tudios, no solamente en trabajos de planificación y zonificación del Dis
trito Federal, sino que se iniciaron otros relativos a la zonificación re
gional del Estado de Michoacán y varios más referentes a los problemas
�nacionales de la población, de las comunicaciones, del mejoramiento de
nuestros puertos, etc., así como también se hizo una detenida encuesta
acerca de las necesidades de mayor urgencia en cada uno de los muni
cipios de la República, relacionadas con la urbanización de sus más no
tables poblados. Igualmente se colaboró en la expedición de leyes sobre
la materia, en varios Estados y en diversas poblaciones de la nación,
que comprendieron la importancia y trascendencia de sujetar sus obras
y servicios de interés público a planes, o sea a programas debidamente
formulados dentro de las normas de la previsión, fundados en el estudio
de conjunto de sus más apremiantes necesidades presentes y futuras,
convenientemente armonizadas entre sí, para construir, con los datos
depurados en el más sano criterio, sus respectivos “Planos Regulado
res”, en los cuales quedarán traducidas gráficamente las conclusiones a
que tales estudios condujeran.
Por circunstancias incidentales, han sido suspendidos los trabajos
de las comisiones establecidas por la Ley Nacional de Planeación y, con
ellas, han entrado en un período de receso la mayor parte de los traba
jos que se habían alentado en los Estados y en algunas poblaciones, que,
como quedó dicho, tenían iniciados trabajos de este género.
Sin embargo, para satisfacción nuestra, cabe enaltecer el hecho de
que en las urbes que se encuentran en vía de febricitante evolución, los
mismos problemas que se van presentando a sus respectivas autorida
des, les imponen la necesidad de crear comisiones o juntas locales de
planificación y zonificación. Estos organismos, que funcionan como
cuerpos consultivos, se han creado ante la evidencia del alcance tras
cendental y de la utilidad que encierran los postulados de la planifica
ción, en contraste con los graves, onerosos y a veces irreparables per
juicios que con frecuencia se ocasionan cuando se les menosprecia. La
opinión que suministran tales corporaciones, por el contingente de es
tudios serios y suficientemente meditados que en su seno se elaboran,
tiene que ser importante, puesto que debe expresar el mutuo acuerdo
entre sus elementos integrantes, ya que entre éstos debe haber conseje
ros técnicos que aporten las luces de su experiencia y de su saber, para
contribuir a resolver con el mayor acierto los problemas planteados,
prestando así un servicio público de muy alto valor.
Natural ha sido que las actuales autoridades del Distrito Federal,
conscientes del momento histórico en que vivimos y de que nuestra ca
pital es una de las grandes urbes mundiales, que reclama, para moder-
�nizarse, la ejecución de magnas obras en relación con el crecimiento de
su población y de los intereses que en ellla se desenvuelven, hayan crea
do una Comisión Local de Planificación y Zonificación, expidiendo la
ley y el reglamento que norman sus actos. Las expresadas autoridades,
al obrar así, han contado con la experiencia adquirida en la grande urbe
mexicana del norte, en nuestra Monterrey, donde fueron las primeras
en establecí- las reglas de la planificación para el desarrollo de aquella
progresista ciudad, y no podían menos que implantar entre nosotros,
como lo han hecho, con general beneplácito, el organismo a que alu
dimos.
Los resultados evidentes que estamos presenciando en la transfor
mación benéfica que está sufriendo la ciudad, se atestiguan; pero segu
ramente que habrán de ser coronados por el más completo de los éxitos
cuando se haya adoptado el plano regulador respectivo, que tendrá que
impedir, por razón de su función, las inevitables reconsideraciones, a
veces tardías y perjudiciales, en aquellas obras que al ser ejecutadas no
obedezcan a enlaces indispensables con otras futuras y que sólo puedan
preverse en un proyecto de conjunto. Todavía, en mi personal opinión,
sería ventajoso, para afirmar el criterio en las soluciones que se adop
ten, considerar su conexión con la planificación regional de la cuenca
denominada vulgarmente Valle de México, y con múltiples problemas
de planificación nacional, en cuanto a la función antropogeográfica que
en los órdenes social, político y económico representa la ciudad de
México.
Significativas son también las tendencias que se han manifestado
recientemente en varios lugares,. donde espíritus comprensivos de la
imperiosa presión que el progreso ejerce para que sean adoptadas las
normas de la planificación, han comenzado a implantarse éstas con fe
y entusiasmo en extremo loables. En todos los casos, la Comisión Per
manente del Primer Congreso Nacional de Planeación ha cumplido con
ofrecer desinteresadamente el contingente de sus servicios y con aplau
dir y alentar los esfuerzos intentados. Merecen especial mención los del
Gobierno del Estado de Morelos en los trabajos realizados para la for
mación del plano regulador de la ciudad de Cuernavaca, que se encuen
tra en un período de pleno y desbordante desarrollo, así como los es
fuerzos de otras entidades. Ante el ejemplo de esos gobiernos, es se
guro que los de otros Estados seguirán el movimiento iniciado y es de
esperarse que el Gobierno Federal, convencido de la falta que hace den
�tro del organismo administrativo la existencia de la Comisión Nacional
de Planeación, habrá de restablecerla para que cumpla con sus espe
cíficas funciones.
Por otra parte, debemos consignar que la iniciativa privada tiene
en estos asuntos un órgano de selecta representación, como es la Aso
ciación Nacional para la Planificación de la República, compuesta por
numerosos elementos de espíritu firme y perseverante y de notable vali
miento social, entre los que se ha establecido la costumbre de reunirse
mensualmente en convivialidades íntimas, para cambios de impresiones.
Precisamente en el seno de esas reuniones surgió la iniciativa de que
fuese celebrada esta “Semana de Planificación”, que ha estado patro
cinada por nuestro insigne Ateneo de Ciencias y Artes, y que tanta
aceptación ha alcanzado.
Todas las circunstancias favorables que acabo de exponer, son ya
suficientes para permitimos pensar en que ha llegado el momento de
hacer un llamamiento a todos cuantos elementos estén conectados, en
cualquier forma, con estos asuntos y que nos unamos para presentar un
frente único hasta lograr que sean vencidas las resistencias que aún se
oponen a nuestra acción, con cierta preponderancia. Preparemos al mis
mo tiempo la congregación de quienes nos quieran traer su contingente
de estudio, siguiendo el ejemplo del Primer Congreso, y aportándonos
ahora las luces de una experiencia fortalecida en el proceso de las obras
realizadas o en vía de ejecución, del que se derivan múltiples enseñan
zas que conviene analizar y depurar, pues con este acervo de estudios se
fortalecerá el interés que proporcionemos a nuestro próximo Segundo
Congreso Nacional de Planeación, que nos franqueará el paso para en
cauzarnos hacia una nueva era, que se abrirá de seguro, ya sin resisten
cias, para dar franca acogida a las ideas nobles y sanas que perseguimos.
Para quienes seguimos constantes en la brega y hemos soportado con
abnegación las vicisitudes que se han presentado en nuestra marcha,
constituyen un constante aliento no solamente los hechos que he seña
lado, sino también las frecuentes noticias que recibimos de los progre
sos alcanzados en materia de planificación en las naciones hermanas de
Iberoamérica, principalmente en Argentina, Brasil, Chile, Perú, Colom
bia y Cuba, así como la extensión y perfeccionamiento que van adqui
riendo cada día en nuestra vecina del norte y en el Estado Autónomo
del Canadá. Por ello hemos pensado en dar a este Congreso, que habrá
de ser fundamentalmente orientador y encauzador, para establecer entre
�otras doctrinas, la concerniente a los enlaces que deben existir entre los
planos reguladores urbanos, regionales y nacionales, el carácter también
de intercontinental americano. Creemos firmemente que, si le damos esa
modalidad, tendrá que servir de estímulo para convencer a aquellos or
ganismos que han permanecido todavía renuentes a aceptar las ideas
que sustentamos, puesto que con la cooperación de otros elementos entu
siastas que nos traigan del exterior las enseñanzas de sus éxitos y nos
hagan ver los motivos de las dificultades que se les han presentado pa
ra la resolución de algunos de sus problemas, llegaremos así a los más
eficientes resultados.
Refuerza la consideración de que este momento es quizá el más
oportuno para preparar la celebración del Congreso, la coincidencia que
se presenta al iniciarse el año entrante la realización del Plan Sexenal,
que en sí mismo no es en el fondo más que la adopción de un sistema de
planeación gubernativa, en su más amplia connotación, tal cual lo plan
teaba el estudio inicial de nuestro Primer Congreso. 1 La Comisión de
Programa, encargada de la formulación de los postulados del Plan Sexe
nal, no ha dado cabida, sin embargo, con la amplitud que merecen, a los
trabajos de planificación, error que tendrá que corregirse necesaria
mente, y nada más a propósito que sus lincamientos generales sean se
ñalados por un grupo selecto de expertos, que con la mejor voluntad
alleguen su aportación técnica, como podrá ser la de los componentes
de nuestro futuro Congreso.
Para que se repita el éxito del primero, es preciso prepararlo con
la suficiente anticipación, contando, como lo he dicho, con la ayuda de
los elementos que estén interesados en justificar la participación que
hoy tienen en estos asuntos, al presentárseles la oportunidad para dar a
conocer los resultados de las actuaciones realizadas o que para entonces
se hubieren emprendido. Conviene hacer intensa labor de propaganda,
para obtener la cooperación intelectual de quienes estén dispuestos a
prestarnos su contingente de estudio, así en los problemas de la planea
ción en general, como en los de la planificación nacional, de la regional
y de la urbana en el vasto campo del Continente Americano.
Como complemento de las labores del Congreso, convendrá ir pen
sando también en organizar excursiones a diversas regiones del país que,
1 “La planeación en un program a de Gobierno”, por el señor ingeniero Javier
Sánchez M ejorada.
'
�al ser visitadas, despierten nuevas ideas relacionadas con nuestros tra
bajos, por ejemplo, a algunas de las, zonas arqueológicas mejor explo
radas, como las de Yucatán y Oaxaca; a varios de nuestros puertos en
vía de mejoramiento de sus condiciones existentes, como Veracruz y
Acapulco, tanto como a ciudades en las que se hayan realizado notables
trabajos de planificación, como Monterrey, Cuernavaca y alguna más
que surja en el movimiento emprendido.
Teniendo en consideración la magnitud y la nobleza del proyecto,
que al ser puesto en práctica redundará en provecho del progreso de la
nación, esperamos obtener, repito, la eficaz ayuda de quienes simpati
zan con estas ideas, ya que la Comisión Permanente del Primer Congre
so Nacional de Planeación, a la que represento, y que entre sus funciones
adquirió el compromiso de cumplir la principalísima misión de organizar
el Segundo Congreso, no se apartará jamás del significativo lema que
ha guiado sus labores:
“Ejercitar la perseverancia en la acción como medio, para fortale
cer la confianza en el triunfo como fin.”
{
�EL I N S T I N T O R E C L A M A
— —
—
SU P U E S T O
Por Jorge Juan CRESPO DE LA SERNA
En aquella ciudad que tenía un nombre como de pulquería, la feli
cidad había sentado sus reales. Sus habitantes andaban desnudos. Se
les preguntaba si habían leído las “Aventuras del Rey Paussole”, y con
testaban, frunciendo el ceño un instante, que no. Pero andaban desnu
dos. No había llegado a sus oídos lo del “nudismo”. Pero andaban des
nudos. Desnudos y descalzos. Porque eran puros, porque no tenían edu
cación... educación sexual. Porque reinaba en sus corazones y en sus
vidas el santo temor del instinto, dios máximo de su teogonia sin tras
cendencia metafísica.
Las mujeres, graciosas, esbeltas, rebosando vida y alegría, miraban
derechamente de hito en hito a los ojos de los hombres, de los árboles y
las bestias. No se entregaban nunca, porque no era necesario. Se unían
con los hombres y las cosas, en sed de placer, con una lujuria lavada en
las aguas de los ríos y en la tibieza de los atardeceres. La promiscuidad
corría parejas con la libertad de movimientos y de ideas. Todos hacían
lo que tenían que hacer, según se lee en los cuentos de las Mil Noches
y Una Noche. Y como no había ningún complejo sexual, precisamente
por esa concesión espontánea y admirable hacia los dictados del instin
to, las gentes, libres de concupiscencias y de morbos, podían dar rienda
suelta a sus predilecciones de todo orden, con la mente límpida y sere
na del que no conoce los tabús artificiales y troglodíticos que aún pa
decemos, como peste, en la mayor parte de los círculos humanos.
Todo era júbilo en la ciudad bendita. Reinaba la paz más substan
ciosa y orgánica, una paz verdaderamente octaviana, precisamente por
que nunca habían conocido las Octavas ni las Vísperas, que aún se usan
en otras partes. La gente trabajaba acompañándose del canto y nadie
sentía ni sintió nunca el látigo del deber sobre sus hombros, así es que
naturalmente lo qne se hacía rendía mucho más que en otras partes del
mundo, porque se trabajaba con alegría y con verdadera conciencia de
lo que se obtendría después. Las clases no existían, ni podían existir,
porque, como se contó al principio, todos andaban desnudos y lo que
�distingue más a las llamadas tdases sociales son los vestidos y afeites,
no las ideas y los hábitos.
Realmente se me agolpan en el cerebro las impresiones que recibí
el día qne aterricé en esa ciudad encantada. Por eso doy únicamente
las que más se me entraron por los ojos, porque crecían en las calles,
en las plazas, en los caminos oreados por un sol griego, caliente y esplen
doroso. Pero había otras manifestaciones que no pude dactilografiar en
mi mente, tan nítida y justamente como habría querido. Pues todas las
cosas en la ciudad ideal de que me ocupo estaban a tono con esa despre
ocupación aparente de sus habitantes. Las casas no tenían muros ni di
visiones interiores, como las que nosotros aún estamos usando. Como la
gente no tenía recelo ni desconfianza, no era imprescindible que el baño,
por ejemplo, fuera un lugar herméticamente cerrado; con agua sintéti
ca y un sistema anticuado de tuberías y desagües antihigiénicos. Para
esto, como para otras necesidades y usos, en la ciudad del Instinto, todo
está acondicionado para que el hombre, guiado por él, se sienta preci
samente liberado de sus exigencias. Todo es fácil, todo va como sobre
ruedas, y la televisión adelantadísima que tienen instalada en todos los
hogares y en todas las plazas públicas registra siempre en grado de
Lince Mayor la jocundidad de los rostros, de los ademanes y las inten
ciones.
Pero un día, un fenómeno cualquiera da al traste con la ciudad de
nuestro cuento y el único superviviente de la grandiosa catástrofe es
precisamente el Instinto, una especie de Yerbo Encarnado de esa recón
dita casa de dínamos del hombre y de la bestia en que toma figura tan
gible el dios y esencia, la “raison d’etre”, de la ciudad desaparecida. El
Instinto toma un globo cautivo, lo libera de su cautiverio y baja a la
Tierra. Realmente baja, aunque no baje, porque la Tierra en relación
con la ciudad que fué, está más abajo en valores, en juicios sobre las
cosas y las ideas, en sistemas de vida. Minutos después de quedar ama
rrado a un mástil de uno de los campos de aviación del mundo conoci
do, los reporteros de la prensa acosan a nuestro personaje, el cual, ins
pirándose en sus impulsos incontrovertibles, intenta arañarlos, ¡tanta
ira le producen las preguntas deshilvanadas y sin originalidad con que
pretenden descubrir su grado de sensibilidad y de curiosidad al llegar
a terreno nuevo! El Instinto-hecho-hombre rechaza la vulgaridad, las
frases hechas, la retórica cursi, la mojigatería, la pomposidad, el “pa-
�chequismo”, plantas que jamás amparará bajo sus alas diáfanas, enal
tecedoras, plenas de inquietud y de clarividencia.
De un salto cruza el arroyo y enarbola las antenas de su estación
receptora, sincronizando las vibraciones de un mundo idiota, en que los
mayores esfuerzos están encaminados a demostrar que la materia no es
materia, que el átomo es susceptible de ser destruido en un santiamén
y que cualquier impulso derivado de los sentidos, por sensual, tiene que
ser declarado cosa inmunda y nociva al desarrollo psíquico de la hu
manidad. Se entera—en dos o tres días de andar por restoranes, iglesias
y tribunales—que nadie sabe oler, ni oír, ni ver bien, ni gustar, por su
puesto, y que muchos que gozan fama de conocedores, los “connaisseurs”,
tienen aherrojadas determinadas manifestaciones inventadas por él mis
mo para hacer felices a los hombres, y que monstruosamente han dedi
cado en sus seres a (pie medren en una sola dirección algunas sensacio
nes y emociones que les parecen imprescindibles.
Como siente su poder inmanente, el Instinto se asocia con perros,
caballos, hormigas y demás alimañas, y arremete con toda su ofensiva
ciega y certera contra la inercia y la estulticia en que se debaten muchos
seres, la mayor parte quejándose siempre, sufriendo males imaginarios y
hasta reales, por causa de la inhibición en que tienen todo contacto con
esa fuerza que él representa. Este acto sucede a interminables parlamen
tos y conferencias en que ha tratado en vano de convencer de que vuelvan
todos a rendirle la pleitesía a que estaba acostumbrado en su antigua
ciudad privilegiada y que ahora no tiene. Muchos ni le oyen, otros, aun
que lo desean en el fondo de sus almas, no se atreven a confesarlo por
vergüenza del qué dirán. Otros, en fin, tienen la inconsciencia de huirle
sin saber bien quiénes y qué mensaje trae. Se conducen con él y sus
ideas exactamente igual que con toda reforma moderna que a alguien
se le haya ocurrido para remediar los males económicos y sociales, sin
tener en cuenta que él les trae una solución: la de que si le siguen, él
se compromete a devolver la salud a los enfermizos, dinero y tranquili
dad a los que lo hayan menester y una vida integral y alegre a todos,
porque con su reino habrá más verdad, más espontaneidad, más clarivi
dencia y una restitución completa de los valores a sus primitivos lu
gares.
Se libra la batalla. Muchos sucumben en ella. El Instinto sale con
algunas heridas, que su optimismo biológico hace sanar en seguida.
Reina por algún tiempo. Pero se va haciendo viejo con la vida de in
�acción que conduce forzosamente, y de ello se aprovechan los Prejui
cios, las Religiones y la Demagogia para jugarle continuamente malas
pasadas. Pero él, casado ya en primeras nupcias con la Intuición, tiene
de hijos al “Sentido común”, la “Sindéresis”, y la “Manga ancha”, que
es muy simpática y que entre tumbos y empujones van defendiendo su
reinado entre los hombres, haciendo que muchos de sus adeptos sean
tratados de locos de atar, por su independencia y desparpajo.
Se realizan grandes obras, se llevan a cabo actos entusiastas e im
perecederos, pero la humanidad entera se va paulatinamente olvidando
de que el Instinto lia existido y únicamente las bestias siguen fieles a
él, humildemente, sin aspavientos, con la serena confianza que dan los
sentidos certeros de su relación con el medio ambiente. El Instinto, que
ha luchado por tener su puesto en el consorcio humano, consumido y
vejestorio, yace encadenado en una mazmorra. Y a la puerta de ese
calabozo, los demás sonríen con una sonrisa forzada, se dan golpecitos
en la espalda y escuchan horas enteras el carraspeo de un radio, o ven
la Revista Cumbre en que se magnifica a la Hoja de Parra, marca de
fábrica de su aguardiente preferido. La Decencia ha triunfado. La Mo
ral de la inmoralidad antihumana disfruta del halago de sus laureles. El
hombre se cree feliz y superior al mono y al gato. Entonces el Instinto,
decepcionado y triste se refugia en los libros para siempre.
�FUERA CON YO . . . !
Por Francisco ROJAS GONZALEZ
P ara Alfonso Pulido Islas,
que me sugirió este cuento.
El tiro era profundo, obscuro. A semejanza de una boca fabulosa
—que se abriera en bostezo negro y eterno para lanzar contra el cielo
azul claro el aliento mefífito de sus entrañas—esperaba, llena de mo
dorra, papar el enjambre blanco que bullía a su alrededor mañana a
mañana.
Por la garganta húmeda y fría, cortada perpendicularmente hasta
el vientre, escurría el hilillo de una escala por donde bajaban los hom
bres que irían a taladrar con ansias de topos la roca impía, en pos de
la veta que hurañamente se encajaba en los estratos de una peregrina
conformación terráquea.
En primavera, cuando al camarada sol no le bastaba la cara rechon
cha de la tierra para voltear sobre ella el don marxista de sus rayos,
fabricaba para los hombres de las profundidades otro de sus milagros:
un haz de rayos se descolgaba de las paredes lodosas de la gran gargan
ta y por instantes deshacía el caos en que los mineros ocultaban el de
lito de la pobreza. Entonces los trabajadores tiraban picos y barretones
para mirar hacia arriba; alto, ¡a trescientos metros!, y veían el disco
del sol que les guiñaba; pero estaba tan lejos, ¡tan lejos!, que a muchos
antojábaseles una moneda de oro...
Después seguían la labor; se apretaban en un punto hasta hacer
una masa palpitante, laboriosa, tal la gusanera (pie perfora una ca
rroña.
Y el diálogo que salía a borbotones, impulsado por el bombeo dis
parejo de dos pares de pulmones abolsados por la zapa de otros mine
ros, de otros incansables trabajadores, de aquellos que descubriera el
ojo mecánico de Mr. de Cork:
—Dicen que por aquí va la veta...
—¡La veta! Retira la linterna, que me ahoga el calor... el calor y
el sudor. Oye, ¿tú has pensado en un río de sudor? ¿Qué grande resul
taría un río con el sudor de todos los trabajadores, verdad?
�—Sí, qué grande; pero qué jediondo...
Y al ritmo del trabajo sincopado por el chocar de los hierros sobre
el pedrusco bravo, lo cuchareaba el eco para estrellarlo con furia contra
la distante pared rocosa.
Por fin—un “por fin” lejanísimo, a ocho horas de distancia—los
hombres estiraban los brazos en cruz con desarticulado ademán: igual
al pollino que restrega el lomo sobre el ardiente arenal, tratando de en
contrarle cabo a un buen descanso.
Como si arrancara de las puertas del averno, una procesión lumi
nosa se retuerce en el vientre de la mina; son los hombres que se rein
tegran a la superficie, tras de arrancar a la roca el metal mutable a la
primera caricia de la luz, en el triunfo de los siete pecados capitales.
El murmullo, entrecortado al principio, se torna en persistente, lue
go uniforme hasta convertirse en un solo lamento prolongado, inacaba
ble, que se entrevera en el dédalo de notas llanas.
Cientos de voces que se mezclan en el coro para decir cada una su
oración y en conjunto surge el “alabado”, ese cántico que más que de
acción de gracias es queja doliente e inútil; sedante ficticio del dolor
que precede al sacrificio; lastre en el ascenso; prejuicio; declinación;
plegaria. ..
El canto de la resignación no se eleva, se queda abajo, reptando co
mo el grisú, chocando con los pequeños guijarros que a flor de tierra vi
ven tan sólo para rasgar con sus cortantes aristas las plantas descalzas.
La plegaria absurda, para salir a la superficie, tiene que anudarse
a 1a. garganta de los hombres... y allá la arrastran tras ellos, como si
no pesara la carga que ya cada uno lleva sobre los lomos.
La escala se pone tensa cuando la primera planta pisa el último
escalón... y suben y suben y suben, sin dejar de cantar, aquellos seres
que a diario van dejando enterrado algo de ellos, como abono al pago de
la cuenta inaplazable.
De pronto la canción del dolor y la muerte es taladrada por “el
grito de aviso” :
—¡ ¡Fuera con el pico... !!
Y el hombre de cuyas manos se ha escapado el instrumento vuelve
la cara hacia abajo.
Toda la escala está iluminada por las llamitas anémicas de las lin-
�ternas de gas que cuelgan de las cinturas de los cien obreros que trepan.
Al “grito de aviso”, el enorme gusano de luz hace contorsiones inve
rosímiles.
—¡ ¡Fuera con el martillo. . . !!
—¡ ¡Fuera con la linterna... !!
—¡ ¡Fuera con la pala'.. . !!
Estas frases retumban noche a noche, como grabadas en un disco
de delirio, porque es de reglamento avisar así a los que suben para evi
tar la tragedia.
Mientras, el primer hombre ha llegado a la boca del tiro. El “ala
bado” satisface su intento; está a flor de tierra y ha logrado interrum
pir la tranquilidad cruel de la ciudad que comodinamente se reclina
sobre las faldas de la montaña.
Aquella noche—dos veces noche en el corazón de la mina—los hom
bres ascendían como siempre con su bagaje de cansancio y de “alaba
do” ; ningún “grito de aviso” había roto la irritante monotonía; el gu
sano de luz se deslizaba lento, imponente. De pronto, dos manos que se
acalambran por el surmenage y no sostienen el peso de un cuerpo que
cuelga como trágico títere; un alarido de espanto y luego el reglamen
tario “grito de aviso”, que cae a plomo cual gota de metal derretido:
—¡ ¡Fuera con yo..".!!
El gusano se contrae horiblemente como presa de un dolor.
Muchos mineros voltearon la cara contra la pared. Otros, inmuta
bles, vieron pasar el cuerpo que, con fuerza de proyectil, fué a estrellar
se en el vientre áureo de la mina.
La ciudad burguesa escuchó indiferente el cotidiano clamor de los
mineros; el “alabado”, prendido como quiste en los labios de los tra
bajadores, se estiró a lo largo de la calle real, hasta llegar al río; nadie
notó que el coro estaba incompleto; faltaba la voz que se apagó con el
último “grito de aviso” :
—¡ ¡Fuera con yo... !!
�SANGRE
PROLETARIA
Por José Diego GRULLON
A Aristeo M artínez de Aguilar.
La caricatura sarcástica
de la Humanidad
presenta sus líneas
diluidas
por la lluvia constante
de lágrimas
de los humildes.
Y esa lluvia
cae inadvertida
ante el mundo indiferente
de los “fuertes, poderosos”
de arriba.. .
Esa lluvia que se siente
más profunda
en loe hogares sin techo
y en las almas desoladas,
es la lluvia
que perfora
las murallas
cimentadas
con la sangre proletaria.
Esa lluvia
no es la lluvia
risotera del invierno,
ni el rascor arrojado
�por los gases acumulados,
esa lluvia es afluida
de las nubes turbulentas
condensadas
con la sangre
de los pueblos atrofiados.
Es la lluvia
de la sangre envenenada
de los hombres que trabajan.
Y. . . se fundirán
los picos y las palas
en las fraguas
caldeadas
por el Hambre.
Y surgirán las armas,
y flotará la bandera
teñida con sangre proletaria.
Santiago de Cuba, abril de 1934.
�“ M A R T I E N M E X IC O ”
Por Regirlo E. BOTI
Los cubanos amantes de la gloria de Martí, le debemos a José de J.
Núñez y Domínguez gratitud profunda por la hermosa obra que acaba
de publicar—Martí en México—y con la que enalteciendo la bibliogra
fía mexicana nos obliga, como paisanos del apóstol, a sentirnos más
unidos aún a la intelectualidad de ese gran pueblo hermano nuestro.
Aunque en los Antecedentes Núñez y Domínguez declara que su li
bro es de información, lo cierto es que toma la vida de Martí en los
puntos de su pluma, en sus dos estancias en esa su patria, con tal veris
mo y amor, que la información adquiere valores de relato, de biografía
y hasta de novela—no obstante la acucia del pormenor real—, ya que
Martí y muchos de los que en su torno giran son hombres de novela que
realizan acciones de novela: así el temple moral y la grandeza de alma
de Manuel Antonio Mercado, la voluntad firme y el patriotismo sere
no de Joaquín Fortún, la pasión extemporánea de El Nigromante, por
llosa rio, aunque Núñez y Domínguez de la misma no nos da más que ras
gos, la belleza de ideas y palabras de Justo Sierra, ¿no son novelescos pol
lo grandes, por lo humanos?
Para mí, la obra de Núñez y Domínguez atesora encantos innume
rables. Aparte presentar a Martí en el lienzo mural que es la patria
mexicana, a la viva luz de su vida tormentosa y atormentada; tantas
cosas que me son caras de personalidades de los paisanos del autor;
principalmente hombres de letras, que también propaga; dando a cono
cer minucias interesantes de sus andanzas, encendiendo el recuerdo de
los ya frecuentados, muertos o existentes: Justo Sierra, Gutiérrez Nájera, Ñervo, Urbina, Tablada; o encendiendo el de otros: Guasp de Péris, Oearanza, Santacilia.
La noticia de la publicación de Mis./ Hijos, dada en el Diario de la
Marina hace algún tiempo, me detuvo en la redacción de un ensayo
sobre la poética de Martí. Supuse que la reimpresión no tardaría. Es
ese un antecedente que no debe faltar—ya descubierto—en un ensayo
de la poética de Martí. Nuestro apóstol está más fuera de Cuba que en
�Cuba. Le cupo el mismo triste destino que a Heredia y a Maceo: vivir
fuera de la patria la mayor parte de su vida.
El libro de Núñez y Domínguez me lia hecho sentir y pensar. Le
debo gratísimas horas de placer estético y de emoción martiamericana.
Ese libro vale, jiara la compenetración de nuestras dos patrias, más que
treinta años de embajadas diplomáticas.
Guantánamo, Cuba, 1934.
N. de la R.—E l doctor Regino E. B oti es uno de los más altos exponentes de
la intelectualidad hispanoamericana. Colaborador de los principales órganos de la
prensa de nuestra América, ha publicado numerosos estudios jurídicos y literarios.
E ntre estos últim os se distingue su ensayo intitulado “M artí en D arío'’, y prepara
otras publicaciones en torno de la fulgurante personalidad del apóstol de la liber
tad cubana.
�BIBLIOGRAFIA
EL SEÑOR DE PALO. Efrén Hernández. Acen
to, Editorial de Estudiantes. México, D, F. 1932.
Un día y do modo repentino, ol maestro de escuela descubrió que
uno de sus alumnos, estudiantino flaco, divagaba en el salón de clases,
con la vista perdida en esos cercanos horizontes en que los escolares pa
pan moscas. Y halló también el señor profesor, que aquel ocupaba su
cuaderno de apuntes de la cátedra, no con reminiscencias de doctas en
señanzas, sino con borrosos ensueños en que lo razonable y lo irrazona
do se mezclaban en confuso maridaje, pues las imágenes saltaban por
entre las ideas y éstas se perdían entre el enmarañado matorral de
aquéllas. Y tales tachas literarias se convirtieron en las seis hojas de
prosa-poesía de Tachas.
El muchachillo flaco creció, aunque no medraba, y creciendo siguió
con la manía de escribir; pero no como casi todo el mundo, que separa
sus pensamientos más claros y los colecciona, y los reúne en orden de
semejanzas y de consecuencias, y luego los hilvana y cose para hacer
buenos vestidos a las hermosas concepciones, sino transladando al papel
sus imaginerías en la forma en que le llegaban al cerebro, sin otra ila
ción que la que buenamente tomaban, al contacto ligero con la rotunda
realidad. Sin separar ni clasificar sus divagaciones, sin expurgarlas de
ilogismos, forjaba y deshacía y luego volvía a rehacer ilusiones de niño
cogidas de la mano con ideas de hombre débil. Y de todo junto entre
tejía cuentecillos de esos que entre sí se relatan Hinchádmelos pobres
cuando, al salir de la escuela al caer la tarde, camino a sus casas y de
ahí a las diez, se entretienen en decir y decir palabras y palabras para
caer insensiblemente en la sala del sueño, entreteniendo al Tiempo para
no acordarse de que no hay qué cenar. Así se escribieron las ciento
veinte páginas de El Señor de Palo?
Tal vez de este modo no ha sido hecho el libro. Puede que sí. Qui
zás la imaginería se halla en nosotros. Mas la impresión que deja su
lectura es la de que un niño triste está contando cuitas de su orfandad,
una orfandad calenturienta de criatura embrujada. Y todas las diva
gaciones de esta novelación nos parecen ser dichas de la cama de Efrén
�Hernández a la nuestra, en una noche en que la luna baje y se cuele por
las maderas de la ventana desvencijada, en el enorme cuarto encalado
de la casa de pueblo, casa de esas en las que los niños agonizan de mie
do de las seis de la tarde a las seis de la mañana, mientras ladran cerca
y lejos los perros, en tanto que de la parroquia llegan agudas, llenando
el espacio, las horas con su secuencia de cuartos de hora y medias horas,
y cuando les pasos apresurados de uno que otro transeúnte gritan tam
bién su miedo, borrado de golpe cuando la casa que busca lo engulle en
su obscuridad desdentada.
J. S. S.
LA SOLEDAD DE PIEDRA. Poemas. Vicente
Magdaleno. Imprenta Mundial. México. 1934.
Puede seguirse en estas páginas juveniles un camino de suavrt poe
sía que, a veces—¿cómo evitarlo?—suele adelgazarse; pero sin llegar
nunca a las soluciones de continuidad. Es posible, por esto, reconocer
en la entraña de casi todos los poemas, la trémula veta de la emoción.
Vicente Magdaleno, por otra parte, sabe ya pelear con las frases,
y obligarlas a recibir, sin derramarlo, el jugo de sus pensamientos. En
el fondo del libro, que es un remanso de adolescencia, podemos ver,
junto con el poeta, el vuelo de las nubes. El agua, como el viento, es
azul, y en ella se ensortijan, también, los senderos de los pájaros. Y la
poesía viene de todas partes, como los rumores.
La mañana, prendida en el corazón del poeta, tiene todas las pro
fundidades del éxtasis, y el dominio, la técnica, y las escuelas, no cuen
tan en el arrobo. Se es poeta por las cargas de ensueño que la sangre
aglomera en la frente. Magdaleno lo sabe bien y, por eso, sonríe sin
impaciencias ante la vida.
EL JEROGLIFICO DEL ANTIGUO REINO DE
COLIMAN. Polémica terminada. I. G. Vizcarra.
Imprenta Linomex, S. A. México. 1934.
El señor profesor Ignacio G. Vizcarra ha publicado este folleto, que
contiene los principales puntos de la polémica que sostuvo en contra de
los señores doctor Miguel Galindo y profesor Aniceto Castellanos. La
polémica giró en torno del jeroglífico del antiguo reino de Coliman, y
las afirmaciones del profesor Vizcarra fueron tres:
�1» El jeroglífico que corresponde al antiguo reino de Coliman, se
gún el Códice Mendocino, es el mismo que apareció en la Cartilla His
tórica de Colima.
2* Demostrado como queda que el jeroglífico de Colima existe en
la Matrícula de Tributos, queda de hecho comprobado que el reino de
Coliman estuvo sujeto al Imperio Azteca, puesto que pagaba tributos,
aunque al tiempo de la conquista formara un reino independiente.
3? Queda también aclarado que aunque los jeroglíficos de Coliman,
Acolman y Acolhuacan son gráficamente distintos, como distintos son
los lugares que representan, se leen unos y otros de igual o idéntica ma
nera, siendo sus nombres derivados de la misma radical de “acolhua”.
De la lectura del folleto desprendemos que la discusión pública pu
do legar a extremos personalistas, de no haberse sometido al Museo
Nacional los puntos de la misma.
La intervención del Museo Nacional, que consistió en dos dictáme
nes, uno del profesor de historia, señor Federico Gómez de Orozc.0 , y el
otro del profesor de idiomas, señor Mariano J. Rojas, favorece al señor
Vizcarra; y, tras de una consideración atenta de ambos documentos,
así como de las razones cruzadas de una y otra parte, precisa reconocer
que la verdad histórica ha sido bien discernida, y que insistir sobre este
asunto sería alambicarlo estérilmente.
LA PROXIMA. (Historia que pasó un poco tiem
po más.) Vicente Huidobro. Biblioteca Walton. Edi
torial Documentos. Santiago de Chile. 1934.
Relato fantástico, pero, sin duda, muy aproximado—arrostrando la
paradoja—de lo que será la nueva guerra universal que, según todas las
presunciones, puede iniciarse en muy inmediato día: el odio está produ
ciendo recursos mortíferos verdaderamente inimaginables, y los pueblos
de más arraigo en la historia, aguardan, sin una fórmula de salvación
en la mano, la hora del aniquilamiento.
El autor, si embargo, lleva las cosas a extremos que exceden las
posibilidades del calificativo, y hace rodar, en un plano inclinado por
su fantasía, aludes apocalípticos. Es la destrucción casi total de nues
tro linaje, el suicidio de la especie.
�Aunque el asunto no es nuevo, la obra se lee sin fatiga para la cu
riosidad, y se llega, incluso, a comprender la magnitud de la próxima
catástrofe, que es, en último término, lo que el escritor desea. Este si
túa, al fin de la obra, la esperanza de la humanidad en Rusia, es decir,
en el único sitio posible.
Se trata, en consecuencia, de un esfuerzo que no traiciona las in
quietudes de la época, y nos place recomendar la lectura de la obra.
ESTALAGMITAS. Poemas. Leafar Agetro. Proe
mio de José Mancisidor. Jalapa, Ver. 1934.
José Mancisidor nos asegiira que estos poemas son, ya, de “un obre
ro, nacido entre obreros y que vive entre ellos”. Precisa, pues, felicitar
al autor y recoger su libro con un comentario.
Es ya lugar común decir que la poesía obrerista tendrá que salu
de los obreros; pero para completar esta aseveración, agregaremos que
la poesía con tendencia al populismo, de los que no surgieron de la masa
trabajadora, tiene una razón de ser: la solidaridad. Es por esto que
ciertos representantes del arte puro, que saben ver, y muchas veces su
frir la tragedia del proletariado, cantan hoy, algunos muy sinceramen
te, el florecimiento de la justicia humana que se vincula en el comunis
mo. Sólo que la mayor parte de ellos ha creído que, para socializar la
canción, es preciso desafinar el instrumento lírico, cuando, precisamen
te, lo que se necesita es afinarlo mucho más. De aquí ha resultado un
alto montón de versos que no tiene que ver nada con el arte.
Pero por cuanto hace a la poesía que quieran intentar los obreros
en México, la cuestión ofrecerá más de una incógnita. Por eso saluda
mos, emocionados, este libro, Estalagmitas, en cuyo nombre mismo el
autor supo radicar un ensueño.
L. R.
i
�"AMERICA"
Revista de Cultura Hispánica
Directores: Alfredo Martínez, Au
gusto Arias y Antonio Montalvo
Suscripción por seis números,
Dls. 1.00
Casilla, 75
Quito, Ecuador
“REVISTA DE DERECHO
SOCIAIi"
Directores: Faustino E. Jorge y José
Figuerola
Peña, 2292
Buenos Aires, Argentina
"NOSOTROS”
Revista Mensual de Letras, Arte,
Historia, Filosofía y Ciencias
Sociales
Directores: Alfredo A. Bianchl
y Roberto F. Giusti
Lavalle, 1433
Buenos Aires,
Argentina
“CLARIDAD”
Revista de Arte, Critica y Letras
Tribuna del Pensamiento
Apartado 736
Buenos Aires, Argentina
“EL AUTO ARGENTINO”
Revista Técnico-Literaria
y de Ilustración Gremial
y Deportiva
Azcuenaga, 718
Buenos Aires,
Argentina
“NERVIO”
Critica, Arte, Letras
Revista Mensual
Subscripción anual, Dls. 1.00
Vera, 572 Buenos Aires, Argentina
“REPERTORIO AMERICANO”
Semanario de Cultura Hispánica
Director: J. García Monge
Apartado 533
San José, Costa Rica
“REVISTA BIMESTRE CUBANA”
Publicación Enciclopédica
Director: Fernando Ortiz
Apartado 214
La Habana, Cuba
“ORTO"
Mensuario de Difusión Cultural
Director: C. García Villuedas
Apartado 154
Manzanillo, Cuba
“CUADERNOS DE CULTURA”
Publicación Quincenal
Director: Marín Oivera
Luis Morote, 44 Valencia, España
"REVISTA INTERNACIONAL
DEL TRABAJO”
Edición Hispánica de Doctrina
y Legislación Internacional
del Trabajo
Apartado 3032
Madrid, España
“INDICE"
Mensuario de Cultura
Apartado 22
San Juan, Puerto Rico
“ORTO”
Revista de Documentación Social
Director, Marín Civera
Suscripción anual en España y Amé
rica, 12 pesetas
Calle de Luis Morote, 44
Valencia, España
“LA REVISTA AMERICANA
DE BUENOS AIRES”
Mensuario de Política, Arte, Lite
ratura, etc.
Director: V. Lillo Catalán
Dirección: Av. R. Sáenz Peña, 630
Buenos Aires, Argentina
�EDITORIAL D. € . I.
BORQUEZ, DJED:
Sonot.—Artículos revolucionarios ................................................9 1.59
Obregón.—Apuntes biográficos .................................................... 0.50
Pasando por Paria—Viajes ......................................................... 1.50
£1 Mundo es Igual.—Viajes ........................................................ 2.00
"Lázaro Cárdenas”.—Líneas Biográficas ................................... OJO
HABO T T , AGUSTIN:
Aurea Chinche •.................................................................................. 0.25
Comentando el Momento................................................................. 0.50
15 cuentos juveniles ..................................................................... 0.75
GUTIERREZ CRUZ, CARLOS:
Sangre Roja.—Versos libertarlos .................................................. 0.50
LOPEZ VELARDE, RAMON:
El Son del Corazón.—Poemas ...................................................... 2.00
MARTI, JOSE:
La Clara Voz de México.—En papel gráfix............................... 1.76
La Clara Voz de México.—En papel biblios m arfil.................. 3.50
MARTINEZ BE AGUILAR, ASISTE O:
Haz.—Poemas .................................................................................. 1.00
MARTINEZ RENDON, MIGUEL D.:
Carmina Aurea.—Versos ................................................................. 2.00
RAMOS, LEOPOLDO:
Urbe, Campillo y Mar.—Poem as................................................... 1.00
SOLIS, JOSE M.:
Parábolas.—Versos.......................................................................... 2.00
BOTO, JESUS S.:
Aspectos de la Nueva Ideología Mexicana ................................ 0.60
TRENS, MANUEL B.:
Los Indios Lacandones: Su vida y su historia.......................... 0.25
Resefia Histórico-Geográfica del Estado de Chlapas ............... 0.25
Apuntes para la Historia de la Estadística en México .......... 0.25
TREVIÑO GONZALEZ, EMETERIO:
La Emoción Transitoria.—Poemas líricos ........................ 1.09
EDICIONES EXTRAORDINARIAS DE CRISOL
BORQUEZ, DJED:
Rasgos biográficos de Alvaro Obregón.—Para los nilios.......... 0.20
Los Hombres de la Revolución.—Conferencia ............................ 0.20
La Inmigración Espafiola en México ........................................... 0.50
ARAGON LEIVA, AGUSTIN:
Hollywood y la Cinematografía......................................................... 0.25
DEL B. O. L:
Homenaje a Ramón López Velarde.—Juicios de varios autores. 0.25
*
Para pedidos a la Administración de CRISOL.
Apartado Postal 1979.
México, D. F.
AR-FUNDACION ESPIGAS-KARDEX CRISOL
�
Dublin Core
The Dublin Core metadata element set is common to all Omeka records, including items, files, and collections. For more information see, http://dublincore.org/documents/dces/.
Title
A name given to the resource
Crisol : revista de crítica
Publisher
An entity responsible for making the resource available
Bloque de Obreros Intelectuales
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
[192?]-
Rights
Information about rights held in and over the resource
Derecho público
Language
A language of the resource
Español
Subject
The topic of the resource
Crítica
Description
An account of the resource
Ejemplares 62 y 67 de la revista Crisol, publicados en 1934.
Dublin Core
The Dublin Core metadata element set is common to all Omeka records, including items, files, and collections. For more information see, http://dublincore.org/documents/dces/.
Title
A name given to the resource
Crisol : revista de crítica
Description
An account of the resource
No. 67 (jul. 1934)
Publisher
An entity responsible for making the resource available
Bloque de Obreros Intelectuales
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
México, D. F., febrero 1934
Rights
Information about rights held in and over the resource
Derecho público
Language
A language of the resource
Español
Creator
An entity primarily responsible for making the resource
Soto, Jesús
Salazar, Rosendo
Aragon Leiva, Agustín
Castañeda, Daniel
Zuloaga, Pedro
Pereda, Diego de
Schulz, Enrique E.
Crespo de la Serna, Jorge Juan
Rojas González, Francisco
Grullon, José Diego
Boti, Regino E.
-
http://revistasdeartelatinoamericano.org/files/original/be6dc4bd50800f2944d19261ea46602a.jpg
a114c9f1fd71a2e98b3c5b2f22167c61
http://revistasdeartelatinoamericano.org/files/original/e6286b45ae75406b06c813b46d852586.pdf
ba6fffecc7f4fc7b47eba00531f5aa0e
PDF Text
Text
�E ditorial “Documentos”
Fundada el I o de agosto de 1931.
SUSCRIBASE USTED A LOS
C uadernos de L iteratu ra P r o le ta r ia
y Cuadernos de la Econom ía Mundial
SUSCRIPCIONES:
En el extranjero (moneda chilena)
. . . .
$ 36.00
Oficinas y Librería, Teatinos 172
Apartado Postal 3585
Santiago, Chile.
D EPO RTES
^
D . M ARTI. La ú n ic a casa m ejo r su rtid a en
su R a m o , e n d on d e en con trará U d. TODO,
TODO, TODO, a lo s precios m á s b ajos, en
B a s k e t,
Foot Bal)/
Volley Ball,
Golf,
T e n n is ,
F ró n te n n is,
.yj.
N a t a c ió n
S in fa lta r la fam osa R aq u eta SWAN. La m ejor p elota para
Fron te n n is es la C ancha y la JAI ALAI
S ólo con
"
V.' Carranza, 37.
D .
M a rtí
Envíos C. O. D.
México, D . F .
�FU N D A C IO N E S P IG A S ’
Buenos A ires - Argentina i
C R I S O L
REVISTA
MENSUAL
Registrada como articulo de segunda clase en México, el 7 de enero de 1929
lo. DE FEBRERO DE 1934
NUMERO 62
GRAL. JESUS M GARZA.—Portada de Islas Allende.
DECLARACION DE PRINCIPIOS DEL B. O. I.
SIGNOS DE LOS TIEMPOS— Por Francisco Soto.
MOMENTOS DE LAZARO CARDENAS— Por Gilberto Rubalcaba.
JESUS M. GARZA.—Por Leopoldo Ramos.
EL PROBLEMA DE LAS VIVIENDAS EN MEXICO— Por Albi
no Zertuche, jr.
LOS SEGUROS SOCIALES.—Traducción de Emilio Uribe Romo.
LA HISTORIA DEL TRIGO.—Por Ramón Fernández y Fer
nández.
LA MUERTE DE ANA MARTI— Por Camilo Carrancá y Trujillo.
CONCIENCIA Y CONSCIENCIA— Por Antonio Gil Pihaloup.
DE LA PINTURA DE MIGUEL GONZALEZ— Por Emilio Abren
Gómez.
PUBLICACIONES SOBRE TRABAJO— Por Miguel D. Martínez
Rendón.
LAS CELULAS AUT°SINTETICAS DEL DR. CRILE— Por Al
fonso L. Herrera.
BIBLIOGRAFIA.
AÑO VI
TOMO XI
�PUBLICADA
POR
EL
B L O Q U E
DE
O B R E R O S
I N T E L E C T U A L E S
DE
M E X I C O
D
I
R
E
C
J
E F E
A D
R
D E
R E D A C C I O N :
M
I
N
I
S
T
R A M O S
R
A
D
O
R
:
A R IS T E O M A R T IN E Z D E A G U IL A R
J E F E
D E
C I R C U L A C I O N :
D A V I D
D
POR
Ñ
A
S
$
0.30
.............
„
0 .50
,.
3.00
U N A Ñ O EN
PA IS E S
(M O N E D A
N A C IO N A L )
EX T R A N JER O S
A V E N I D A
A P A R T A D O
O F I C I Ñ A S
3.00
L A R E P U B L I C A , .................................. — -
E N L O S P A IS E S DE A M E R IC A Y E SPA Ñ A ,
DEMAS
E
LA C A P IT A L -
NUM ERO ATRASADO
SU S C R IP C IO N
U
N
N U M E R O SU ELTO , EN
LOS
O
L E O P O L D O
N
EN
T
M IG U E L D. M A R T IN E Z R E N D O N
T E L E F O N O
........■■■■....
J U A R E Z ,
P O S T A L
2-00 -8 4
D L S . 2 .00
88
1979
E R I C .
M E X IC O ,
D. F .
�D E C L A R A C I O N
DE
P R I N C I P I O S D E L B . O . I.
En ocasión del aniversario décimoprimero del estableci
miento del Bloque de Obreros Intelectuales de México, repro
ducimos la declaración de principios del mismo, y podemos
asentar, con satisfacción íntima, que los postulados que van
a leerse no sólo se han sostenido sin flaquezas, sino que, y
esto es lo mejor, están en vísperas de ser enarbolados, como
bandera social, por grupos afines que, secundando al Bloque,
se formarán en la República.
Si cada generación tiene un deber que cumplir en la marcha de la
Humanidad, quienes formamos el BLOQUE DE OBREROS INTELEC
TUALES—proletarios que ejecutamos trabajo por un salario y nos reco
nocemos dentro de la clase explotada—debemos denunciar nuestra po
sición en la sociedad actual; y para ello, queremos declarar en qué situa
ción nos encuentra la lucha que en este momento se desarrolla en todos
los ámbitos del mundo:
Afirmamos que si hay hombres superiores por su cultura o por su
talento, no tienen derecho al descanso mientras existan las injusticias
diarias y colectivas, que nos salen al encuentro por todas partes;
que nosotros no podemos permanecer callados ni inactivos en tanto
que lo mejor de la humanidad está reducido a la esclavitud y a la miseria;
que consideramos indebido encerramos en el intelectualismo mientras
se ametralla a los hombres en la calle; mientras los niños desnudos lloran
su hambre junto a los mármoles palaciales de los poderosos; mientras la
juventud que sale de las escuelas tiene que abstenerse de participar en
la dirección de la sociedad, porque los bien instalados en la vida les cie
rran el paso; mientras las caravanas de hombres desocupados, por culpa
de una pésima organización social, se depauperan con detrimento de las
futuras generaciones; mientras millones de hombres mueren de hambre
a un paso de los graneros repletos; mientras unos cuantos disfrutan egoís
tamente, sin dejar asomar siquiera por un resquicio a los más;
que en el momento actual la conciencia manda imperativamente es
tar de parte de los explotados y en contra de los explotadores; estar de
parte de los que han hambre y sed de justicia y en contra de los que ti
ranizan ;
<57
�que el arte debe ser revolucionario; colocarse al servicio de la hu
manidad, Para ser humano, hay que sentir los grandes dolores colectivos
y procurar remediarlos;
que en nuestras conciencias golpean cotidianamente los grandes ma
les sociales; la voz de los oprimidos;
que poseyendo la responsabilidad moral del estudio y de la inteligen
cia, debemos poner, como desde ahora ponemos, todos nuestros valores,
al servicio de la colectividad; que de otro modo no seríamos hombres del
tiempo en que vivimos.
POR TODO LO CUAL DECLARAMOS:
que trabajamos por el advenimiento de una nueva sociedad organi
zada sobre bases justas en la que el Arte, la Ciencia y todo lo que la Hu
manidad posee, quede al servicio de esa misma Humanidad; que todos
nuestros esfuerzos estarán dirigidos en ese sentido;
que el BLOQUE DE OBREROS INTELECTUALES DE MEXICO,
—fruto de su tiempo—, ocupa su puesto en la lucha, sobre el ala izquier
da, todo lo más a la izquerda que se pueda.
�Por Francisco SOTO
Las multitudes d’aprés guerre están pidiendo su Le Bon. Amorfas
e incoherentes como las disecadas por aquel pensador, las de ahora tie
nen características de novísimo injerto, cuyo origen hay que atribuir al
espanto producido en la humanidad por el flagelo de la guerra. Multi
tudes ansiosas, como las de la edad aciaga que esperaron el fin del mun
do con tremores de agonía; multitudes angustiadas, enloquecidas por el
rispido clamor de profetas y alucinados que vociferan sus apocalipsis y
sus diei irae. Profetas, redentores y tiranos: productos de la época, en
gendros de la mística idiotez que sufre la humanidad.
Cualquier individuo que tenga barbas y adopte un disfraz estrafa
lario, puede ser el Mesías, su profeta, o el tirano que compendia a los
dos. Un ayuno semanal, unos tablones para construir un arca y un alto
parlante para anunciar el próximo diluvio.- no se requiere más; las tur
bas en tropel se arrojarán al asalto de los cubiles que Noé reservó a las
parejas de animales. Una nueva religión se funda con la facilidad que
se organiza una H. S. D. P. P. A. (Honorable sociedad de damas protec
toras de perros amarillos.)
Menos mal que en la Unión Americana las multitudes amenizan la
sed o la curiosidad del milagro con una mezcla de humor y de deporte
que las mantiene al borde del envilecimiento. Se dice sin razón que los
norteamericanos son los fenicios modernos. Fenicios, sí; pero unos feni
cios que al sentido práctico adunan un enorme afán de perfeccicyi. Allí
los deportes ennoblecen la vida con un sentido pagano; el humor redime
al yanqui de la bestialidad. Es un país espiritualmente impulsado por
millones de seres optimistas. Un humorismo elemental, aún no marchito
por la amargura de la vejez, esplende en todos los actos de la vida, in
vade todas las manifestaciones de actividad, desde las grandes empresas
hasta los muñecos de los periódicos, desde Mr. Roosevelt hasta Mickey
Mouse. En ese medio Mr. Roosevelt se divierte jugando al dictador; su
absolutismo no va más allá de la acrobacia financiera con la que trata
de desinflar el dólar y con la que ha hecho sonreír a los esfíngicos in
gleses.
No; la industrializada república no producirá por ahora al dictador
de cuerpo entero.
69
�Du Hamel hizo un derroche frustráneo de talento y de ironía al tra
zar las Escenas de la Vida Futura. Conmueve el grito que lanza ese
auténtico civilizado antes de que lo ahogue la ola incontenible de la bar
barie. Pero ¿por qué Du Hamel cruzó el Atlántico en busca de un ves
tiglo, cuando a las puertas de su casa tenía verdaderos monstruos que
debelar! La amenaza más grave que se cierne sobre la civilización no
es el confort de las nalgas, como la brillante hipérbole del francés ridi
culiza el ideal norteamericano. Lo inminente, lo aflictivo, es el atraso
medieval en que la vieja Europa se sume por sectores, como un leproso
que se muere a pedazos.
Arrellanarse cómodamente, con las satisfacciones que proporciona la
industria especializada del mueble, no destruye ni debilita el pensamien
to; los racimos humanos que acuden al encuentro deportivo no menos
caban, antes acrisolan sus cualidades de orden físico y moral; ni los
destazadores de cerdos ni los destazadores de música influirán en el fu
turo para que se pierdan las conquistas de la inteligencia. El envileci
miento, la claudicación, el obscurantismo, vendrán-—están viniendo—de
los déspotas teatrales que aspiran a sojuzgar la tierra.
La regresión feudal del viejo mundo habría sido un venero más rico
de inspiración para las Escenas de la Vida Futura.
¿Puede la democracia estar de plácemes mientras el pueblo está de
pésame ?
A la sombra pastoral del árbol de la república las izquierdas espa
ñolas recibieron un derechazo. Tenía que suceder.
Ahitos y lastrados con las toneladas de papel que se imprime en la
península y plus ultra, los reformadores teorizantes de España son capa
ces de permitir la restauración del trono, por el puro placer de que sus
enemigos los elogien a cuenta del acendrado respeto a las libertades.
Las democracias se han nutrido hasta ahora con el embuste arrullador del gobierno de todos y para todos. Sin embargo, la etimología
suena muy claro: la democracia es el poder del pueblo, y el pueblo, des
de la más remota antigüedad hasta nuestros días, no lo constituyen los
curas, ni los nobles, ni los plutócratas. Estos enemigos tienen todo lo
necesario para triunfar; el demos sólo dispone de un recurso: la imposi
ción. En lucha libre, la democracia está perdida. La manera como el
capitalismo se aprovecha de la ingenuidad de las masas y de la eobar70
�día de los líderes parece la obra de un humorista satánico. En las repú
blicas, el pueblo sirve la mesa; los buitres del capital se anticipan al
festín. Los revolucionarios iberos no han sabido interpretar los dos sím
bolos representados por Hitler y Mussolini. Estos hombres capitanean
el orgullo de las fuerzas reaccionarias que ya no se resignan a compartir
el poder: lo quieren todo.
El dilema es concluyente para las masas: el suicidio o la imposición;
el fascismo o la democracia. Pero la democracia sin el embuste liberal.
Signos de los tiempos, lugares comunes que a diario se repiten en
las sedantes medias luces de los cinematógrafos.
Por la pantalla desfila una multitud que la gravedad hace grotesca.
Procesión empavesada de escapularios y de estandartes. Se oyen las le
tanías y las magníficas. Cuando el cinematógrafo se odorice, nos tras
mitirá la pestilencia del incienso y de los cirios. El pontífice-rey reparte
bendiciones y cancela pecados con motivo de cualquier jubileo. No ca
mina como hombre; es llevado en andas como un ídolo; no viste pobre,,
ni siquiera honestamente; va cubierto de sedas, de piedras y de oro; ¡ pa
ra que no se desmoralicen los desocupados! Infalible y soberano, mitra
do y coronado, se habla de tú con Dios y con Mussolini. . . ¿ Qué suce
dería si en aquel trasunto del cielo se vertiera una gota de humorispio?
Un chantre que suelta un gallo; un monaguillo que cae sobre una beata;
una de esas bolitas que huelen a huevo huero. . . Apostemos a que todo
mundo volvería en sí, aunque fuera por un brevísimo instante. Habría
un rumor de risas maliciosas; los fieles arrodillados se levantarían; los
cardenales perderían el capelo; ¡hasta su santidad brincaría de las
andas!
Ante otra multitud, que saluda y respira a la voz de mando, el Duce
va a decir su millonésimo discurso. La mise en scéne es admirable: se
han elegido unas ruinas que recuerdan a los Césares; unas ruinas que
recuerdan la suerte de los Césares. Y la representación obtiene un éxito
redondo, porque no hay entre los circunstantes un humorista que ridi
culice la teatralidad. Los humoristas tienen que tragarse otros dogmas
laicos tan rígidos como los de la Iglesia, y más gordos de tragar, porque
el Duce, cuando menos por ahora, no garantiza su infalibilidad con la
asistencia del Espíritu Santo.
71
�Toute proportion gardée, con menos apostura y sin más diferencia
esencial que el color de la camisa, Hitler reúne a su auditorio nazi para
infligirle otro discurso. Llegó después que Mussolini, tiene prisa y sus
discursos se suceden con ritmo acelerado.
¿Qué será lo que hipnotiza y emboba al auditorio? ¿La faz del ora
dor, tan adusta como si fuera de palo? ¿El torpe ademán de un puño
■que se sacude en el aire a tres mil seiscientos puñetazos por hora? ¿O
tal vez el grito, el grito agudo sin matices ni entonaciones? Debe de ser
■el grito, el grito destemplado que delata irritabilidad de una psicosis
delirante. Porque en lo demás, el héroe es una de esas personas de quie
nes se dice entre nosotros que no van a ningún lado. Pero entre nos
otros no se ha extinguido la santa virtud del pitorreo, y el pitorreo nos
ampara contra los redentores que quieren imponernos la felicidad a pun
tapiés.
Allá, los dogmas nazis sólo accidentalmente difieren de los dogmas
fascistas o de los dogmas pontificios. En el fondo, la intolerancia es idén
tica; el individuo abdica por igual en manos de un poder indiscutible.
Y como el buen humor no se compadece con la intolerancia, se observa
■que la inhibición para la risa es el rasgo preponderante de estos hom
bres y de estas multitudes. La fuga del espíritu dejó sus fisonomías
inánimes y vacuas; la fuga del espíritu tetanizó sus músculos faciales
en una pétrea y estólida seriedad, la fúnebre y espantosa seriedad de
los posesos y de los vesánicos. ¿Se extinguirá el linaje aristofanesco y
voltairiano de los humoristas, de los satíricos, de los demoledores, de
los irreverentes y de los blasfemos? El satrapismo no tolera que se pro
pague la especie, porque los déspotas no prolifican en los pueblos que
conservan la noción del ridículo. ¡ Quién sabe si el homo ridens, acosado
en sus últimas madrigueras, acabará por perder el supremo distintivo
de su espiritualidad! Entonces, hurgando en la memoria subconsciente,
recordaremos el prístino lenguaje, el aullido bestial de la horda primi
genia.
Los discípulos de Freud, que a todos los enigmas procuran respues
ta glandular, deberían de inquirir qué bolsas endocrinas lian de ser este
rilizadas como agentes patógenos del onirismo, la megalomanía y otros
■complejos más o menos freudulentos.
�M O NI E N T O S D E
LAZARO CARDENAS
Por G ilberto RUBALCABA
(Un libro biográfico de Djed Bórquez)
Contemplarlo todo con el al
ma tranquila.—LUCRECIO.
Está bien ese afán de darnos a conocer—mejor a comprender, pues
la comprensión del hombre es el aquilatamiento de su obra—a los acto
res de lo que poetas y políticos denominan drama social. (Revolución, a
secas, como dicen los parias.) Ahora, si las analogías apasionadas llegan
a componer un conjunto de idealizaciones y propósitos desgajados de la
realidad, entonces a la espontánea simpatía se impondrá ese cálido sen
timiento que nos hace admirar a los hombres y querer un poquito las
cosas. Tanto más desinteresada será nuestra admiración, cuanto más
sincera, y por ingenua insospechable, sea la exégesis del personaje cuya
vida y contextura humana—demasiado humana, como dijo el genial vie
jo olvidado—han sido captadas en las páginas del libro apologético.
Algo de lo anterior, claro está, fué apuntado por Samuel Ruiz Caba
ñas, “después de la última plana del original de las líneas biográficas de
Lázaro Cárdenas”, con que nos ha regalado Djed Bórquez.
Situándonos en el ambiente pueblerino, es bien cierto que nos satura
la sencillez de la campiña y la nostalgia de la diminuta plaza soleada. En
un religioso recogimiento de la voluntad, soslayamos al indio, cuya cor
dialidad parece rasguñarnos el alma. (Es un reproche tan de siglos atrás,
que no podremos expresar nunca si no llegamos a desliteraturizarnos.)
Pero este defecto no es, en verdad, característico de Djed. Con este es
critor no juega la retórica y la realidad—en aparente contraste—se ob
serva según el estado de ánimo dominante; pero siempre como es, sin
adulteraciones. Ningún recurso tiene—ni quiere—Bórquez para eludir
los desagradables escollos, a los cuales afronta con un desbordamiento
de sensibilidad, en frases fragmentarias, puntuadas a capricho: se anto
jan pausas agresivas y escuetas, pero acordadas al tema. Anulando el
subjetivismo, la obra literaria se diafaniza para hacerse perdurable, dije
73
�alguien. De ahí que la modalidad de Djed sea la llaneza, lo rústico y lo
simple—pero nítido y siempre bello y sugerente—en la expresión. La
pluma indagadora de esta alma viajera acierta en el escorzo y nos hace
comprender—sus actitudes están en consonancia con sus sentimientos—
que los rodeos se estilan en las dehesas y en ciertos barrios de la ciudad;
nada más.
¿Hasta cuándo será dable volver a hablar de la sinceridad en la li
teratura? En política—como nosotros entendemos eso—no; y, sin em
bargo, he aquí un caso ejemplar de sinceridad política y literaria.
¿Por qué pensamos en un ensayo sobre la psicología del optimismo,
al leer las páginas de la biografía de Lázaro Cárdenas? Todo es naturálidad en el bosquejo de esta vida cuya trayectoria se inicia en el punto
en que el dolor hinca sus garras, cuando el joven, impregnándose de
cordura, se siente hombre frente al espectáculo de la honrada miseria. Al
reafirmarse el carácter definiéndose en las actitudes y significándose en
los hábitos, Cárdenas aventó su optimismo sobre las tortillas—hostias de
la tierra-—adquiridas a fiado para el frugal cotidiano. Su voluntad fué
orientada por el ejemplo de la vida misma: el campo fecundo sobre cuya
prolificidad el indio canta su fatiga y su esperanza en un perenne anhelar
que va desde el jacal abierto a todos los vientos hasta convertirse en los.
ideales caminos salvadores que no han podido construir los hombres.
Por reflejo, interpretamos a nuestro modo—sin desposeernos de la
influencia ejercida por el aluvión de sensibilidad borqueziana—el proce
so aseensional de la voluntad de Lázaro Cárdenas. En él no existe otro
contraste que el de las situaciones creadas por la realidad; pero su espí
ritu es el mismo: penetrante y comprensivo. Quien sabe de la tristeza
del hambre y de la tierra incultivada, procura la soledad y tras de la
introspección de sí mismo, es cuando un vigorizante impulso le hace so
breponerse a las contingencias ambientes. “Aquí están—apunta Djed—
las cualidades de Lázaro Cárdenas: hombría, lealtad, modestia, y genero
sidad hasta con los ingratos, cualesquiera que sean las circunstancias,
caído o no en desgracia. Tal el contraste de las situaciones creadas a esto
ciudadano cuyos partidarios no han sido conquistados con el embute
—la aportación folklórica, amigo Bórquez, es tan certera como incisiva—
y cuyos enemigos se encuentran entre aquellos que pretendieron sobor
narlo con un cheque de cincuenta mil dólares, en los días en que el pro
letariado era asesinado por los guardias blancas de latifundistas y pe
troleros”.
74
�¿Por qué, para conocimiento de campesinos y obreros y de todas las
gentes decentes que hicieron la Revolución, no iba Djed Bórquez a in
sistir en estos aspectos del anecdotario eardenista? Es indudable que se
suscita la sonrisa malévola, si se recuerda que Cárdenas, “un general de
la Revolución”, pidió dinero para reintegrarlo después. La sátira mez
quina hizo de los préstamos forzosos una sangrienta muletilla. Ahora no
faltará quien mal juzgue a Lázaro Cárdenas por haber dispuesto única
mente de siete mil pesos, de los cien mil que le dieron para gastos de
campaña. No en balde los castrados y acomodaticios llamaron bandidos
a los revolucionarios: todos, sin distingo.
Ningún nombre extraño—al medio, naturalmente—ha influenciado al
biógrafo que sabe seducirnos con su agilidad de espíritu, tan apto para
la coordinación de los aspectos exteriores. Si acaso, dos sombras ilustres,
Hugo y Bonaparte, son signos de superación en el libro de Djed. La au
tenticidad biográfica no ha desmerecido con la discreta referencia, si se
advierte que el buen padre Hugo y las gestas napoleónicas—más Hugo,
en la iniciación, que el Corso—convulsionaron la juventud de Lázaro Cár
denas.
Inactual, por desentonada, parecerá a los saturados de cultura no
vísima la reminiscencia del desterrado de Hauteville. Pero si hemos de
seguir la ruta hasta detenernos en la linde que confina con el remanso
impenetrable de la vida íntima del biografiado, ¡ cuán moderna es la ac
titud y qué vigorosa encontramos la mentalidad del más genial exégeta
de Shakespeare! Y aquí encaja bien el desenfado erudito, pues la afir
mación se impone a trueque de provocar la diatriba: más aprendimos en
la selva lírica de Hugo que en las sinuosas interpretaciones filosóficas de
los dómines—infecundos e irresponsables—adormecidos entre los espesos
muros de la cátedra libre.
Tras la prudente preparación escolar del liberal maestro de Jiquilpan, la frecuentación de Hugo era inevitable. “Los Miserables”. “El 93”.
Con tales lecturas bastó para aclarar el medio entenebrecido por el fa
natismo y cacicazgo tradicionales. Después de la espera—lo extático—.
la acción—dinamismo—. La espii’itualidad, acrisolada en las privaciones
y en la perenne contemplación del paisaje: sueños, subjetividad: panteís
mo puro, había de derivar al campo abierto. Si la libertad es un inmenso
dolor en marcha, pensar en ella es tanto como empuñar el fusil contra
los detentadores, y más apremiante si en las sementeras ya asomó la
75
�espiga de las reivindicaciones sociales, hoy amenazadas en el mundo por
la racha de los nacionalismos siniestros. Las revoluciones, en consecuen
cia, se hacen con los libros—la escuela—y las carabinas. De ahí que sea
un estigma el no saber-aprovechar el sacrificio humano en la estructu
ración del apostolado de San Pablo: todo para todos.
¿Sueños? Magníficos. ¿La igualdad en derechos no ha sido hasta
hoy un ideal unido a la realidad? Una quimera. Pero se ha dicho tam
bién que el sueño es vida; y ésta crea apóstoles—gloriosa dinastía casi
extinguida—y héroes y víctimas. De la masa de estos últimos ha surgido
Lázaro Cárdenas, por más que su biógrafo haya tenido la decorosa discre
ción de no presentarnos al revolucionario más que como un modesto ge
neral.
Así está bien, querido Djed, para Cárdenas y nosotros. Ya estamos
cansados del heroísmo napoleónico de tantos que no han sido, a la vez,
ni generales ni estadistas, y lo que es peor, estamos hastiados de las
mascaradas. .. heroicas. Preferimos las consecuencias de los quince años
del destierro de Hugo, a las victorias de la gran guerra, la cual justifica
la expresión del maestro: la salvación consiste en destruir los seres que
se alimentan devorando.
Compulsando la obra de Cárdenas como militar y gobernante, fácil
mente podremos situarlo entre los tipos de héroes catalogados por Sehele r: el dominio sobre sí mismo. Y esto—para finalizar el retorno a
Hugo y anticiparnos a la mordacidad enemiga—dicho sea con las pala
bras del desterrado de Hauteville, cuando enseñaba que la cuestión so
cial debe presentarse del lado de la dignidad humana: el desdén imbécil
suele tener las mismas consecuencias que la adoración estúpida.
�Por Leopoldo RAMOS
La portada de este número de CRISOL reproduce la faz—acción
vibrante en su reposo— del paladín coronado de eficacias que, bajo el
nombre de Jesús M. Garza, encarnó, así sencillamente, encarnó, el senti
do dinámico de la Revolución Mexicana.
En el aniversario décimoprimero de su reintegración a la energía
—radiante y obscura—■de la materia cósmica, CRISOL se inclina ante el
estrenuo hijo de la masa anónima, cuyo flamín parecía ser hecho de las
cóleras de los explotados.
Palabra y acción, rectitud y pureza, fiero concepto de la responsa
bilidad—que se resolvían en amor caudaloso para los humildes—, die
ron tajante virtud al ademán del revolucionario sin tacha.
Hombre en el que se disputaron la preeminencia Saint-Just y Espartaco, fué detenido por la muerte, cuando, en el vértice de su espíritu, la
vida estaba a punto de hacer relucir el prodigio de todas sus facetas,
como en el dorso de un diamante exacto.
Se habla, a veces, con fácil suficiencia, de caracteres rebeldes, de
caballeros nuevos que, sin ritos de Caballería, prolongan el ministerio
de esa noble decadencia del tnedioevo; pero, descontando el recurso li
terario, se descalabra la verdad en muchos casos. Por eso decir hoy que
Jesús M. Garza realizó el tipo del Bayardo moderno, apenas sería hacer
le justicia. Porque el egoísmo del caballero medioeval, orientado al usu
fructo rapaz de la tierra, con menoscabo de sus legítimos dueños, re
sultaría misérrimo ante las luces de la ética de hoy.
En cambio Garza, nacido en las vegas de un río, pertenece a otra
Orden. A la Orden de la tierra misma, la que ya fía muy poco en sus
merovingios y habilidosos representantes, y que, segura de sí mis
ma, está en vías de ajustar equitativamente al mundo.
�EL P R O B L E M A DE L A S
V IV IE N D A S EN M E X IC O
Por Albino ZERTUCHE, Jr.
En veces anteriores nos hemos ocupado acerca de la distribución de
los jardines en la ciudad, demostrando que hay urgente necesidad
de construir mayor número de ellos. Otro de los problemas que atañe
al mejoramiento de las condiciones en que vive nuestra población, es el
del alojamiento, esto es, de las habitaciones en que se alberga y vive.
Siendo este problema de una amplitud tan grande que para tratarlo
bajo todos sus aspectos se necesitaría un verdadero estudio, lo cual no
cabe hacer en una publicación periodística, tínicamente vamos a haeer
áltennos comentarios bajo el punto de vista de la distribución de nues
tros habitantes en las casas y viviendas con que ha contado y cuenta
la antigua Tenochtitlán.
Creemos pertinente dar a conocer algunos datos de 1900, referentes
al asunto, para que nuestras comparaciones tengan un fin práctico, esto
es, conocer si nuestra población vive ahora mejor, igual o peor que en
tonces.
No es secreto para nadie que la capital del país comenzó a crecer
físicamente y a aumentar con rapidez su población a partir de 1900,
acelerando su crecimiento en los últimos 15 años, debido a la más rápi
da concentración de habitantes. Por causas diversas (que hemos anali
zado en un Estudio sobre el Urbanismo que está en preparación), el he
cho es que nuestra capital se ha extendido grandemente, sobre todo al
sur y suroeste, haciendo nacer nuevas colonias en lugares que a princi
pios del siglo eran “llanos”, sólo utilizados en el cultivo en pequeña escala
de algunos cereales.
Ahora bien, esas nuevas colonias fueron creadas para descongestio
nar las casas de la antigua ciudad que, además de ser insuficientes para
contener a la población “in crescendo” dejaban y dejan aún mucho que
desear bajo todos los aspectos de higiene, de comodidad y aun de esté
tica.
Para que nuestras comparaciones sean correctas, vamos a considerar
78
�en 1900 las viviendas qne había no únicamente en la ciudad de México
propiamente, sino también en las entonces municipalidades de Tacuba,
Tacubaya y Mixcoac, que como es público y notorio, actualmente forman
parte de la capital.
En aquel año había en toda esa zona 88,271 casas con viviendas y
accesorias que servían de habitación 1 y 96,903 familias de dos o más
personas a las que daban albergue, es decir, que en media, por cada 100
familias existían 91 viviendas.
Esta relación, indudablemente demuestra que nuestra población en
general vivía incómodamente, bajo condiciones higiénicas deplorables y
en muchos rumbos, verdaderamente hacinada. Seguramente que esto
influía de una manera decisiva sobre la mortalidad general, pues las en
fermedades encontraban campo muy propicio donde desarrollarse, al
vivir gran número de personas dentro de una misma casa y cada fami
lia, en menos—teóricamente—de una vivienda.
En 1930, la ciudad de México contó con 244,215 viviendas y 198,956
familias, esto es, que por cada 100 familias corresponden 122 viviendas,
en media.
Este resultado, sin mucho esfuerzo, demuestra que nuestra pobla
ción vive mejor ahora, pues cuando menos cada familia de las que mo
ran en la ciudad cuenta para su uso con una vivienda. Aunque no den
tro de toda la zona que corresponde a la capital existe esta relación, sí
en la mayor parte de ella hay mayor número de viviendas que de fa
milias. Esta mejor distribución, o más bien este aumento de viviendas
por familia, ha intervenido en parte no despreciable para que la morta
lidad haya disminuido (52.52 por millar de habitantes en 1900 y 26.79
en 1930), porque mucha población disfruta de mayor cantidad de aire,
luz, agua, etc., y menor número de incomodidades en las casas donde
habita.
Correlativamente a ese aumento de viviendas, encontramos una dis
minución de habitantes por vivienda. En efecto, en 1900 vivían en me
dia, 4.63 habitantes en cada vivienda, y en 1930 4.21, comprobando esta
relación que han mejorado las condiciones de acomodamiento de la po
blación de entonces acá, ya que el'número medio de miembros por fa
milia no ha disminuido.1
1 Censo de 1900.—Dirección General de Estadística.
79
�Si bien es cierto que se ha ganado en la distribución general, si exa
minamos separadamente las familias que vivían y viven en casas solas o
departamentos y las que habitan los numerosos jacales, encontraron» que
los resultados no son tan halagadores como a primera vista se encuen
tran.
En 1900, de las 96,903 familias, 90,664 vivían en las casas aisladas
o departamentos de 2 o más piezas, o sea el 93.57 por ciento y en los
jacales existentes en aquel entonces, 6,239 familias, o lo que es lo mismo,
el 6.43%.
Parecería lógico que en 1930, cuando por todos los rumbos de la
ciudad se contemplan edificios suntuosos, con apariencia de solidez y
comodidad y nuestra capital ha mejorado bajo muehos aspectos, hubie
ra menor número de familias viviendo en esas construcciones tan ende
bles, ya que son hechas con barro, láminas viejas y otros materiales, que
además de no presentar ninguna •consistencia, no pueden ser higiénicas,
porque el polvo y el agua encuentran paso franco y están expuestas a
ser abatidas por cualquier viento fuerte. Pues bien, en 1930 había 13,976
familias que los habitaban. El por ciento que representan estas familias,
sobre el total de las existencias en la ciudad es de 7. ¿Qué puede signi
ficar este resultado? Que una parte no despreciable de nuestra pobla
ción, mayor todavía ahora que en 1900, está al margen de las más rudi
mentarias comodidades; vive precariamente bajo todos, los órdenes y de
be hacer consideraciones amargas y desconsoladoras al comparar sus mi
sérrimas moradas con las que se levantan en tantas calles de la ciudad,
ostentando en sus fachadas quizá hasta adornos superfinos, perfecta
mente alumbradas y seguras.
Mientras tengamos dentro de la misma ciudad y en lugares cercanos
al corazón de ella esos jacales, no creemos haya razón para levantar pala
cios, llámense como se quiera, o hacer obras que si es exacto1que sirven
pava dar trabajo a muchos obreros, no reportan utilidad inmediata, pare
ciendo que se ignoran las condiciones lamentables en que vive nuestra
población popular.
A redimir a esos desheredados, que llevan una vida comparable con
la de los animales domésticos; a construir edificios que por su costo pue
dan ser alquilados a la gente pobre, pero dotados de las comodidades e
higiene que exige la vida moderna, deben tender los esfuerzos de las
autoridades que quieran cumplir con uno de los más grandes postulados
80
�de nuestra Revolución: proteger y elevar el nivel social y económico de
nuestra clase humilde.
Los capitales que permanecen inactivos en las cajas de los Bancos,
si se pusieran en movimiento con el fin de construir casas al alcance de
los más pobres, cumplirían con varias altas misiones: derramarse en
tre los obreros que levantaran los edificios, aminorando el número de los
que carecen de trabajo; contribuir a la desaparición de esas construccio
nes pasajeras, y la última mucho más importante que todas las demás:
convertirse en protectores de un capital que no se cuenta en metálico,
de valor infinitamente superior: la vida humana.
Será más fácil la tarea de educar a nuestro pueblo, cuando todos sus
componentes se sientan miembros efectivos de la sociedad en que viven;
y no hay que olvidar que el hombre que cuenta con un lugar cómodo
donde vivir, está mejor dispuesto a elevar su nivel cultural y social, que
el que vive constantemente amargado por la falta absoluta de toda clase
de satisfacciones, comodidades y dentro de un ambiente impregnado de
pobreza y desaliento.
�(Traducción de Emilio URIBE ROMO)
ESTADOS UNIDOS
En 1932 las Cámaras de algunos Estados tuvieron solamente sesio
nes regulares y, por consiguiente, no es extraño comprobar que son raras
las innovaciones legislativas en el dominio del seguro social. Sin em
bargo, no faltan las pruebas del creciente interés que demuestra la opi
nión pública hacia las diferentes formas de ese seguro.
Toda clase de asociaciones han apoyado los esfuerzos encaminados al
establecimiento de un seguro social, de tal manera, que el Consejo Fede
ral de las Iglesias de Cristo propone que las iglesias deberían declararse
en favor del seguro social en caso de enfermedad, de accidentes de tra
bajo, de ancianidad y desocupación. En las últimas elecciones genera
les, el Partido Socialista incluyó en su programa la asignación de pen
siones de ancianidad, a los 60 años, en favor de hombres y mujeres; la
introducción de un seguro de enfermedad, maternidad, invalidación y
el mejoramiento de sistemas de indemnización por accidentes de trabajo
o del seguro contra accidentes.
Sin duda, el movimiento en favor de las pensiones de ancianidad ha
sido reforzado por la elección de Mr. Roosevelt que, como gobernador
del Estado de Nueva York, ha apoyado la adopción de un sistema de
las mismas en ese Estado. El programa del Partido Demócrata incluye
el establecimiento, mediante leyes de los Estados, de un seguro de an
cianidad. Además, entre los miembros del Congreso, de elección recien
te, figuran numerosos partidarios de las pensiones de ancianidad, ha
biéndose declarado algunos de ellos en favor del proyecto de legislación
federal propuesto en 1932. Este proyecto al cual por unanimidad retuvo
el Comité de Trabajo de la Cámara de Representantes, a fin de someterlo
a un estudio más a fondo, gravaba el presupuesto de los Estados Unidos
con una subvención federal que llegaba a la tercera parte del importe
de las pensiones que debían ser cubiertas por los Estados. De hecho la
discusión del proyecto no fué llevada muy lejos, pero podrá ser reanu
dada por el actual Parlamento. Otro proyecto muy importante, enca
minado al establecimiento de un seguro de invalidación-ancianidad obli1 Tomado de “Les Assurances Sociales en 1932”, del “Bureau International du
Travail”.
82
�gatorio para 1.750,000 empleados de compañías de caminos de hierro que
efectúan transportes entre Estados de la Unión, proyecto que fué estu
diado por una comisión del Senado, no ha sido objeto de una resolución
parlamentaria definitiva.
El establecimiento de un seguro contra invalidez-enfermedad ha
motivado estudios en extremo interesantes por parte de un comité que
tiene la misión de estudiar el costo de la asistencia médica (Comittee on
the Cost of Medical Care). Este comité, compuesto de expertos pertene
cientes a asociaciones o instituciones privadas, después de cinco años de
investigaciones acaba de publicar su informe “sobre los medios de pro
porcionar un servicio médico científico y conveniente a todos los indi
viduos, ricos y pobres, a un precio razonable que esté al alcance de los
últimos, tomando en cuenta su situación social”. La mayoría del comité
ha recomendado la organización de servicios médicos, preventivos y cu
rativos, ministrados principalmente por grupos que comprendan médi
cos, dentistas, enfermeras y farmacéuticos, y funcionando cada grupo
como dependencia de un centro, que será un hospital. Los recursos ne
cesarios para la asistencia médica deberán ser obtenidos por la utiliza
ción del seguro. Cada institución o asociación local que posea un cierto
grado de cohesión deberá hacer un contrato con un grupo médico para
la organización de la asistencia. Tratándose de los miembros de la colec
tividad necesitados, las autoridades públicas deberán pagar una contri
bución con cargo al presupuesto. La principal recomendación tiende de
esta manera al establecimiento de un seguro voluntario para la asisten
cia médica, a iniciativa tanto de grupos de médicos o de farmacéuticos
como de grupos de la población.
Los sistemas de seguros contra los accidentes de trabajo atraviesan
por un período difícil. En la mayoría de los Estados, más de cincuenta
compañías están en competencia practicando el seguro y hay entre ellas
un gran número de pequeñas compañías que, dominadas por preocupa
ciones comerciales, multiplican las dificultades y la lentitud de los pro
cedimientos ante los tribunales, y de esa manera estorban considerable
mente la buena aplicación de las reglas relativas a la indemnización por
accidentes de trabajo.
En general, las compañías de seguros se quejan del nivel demasiado
bajo de tarifas de primas autorizado por los gobiernos de los Estados,
en tanto que, por numerosos motivos viene acrecentándose la carga de
83
�la indemnización por accidentes de trabajo. Los legisladores y los tri
bunales tienden a definir más ampliamente los riesgos cubiertos, y tam
bién al aumento de las prestaciones. En particular, los casos de enfer
medades profesionales indemnizadas son cada día más numerosos, y el
costo del tratamiento médico ba venido elevándose rápidamente en el cur
so de los últimos años. Durante este tiempo, la revisión de las tarifas de
primas se ha retardado considerablemente respecto del progreso de la le
gislación y la jurisprudencia, en tanto que. la mecanización de la indus
tria ha provocado una reducción de salarios, sin una disminución corres
pondiente del riesgo a cubrir. La crisis económica ha agravado estos fac
tores. La baja de salarios implica una disminución del cobro de primas,
pero los gastos no han disminuido en las mismas proporciones. Los traba
jadores a “short time” tienen derecho a prestaciones calculadas sobre un
salario normal. Las víctimas de accidentes, ante las dificultades con que
tropiezan para reocuparse, tratan de prolongar lo más posible el período
de tratamiento. Con tales abusos, lo que más hay que lamentar es que
no existe seguro de desocupación ni de enfermedad. Por tanto, afirman
las compañías que el seguro contra accidentes tiene que soportar, de he
cho, no solamente los riesgos de accidentes profesionales, sino también
en numerosos casos, los riesgos de enfermedad, invalidez, ancianidad e
invalidación.
ITALIA
El acontecimiento más destacado del año de 1932 fué la discusión
en el Consejo Nacional de Corporaciones del proyecto de reforma de la
ley sobre la reparación de accidentes, proyecto que a grandes trazos fué
expuesto en L’Année Sociale 1931, p. 285.
Si bien estas discusiones sólo han dado un escaso número de elemen
tos a los debates, pues subsiste un desacuerdo entre el punto de vista de
patrones y el de asalariados, principalmente en cuanto a la constitución
de órganos del seguro, al carácter automático de la manera de cubrir los
riesgos y a la forma de indemnizaciones, han tenido, sin embargo, al me
nos sobre un punto, una conclusión firme y precisa.
En efecto, el jefe del Gobierno ha tenido que suspender la discusión
y ha hecho patente la necesidad de una caja única encargada de cubrir
el conjunto de riesgos industriales. “De todas maneras, es preciso no
olvidar, ha agregado el jefe del Gobierno, que el régimen fascista no tien
84
�V
de, en principio, a la creación de monopolios que sólo servirán a in
tereses individuales o a grupos de intereses particulares; sino que per
sigue únicamente una adaptación tan completa como sea posible de los
organismos a las necesidades económicas, tanto como al aspecto social y
humano de los problemas planteados: organismo único de seguro no quie
re decir forzosamente un organismo de Estado, sino que también puede
significar un establecimiento público regenteado con el concurso de las
instituciones sindicales y corporativas. El Gobierno fascista tendrá muy
en cuenta las indicaciones que surjan de la discusión en el seno del Con
sejo de las Corporaciones hasta que, llegado el momento que juzgue más
oportuno y adecuado a los intereses de la nación, el mismo Gobierno
aporte una solución concreta al problema planteado en esa forma.” 1
No obstante las consecuencias de la crisis económica, prosigue el •
movimiento a favor del seguro contra enfermedades. El número de
asegurados por virtud de una obligación legal—personas que trabajan
en el mar o en el aire o asalariados de nuevas provincias—o de los ase
gurados por disposiciones incluidas en contratos colectivos, llegó en 1932
a cerca de 1.600,000 y las cuotas recibidas durante el año se elevaron a
unos ciento veinte millones de liras. Además, paralelamente a las cajas
paritarias encargadas de aplicar el seguro, ya sea como resultado de
una obligación legal o por motivo de la celebración de contratos colecti
vos, se desarrollan también cajas mutualistas libres, cuyo papel esencial
consiste en englobar, por una parte, a los trabajadores que no están bajo
la dependencia directa de un patrón, y por otra, a las familias de asa
lariados o de trabajadores independientes de condición modesta. Estas
cajas mutualistas, que se limitan, ya sea al aseguramiento de la atención
médica, quirúrgica y farmacéutica—mutualistas sanitarias—, o bien a
garantizar una indemnización por enfermedad, además de las prestacio
nes “in natura”, montaban, en 1932, a 4,159 y agrupaban 964,219 miem
bros. Por lo demás, el campo restante, abierto a la evolución del seguro
contra enfermedad, sigue siendo considerable: el seguro-invalidez-ancia
nidad-defunción, que engloba al conjunto de asalariados de la industria,
1 Estando en prensa el presente volumen, llegan informes a la Oficina Interna
cional del Trabajo relativos a que el Consejo de Ministros se acaba de declarar en
favor de la unificación de instituciones de seguros contra accidentes. La gestión
de éstos en la industria y el comercio se confiará a una caja nacional que tomará
el nombre de “Instituto Nacional Fascista para el Seguro Contra los Accidentes de
Trabajo”. Los sindicatos de seguros contra accidentes, creados por iniciativa de
los patrones, serán liquidados a partir del 1» de julio de 1933.
85
�del comercio, de la agricultura y de los transportes, agrupa, en efecto,
alrededor de seis millones de asegurados cuyas cuotas se elevaron a
cuatrocientos millones de liras a fines del año de 1931, o sea a cerca
de un siete por ciento menor que las de 1930.
Desde el punto de vista legislativo, el año de 1932 no ña aportado
modificación alguna importante a los textos anteriormente en vigor. La
única reforma notable atañe a la organización administrativa y a la com
petencia territorial de cajas de seguros contra enfermedad, en las nue
vas provincias. El número de cajas se reducirá, a partir del l 9 de julio
de 1933, por la concentración de las cajas actuales de distritos en cajas
provinciales y la supresión de las federaciones regionales de la Yenecia
trentina y juliana.
ARGENTINA
En septiembre de 1932 dió entrada la Cámara de Diputados a un
proyecto de ley tendiente a la creación de un seguro-ancianidad-defunción obligatorio en favor de periodistas, empleados y obreros de diarios,
publicaciones periódicas y publicaciones oficiales. La obtención de fondos
para ese seguro se haría por cuotas de los asegurados (6 por ciento del sa
lario para los periodistas y el personal de dirección y 5 por ciento para los
obreros y empleados) y por cuotas de los patrones (8 por ciento del monto
global de los salarios pagados al personal). Además se fijaría a las em
presas una contribución permanente de 5 por ciento sobre los anuncios
que no fueran de carácter oficial.
BRASIL
El seguro-invalidez-ancianidad del personal de las empresas de in
terés público, establecido por el decreto-ley del l 9 de octubre de 1931,
entró en vigor en 1932. Entre los reglamentos administrativos promul
gados, los más importantes se refieren a la organización de prestaciones
“in natura” y a la inversión de fondos de instituciones para favorecer
en bien de los asegurados, el desarrollo de la construcción de habitacio
nes para obreros. Muchas instituciones han hecho uso ya de esta facul
tad de inversión que se les acaba de reconocer.
El gobierno se prepara a extender el beneficio de este seguro-invali
dez-ancianidad-defunción obligatorio a los marinos y a los trabajadores
�de puertos y se sometió al estudio de las organizaciones obreras un de
creto ya elaborado.
CHILE
Una serie de decretos promulgados en 1932 instituyeron la autono
mía del seguro y restablecieron su unidad administrativa, lograda
en 1928.
La ley de 8 de septiembre había establecido un sistema unitario de
seguro-enfermedad-invalidez-aneianidad de los trabajadores, de carácter
obligatorio, que debería ser administrado con la colaboración de repre
sentantes de los asegurados, de los empleados y el Estado, por una ins
titución central y comités locales. De hecho, la organización primitiva
mente prevista no fué establecida y el seguro social fué regenteado por
un consejo en el cual estaban comprendidos un asegurado, un patrón, un
médico y cinco representantes de la Caja de Ahorros, confiándose a
ésta y a sus agencias locales las operaciones administrativas.
A principios de 1928 la administración del seguro-enfermedad fué
transferida al Departamento de la Asistencia Pública. El seguro debía
pagar a la Asistencia Pública una proporción de sus ingresos correspon
diente a lo que ésta había anteriormente gastado por el seguro-enferme
dad, e invertir muchos millones de pesos en la construcción de hospitales
públicos. En 1930 el seguro quedó privado de su personal de contralores
y sus funciones fueron encomendadas a la Inspección General del Tra
bajo, a la cual se transfirieron las sumas anteriormente afectadas por el
aseguramiento y controlado.
El desmembramiento del seguro ha producido efectos lamentables.
Los asegurados, que habían perdido toda la posibilidad de participar en
el manejo del mismo, dejaban de tenerle interés y la Institución Central
de Aseguramiento no disponía de medios de asegurar el pago regular de
las cuotas.
En tales condiciones, el gobierno decidió en 1932 restituir al seguro
su autonomía y su unidad. La Institución Central de Aseguramiento ha
sido nuevamente dotada de sus propios órganos de inspección y encar
gada de la gestión del seguro-enfermedad. La composición del consejo
de la Institución ha sido modificado: actualmente comprende ocho miem
bros, seis de los cuales representan a los interesados. Por otra parte, la
Institución ha establecido un cuerpo de agentes que asumirán la mayor
87
�parte de las labores confiadas anteriormente a las sucursales de la
Caja de Ahorros.
PANAMA
El Gobierno pasó a la Asamblea Nacional un proyecto de ley enca
minado a instituir una caja de pensiones en favor del personal de los
servicios públicos del Estado: funcionarios, empleados y obreros. Esta
institución tendría por objeto asegurar al personal de todos los servicios
públicos contra los riesgos de invalidez, ancianidad y defunción. Los
gastos que demandara el funcionamiento de esta institución serían cu
biertos por cuotas de los asegurados—2 por ciento de los sueldos—, así
como por un subsidio anual fijo de los poderes públicos.
URUGUAY
Ls trabajos parlamentarios relativos al proyecto de ley para la crea
ción de una caja nacional de pensiones y retiros, no han alcanzado aún
su objeto. En cambio, se ha logrado un importante progreso en el domi
nio de la legislación sobre indemnización por accidentes de trabajo, cuya
aplicación se ha extendido al conjunto de los trabajadores agrícolas, por
un decreto del 25 de febrero de 1932.
�LA HISTORIA DEL TRIGO
Por R am ón FERNANDEZ y F.
I
La palabra trigo se deriva del latín triticum, la cual a su vez pro
viene de tritus, palabra de la misma lengua que significa quebrado, tri
turado, trillado. Hay quien suponga que se dió tal nombre al cereal que
nos ocupa aludiendo al grano reducido a harina; pero es más verosímil
que se le haya dado en atención a la trilla u operación que tiene por
objeto expulsar el grano de sus envolturas.
Raro será el producto de la tierra que haya jugado un papel tan
importante en el desenvolvimiento de la humanidad como el trigo que,
desde los tiempos; lejanos de la mitología y de la leyenda, ha provocado
la desgracia o la felicidad de los hombres. Años de buenas cosechas de
trigo marcan épocas de prosperidad de los pueblos. Años de escasez
de este cereal han causado guerras, motines y aun derrumbamientos de
todo el orden social establecido.
Algunos sociólogos atribuyen al trigo el mayor y más rápido grado
de civilización alcanzado por la raza blanca.
Poco es lo que se sabe sobre el origen del trigo o sobre el país en
que fue cultivado por primera vez. Se ha sostenido que proviene, des
de los tiempos prehistóricos, de alguna especie de zacate; pero de esto
no hay la más ligera evidencia, y aunque puede haberse desarrollado
hasta adquirir la forma actual por medio del cultivo continuado, nos
queda la duda de si siempre constituyó una especie distinta; Humboldt
en sus Aspectos de la Naturaleza, dice: “La zona original de las gramí
neas harináceas se encuentra envuelta en la misma obscuridad que el
origen de los animales domésticos que han acompañado al hombre desde
su prehistoria.” Nadie ha sido capaz de arrojar alguna luz sobre este
asunto.
Probablemente el trigo es nativo del Asia Menor. Se le menciona
en los escritos más antiguos, por lo que debemos concluir que fué cono
cido y usado como alimento por el hombre primitivo.
No hay memoria precisa del tiempo en que fué arrebatado a los
89
�campos para convertirlo de planta silvestre en cultivada. Muchas veces
encontramos el trigo mezclado a las tradiciones legendarias y mitoló
gicas de algunos pueblos.
China conserva la memoria de un emperador que hace cuarenta y
siete siglos inició los trabajos agrícolas en esa nación; entre los cinco
granos considerados como más útiles al hombre se menciona el trigo en
primer término.
En la India atribuyen la introducción del trigo a Brahma, primera
persona de su trimulti o divinidad. En Fenicia se creyó que el trigo pro
venía de Dagón, dios de los Filisteos.
El Zend-Avesta, libro que se cree debido a Zoroastro, quien vivió
quinientos años antes de la era cristiana, dice que en aquel tiempo el
trigo era ya conocido en Persia, y de gran uso en ella desde mucho antes
de escrito el libro.
Los mahometanos le asignan un origen distinto del que han tenido
las demás plantas cultivadas. En el Corán se lee que el trigo fué traído
por el arcángel Miguel, quien mandó que se estableciera su cultivo. Dícese además, que el grano tenía el tamaño de un huevo de avestruz;
pero que por la maldad de los hombres se redujo sucesivamente a las
dimensiones de un huevo de gallina, de un huevo de paloma, de una
nuez, de un garbanzo, hasta llegar a su tamaño actual, y la divinidad
amenazó aún a los humanos con reducirlo al tamaño de un grano de
mijo y hacerlo desaparecer, si persistían en el pecado.
Los antiguos egipcios creían que el trigo era un don especial de Isis,
diosa de la agricultura.
Los griegos representaban a Ceres, diosa de la agricultura, llevando
en la mano una hoz y en la otra un haz de espigas. La palabra cereal
con que generalmente se designan aquellas gramíneas cuyos frutos se
aprovechan para extraer harinas, se deriva del nombre de esta diosa.
Indudablemente a los griegos se deben las hermosas paráfrasis “cabello
de Ceres” y “don de Ceres” con que en forma poética se alude al trigo.
Con sus espigas se hacían guirnaldas para que se adornaran con ellas
las vírgenes vestales en las fiestas de las cosechas que se celebraban a
mediados de abril.
En el Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, se menciona al
trigo ya usado en la alimentación desde los tiempos de Abraham.
90
�Beroso, historiador caldeo que vivió hace dos mil años, consigna en
sus escritos que el trigo crecía silvestre en los alrededores de Babilonia,
lo cual parece haber sido confirmado siglos más tarde, cuando Olivier
creyó haberlo encontrado, silvestre también, a orillas del Eufrates.
Heintzelman y Michaux piensan haber hecho igual descubrimiento
en varias partes del Asia, y Dureau de la Malle le da por patria el his
tórico valle del Jordán.
Aristóteles, en Grecia, lo mismo que los agrónomos romanos Catón.
Varón, Paladino, Columela y Plinio “El Viejo”, se ocupan particularmente
del trigo. Alguno de ellos lo señala como un fruto de poco rendimiento
económico aconsejando la diversificación del cultivo. Ya en tiempos de
Plinio, el trigo cubría grandes extensiones de la Campania, de la Mau
ritania y de la Galia.
En las ruinas de Herculano y Pompeya se han encontrado dos es
pecies de trigo. Comparando éstas con las que se supusieron halladas
en los hipogeos de los antiguos reyes de Tebas, hase concluido que el
trigo no ha sufrido modificaciones.
De todo lo expuesto se desprende fácilmente la importancia que des
de muy remotos tiempos se ha dado al trigo como factor alimenticio; lo
incierto de la época en que se introdujo en los cultivos, época que se
confunde con los albores de los más antiguos pueblos: Asiria, India,
China y Egipto, así como el presumible origen de esta planta: el Con
tinente de Asia por lo menos, si no lo fué exactamente, la famosa Cuenca
del Tigris y el Eufrates, donde la narración bíblica ha señalado la cuna
de la humanidad.
En España, en el siglo VII, siendo entonces muy próspera en agri
cultura esta nación, se cultivaba en ella el trigo extensamente y de allí
pasó a la América cuatro siglos después.
Siendo el cereal fundamental de los países más cultos, se explica
que las estaciones agrícolas experimentales y los biogenésicos más nota
bles del mundo hayan prestado al trigo una atención especial. La cien
cia ha trabajado mejorando cada vez más las variedades, aumentando
los rendimientos, descubriendo la manera de librar al cereal de las pla
gas. A la vez la maquinización puede llevarse adelante en este cultivo
de una manera más completa, quizás, que en cualquier otro. La espiga
dora trilladora, que al pasar sobre un campo de trigo en pie nos permite
91
�sacar de él mies trillada, es el más alto exponente del avance del maquinismo en la agricultura.
El último paso en el adelanto de la técnica agrícola aplicada a esta
planta acaban de darlo los rusos, descubriendo el proceso por ellos lla
mado de “yarovizaeión”. La yarovización, haciendo actuar sobre las
semillas determinadas condiciones de temperatura, luz y humedad, per
mite convertir las variedades de trigo de invierno en variedades de pri
mavera, acortando notoriamente el período vegetativo. A la vez presen
ta importancia desde el punto de vista genético, porque abre un amplio
campo a nuevas hibridaciones entre trigos de diversos climas.
En los últimos años la cantidad de trigo producida en el mundo,
ha tendido a aumentar en forma rápida, provocando una crisis de
superproducción simultánea con la crisis general. Se han llevado a cabo
conferencias internacionales (primera en 1927 y segunda en 1931), pa
ra tratar los problemas relacionados con esta gramínea. Fuertes trata
dos internacionales incluyen cláusulas relacionadas con el comercio del
trigo. Finalmente, en algunos países como los Estados Unidos, después
de fracasados intentos por regularizar el comercio triguero, han recu
rrido a la destrucción del grano empleándolo como combustible.
EL TRIGO EN MEXICO
Los aztecas desconocieron el cultivo y uso del trigo. Hay indicios
no confirmados de que los toltecas conocían ya esta planta, pero la cos
tumbre de su cultivo se perdió al desaparecer esta primitiva civilización.
Apenas llegados los españoles introdujeron el cultivo de este importante
cereal en lo que hoy es nuestro país.
La semilla fué transportada casualmente por un esclavo negro de
los primeros conquistadores, que algunos dicen perteneció a Hernán Cor
tés. Este esclavo estableció el cultivo en la Nueva España valiéndose
para ello de tres granos que encontró casualmente en una de las bode
gas de un barco. De estos granos, según refieren Gomara y Andrés de
Tapia, germinó uno solamente y produjo cuarenta y siete espigas que
fueron distribuidas a varios agricultores.
Hay autores que afirman que no se conoce el nombre del esclavo
que, conforme se ha narrado, introdujo este cultivo en nuestro país.
Francisco A. de Icaza nos habla, sin embargo, de un tal Joan Garrido
“que cogió y sembró trigo en esta tierra, de lo cual ha venido a ver lo que
92
�al presente hay” y “que truxo a esta Nueva España muchas semillas de
verduras”. 1
Desde los primeros tiempos de la colonia, pues, se cultivó trigo en
la Nueva España, aunque en escasa ■cantidad y solamente para el uso
de los españoles. El padre Rivera escribe con alegre ironía que, si bien
es cierto que los españoles trajeron el trigo, ellos se comían el pan y
dejaban a los indios las tortillas, porque creían que el trigo era más
saludable al hígado.
Hacia fines del siglo XVIII don Antonio Alzate Ramírez dice que
la fertilidad de las tierras iba disminuyendo y, subsidiariamente, hace
una cita sobre el origen del trigo en nuestro país. 12 Textualmente dice:
“En Nueva España los terrenos de día en día se esquilman, a causa de
que no se majadean (expresión de nuestros agricultores), porque no es
capaz conseguir el estiércol necesario para territorios tan dilatados,
| quién creerá, si se juzga por lo que se ve en el día, que el primer trigo
que se cosechó en Nueva España lo fué en las lomas de Taeubaya? Ello
es que en el día son infructíferas; pues lo mismo se experimenta en otros
parajes; este perjuicio proviene de la causa asignada.”
En tiempos del virrey Iturrigaray (hacia 1808) las haciendas de
cultivo “aunque atrasada la agricultura, producían inmensas cantidades
de trigo, maíz, cebada, frijoles y demás granos alimenticios”. 3
El ya citado don Antonio Alzate decía hacia 1780: 4 “Las obras que
sobre agricultura se han publicado, se imprimen y se compondrán ínte
rin durante el furor de escribir acerca de este arte, a lo que muchos crí
ticos nombran agronomanía, son capaces de adornar una grande biblio
teca. ¿Pero qué poca utilidad efectiva se ha seguido? Tantas máquinas
ideadas para barbechar, sembrar, trillar, etc., ¿han correspondido a lo
que prometen sus inventores? Lo cierto es que la agricultura perma
nece casi en el mismo pie en que la manejaban los antiguos, apenas se
1 Francisco A. de Icaza. “Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobla
dores de la Nueva España”. Sacado de los textos originales. Madrid, 1923.
2 “Gacetas de literatura de México”, por don José Antonio Alzate Ramírez. Méxi
co, 1776. Tomo IY, páginas 213 y 214.
3 Ensayo histórico de las revoluciones en México, desde 1808 hasta 1830, por
don Lorenzo de Zavala. Tomo I. París, 1831. Página 35. Se ha conservado la orto
grafía original.
4 “Gacetas de literatura de México”, por don José Antonio Alzate Ramírez. 1768.
Tomo IV. Páginas 210, 214, 420 y 422.
�halla una que otra idea que pueda avenirse con los usos caprichosos de
la gente campesina.
“Los secretos publicados con el fin de conseguir mayor cantidad de
semilla, o para libertar a las plantas de aquellas enfermedades que sue
len acometerlas, por lo regular son muy costosos, insuficientes y acaso
nocivos. En efecto, en una receta que se imprimió en México en 1782
con el intento de libertar al trigo del cbabuixtle (en latín rubigo) el
autor encarga se embeba la semilla con arsénico. ¡ Que el autor ignorase
lo costoso que es aquí el arsénico y sus perniciosos efectos! También es
pecifica el azufre, como un ingrediente propicio al fin ; pero esto me hace
percibir que preocupado con la falsa idea vulgar de que el chabuixtle
es insecto, acomodó estos materiales. . . El cbabuixtle no es otra cosa
que el demasiado jugo que se extravía por los poros de las plantas. En
lo general se cree que el chabuixtle (palabra mexicana) son unos insec
tos que dañan a las plantas ; he procurado desengañarme haciendo com
petentes observaciones, lo que puedo asegurar es: que puesto aquel pol
vo en un excelente microscopio, no se distinguen más de unos cuerpe‘ cilios de figura oval, con muy corta diferencia en el tamaño, sin movi
miento y sin los miembros necesarios para la nutrición, mutación de lu
gar, etc., cosas tan necesarias a los vivientes. El juicio que tengo for
mado es, que la abundancia de humedad formada por los tubos capila
res de la planta, es la que rompe dichos tubos y se manifiesta fuera,
como la goma o resina de los árboles. Los fundamentos que tengo para
esto son: al ver que en cuanto es mayor la humedad, tanto más abun
dante es el chahuixtle y que para que esto se verifique es necesario que
el tiempo esté caliente. Esto supuesto, no será extraño decir que la plan
ta cargada de demasiado jugo, a causa del calor será dañada por el aire
que tiene dentro, el que estando comprimido por dicho demasiado jugo,
y no teniendo por donde salir, se abre camino, rompiendo la contextura
delicada de la planta, y por consiguiente los jugos que habían de subir
a nutrir la espiga se extravían y forman en la parte exterior aquella
goma, la que tengo verificada por tal, porque se deslíe en la agua.
“El autor del Diccionario de Historia Natural, asegura haber visto
una siembra de trigo que produjo un exceso en virtud de cierta prepa
ración que se dió a la semilla. . .
“El mismo sujeto tiene sembrado un pedazo de tierra con trigo pre
parado en el mismo método, y se puede asegurar que trigo más frondoso
94
�no se observa en los territorios circunvecinos, aun ha sido necesario sus
pender los riegos, por temor a que se vicie y se reduzca a paja.”
Más adelante se habla de un método preconizado hacia 1750 para
tratar la semilla del trigo antes de la siembra, y se agrega: “el trigo
preparado con esta infusión macolla con abundancia y produce espigas
muy grandes. Si con el trigo así preparado se sembrase según el método
corriente, las plantas se irían en vicio por lo que es necesario no sem
brar sino la mitad de lo que se estila. ¿Es poco ahorrar la mitad de la
semilla y cosechar duplicada la cantidad?”
Don Antonio Alzate combatía la elevación de los precios por especu
lación. Dice entre otras cosas: “Los fatales efectos que se temían a fi
nes del mes pasado al ver el cielo sin nubes exaltaron el precio del trigo:
¿se temía que éste se helase en las trojes? Lo cierto es que no hubo
helada y el subido precio a que se pedía por el muy poco que estaba en
venta, permanece. Las cerraduras de las trojes fueron las que se he
laron.”
Pero lo interesante es que en los siglos pasado y antepasado, México
fué un regular exportador de harinas. En la colonia se enviaba harina
a Cuba, exportación que hubo de suspenderse en 1821 porque, habiendo
quedado la isla en poder de España, ésta no admitía productos de la
colonia emancipada. Don Lorenzo de Zavala dice que hacia 1790 la ex
portación de harina, valía, un año con otro, 500,000 pesos fuertes. 56 Ha
cia 1776, la última flota que vino a la Nueva España, se llevó 5,000 ter
cios de harina.
El siguiente cuadro, sacado de la obra de don Miguel Lerdo de Te
jada 6 nos muestra el comercio exterior de harina hecho en aquellas
épocas:
COMERCIO EXTERIOR DE HARINA
AÑOS
IMPORTACIONES
C A N T ID A D
1802
1803
1804
..........
..........
..........
EXPORTACIONES
V A LO R
..........
..........
..........
C A N T ID A D
22,858 tercios
19,496
„
26,371
„
V A LO R
$404,051
275,905
417,709
5 “Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830”, por
don Lorenzo de Zavala. Tomo I. París, 1831. Página 29.
6 “El Comercio Exterior de México desde la Colonia hasta hoy”, por Miguel Ler
do de Tejada. México, 1853.
95
�AÑOS
IM P O R T A C IO N E S
C A N T ID A D
1805
1806
1807
1808
1809
1810
1811
1812
1816
1817
1818
1819
1823
1824
1826
1827
1828
E X P O R T A C IO N E S
VA LO R
77 barriles
$
1,540
ft
»
»
5,888
8,110
422
3,307
865
679
íf
V
V
yy
yy
yy
'
141,312
194,640
10,128
66,060
15,570
8,148
yy
13,597
10,473
yy
yy
137,053
117,165
yy
C A N T ID A D
2,968
2,669
5,574
21,073
26,724
16,033
9,701
1,558
466
314
2,340
112
519
130
240
1,177
yy
yy
yy
yy
yy
yy
yy
yy
barriles
tercios
yy
yy
barriles
tercios
yy
yy
V A LO R
48,317
48,042
100,332
358,241
481,032
288,594
174,618
39,600
11,184
7,222
42,120
1,708
9,342
1,950
1,920
9,075
Las importaciones de harina, aumentadas por la mala situación que
había acarreado la guerra de Independencia, se hacían de los Estados
Unidos. Las exportaciones eran “para colonias españolas”, particular
mente para Cuba. Los datos de 1802 a 1823 se refieren exclusivamente
a movimiento del puerto de Veracruz; los de 1824 son de Veraeruz y
Alvarado; los de 1825 en adelante son de todos los puertos del país.
El comercio de cabotaje anotaba también harina, en cantidades de
que dan idea los siguientes datos, sacados de la misma obra:
1812
1816
1817
1819
1826
1827
1828
68 tercios
112
yy
111
yy
154
yy
4,214
yy
6,400
yy
4,534
yy
$ 1,088
27,900
12,775
35,059
62,184
23,388
Las importaciones de 1821 en adelante corresponden a épocas en que
hubo prohibición sobre la entrada de este producto, con excepción de la
Península de Yucatán, adonde las importaciones anotadas corresponden.
Durante la época a que nos venimos refiriendo, el comercio exterior
y aun el interior de larga distancia era casi nulo por lo que respecta al
96
�trigo. Mayores dificultades de comunicación, con la correspondiente ca
restía de los transportes, hacían que se prefiriera comerciar con los pro
ductos ya manufacturados, de mayor densidad económica, y ponían un
dique a la distribución de materias primas. Recuérdese que, en épocas
más remotas, el comercio internacional principió con artículos de lujo.
Es hasta mediados del siglo pasado cuando encontramos al trigo en los
renglones de nuestro comercio exterior, solamente por lo que respecta
a las exportaciones, pues la importación fué tenazmente prohibida hasta
el año de 1872.
A fines de la colonia la exigüidad de nuestra industria manufactu
rera llegaba al grado de que, no obstante ser la Nueva España exporta
dora de harina, recibía anualmente buenas cantidades de macarrones, fi
deos, galletas y pastas para sopa. Los fideos eran un artículo de cons
tante importación.
Por decreto de 14 de octubre de 1829 se ordenó “que el pan que
fabriquen los panaderos debe sellarse con marca en cada pieza y expre
sar el número de las que se dan por medio real”.
Es lástima que no puedan darse cifras fidedignas del comercio exte
rior de harina y trigo para todo el siglo pasado. Nos concretamos por
esto a anotar datos aislados, más o menos valiosos, aunque hemos de
confesar que, por falta de tiempo, no hemos agotado todas las fuentes
de información. Se ha considerado conveniente vaciar en estos apuntes
todas aquellas informaciones de carácter eventual, que constituyen, por
decirlo así, la prehistoria del trigo en nuestro país. Desde fines del si
glo pasado se cuenta ya con estadísticas y obras descriptivas que per
miten formar la verdadera historia contemporánea de este cereal; pero
los informes de esta última clase van mejor a manera de antecedentes
inmediatos en un trabajo que se refiera a la actualidad.
�LA MUERTE DE A N A M A R T I
Por Cam ilo CARRANCA Y TRUJILLO
En “Martí, traductor de Víctor Hugo” 1 aludimos a los primeros
versos de José Martí publicados en “La Kevista Universal”, y escritos
veinte días después de su llegada a territorio mexicano, el 8 de febrero
de 1875. Tienen de particular aquellos versos, en primer término, que
no han sido recogidos íntegros hasta ahora; y luego, que consignan de
modo importantísimo el enorme dolor que produjo a Martí el fallecimien
to de su hermana Ana, a quien quería entrañablemente.
Aquellos versos, sin título, aparecieron publicados el domingo 7 de
marzo de 1875 en el periódico de don José Vicente Villada, y, como ya
hemos dieho en otra ocasión, constituyeron las primicias de Martí a la
prensa de México. Aunque dimos ya a conocer algunos fragmentos, helos
aquí íntegramente:
Mis padres duermen
Mi hermana ha muerto.
Es hora de pensar. Pensar espanta
Cuando se tiene el hambre en la garganta.
¡Oh, sueño de los pobres,
Los ignorados héroes de la vida,
Los que han sólo en la ruta sin medida
Cielo negro, sol puesto, aguas salobres!
¡Oh, sueño acongojado,
Por el futuro mal interrumpido,
Por el presente mal sobresaltado!—■
Pues tu víctima soy, mi cuerpo toma:
Allá se van los miembros al verdugo;
Envilécelos tú,—tú me los doma,
Y pues—cobarde al fin—acepto un yugo,
Sélo digno de mí, sélo tan fuerte,
Que llegue pronto por tu peso hundido,
Al más lejano yugo de la Muerte!—
Y tal puedas en mí, que—escarnecido
Por mi importancia vil, hazme tu imbécil
Pues hacerlos de paz aún no he podido!1
1 México, 1933.
98
�Ellos tienen las canas en la frente,
La noche del amor en la memoria,
Y en la faz una lágrima caliente.
Y un caliente cadáver por historia.—
Ellos la oyen gemir, con ese extraño
Oído paternal, que oye y escucha
Más allá de las tierras del engaño
Donde el espíritu con el cuerpo lucha;
Ellos saben la voz que se levanta
En los misterios de la noche breve,
Y conocen el árbol en que canta
Y adivinan la rama en que se mueve!
Ellos la ven de la apartada huesa
Alzarse blanca, embellecer la vida
Y sienten el instante en que los besa,
Y en que en su corazón está dormida!
¡También es noche ahora—
Y ella riega la tierra que la cubre
Con el llanto de amor que por mí llora!
No está! No está! Las hojas que gimiendo
Grabé en dolor, yo por sus miradas, bellas—
Abiertas miro aquí, como diciendo
Que el ángel que las vió batióse dellas!
Y el PENSAMIENTO mismo que en un hora
Amarga le envié, cabe el vacío
Libro—amarillo y pálido está ahora,
Como el desierto pensamiento mío!
ELLA el lenguaje hablaba misterioso
Del sueño y la oración:—ella tañía
En el arpa del ángel silencioso
El canto aquél que el ángel prefería!.—
Y allá en la paz, en que la vida es bella
Y luna y sol alumbran la fortuna,
Yo un rayo de aquel sol sentíme, y ella
Otro rayo también de aquella luna!
ELLA nació con flores en la frente
ELLA brotaba luz de su cabeza,
Y en sus brazos dormía blandamente
La Virgen sin color de la pureza.
¿Dónde es la Virgen ida
Si ella, su dulce hermana, es ya partida?
Yo vi cómo arrancada
Por mano vil del tallo, y deshojada,
Murió de desconsuelo
Y de perdido amor una flor blanca;
99
�¡Así mueren los ángeles del cielo
Cuando al cielo la tierra los arranca!
Aquella rosa pálida encendida
En su mejilla en que la paz se cura;—
Aquella claridad suave esparcida
En el tenue redor de su figura;—
Y aquel párpado azul en que dormían
Las alas del amor,—eran de duelo,
Lágrimas y de luz, que en sí vertían.
Memorias de su amor perdido al cielo!
De su perdido amor.—
ELLA sabía
Las mañanas de sol—tardes azules—,
Noches en que a la madre tierra fría
Con reflejos del Sol la amante Luna
Acaricia y esplende todavía.
Y supo bien los cantos del martirio
Y las hirientes trovas de la pena
Y la manera con que gime el lirio
Y el modo con que llora la azucena!
Y cuando en el misterio de la tarde
La madre flor su seno al aire abría
Al beso postrimer del Sol que aún arde,—
¡Ellos la amaban, ELLA lo sabía!
La tierra la quería
Como quiere a los niños la mañana:
Era hermana del Sol, y era mi hermana;—
¡Pero en la tierra vil, se me moría!—
¡Oh, cómo está lo vivo
De muerto y agotado!
Y oscuro el padre Sol, y yo cautivo
El más mezquino afán, de ella alejado!
¿Verdad que tú me besas
En las que amaste míseras mejillas?
¿Verdad que están impresas,—•
En este altar inmenso de la tierra,—
Tus rodillas al par de mis rodillas?
Pues nos vimos los dos en aquel rayo
De una luna y de un Sol, y el mismo día. ..
Y eras tú del crepúsculo el desmayo
Y el vigor era yo del mediodía;—
Pues tu ser y mi ser juntos fueron,
Que cuando no alentamos,
100
�Con unas mismas lágrimas lloramos.
Y en una misma fosa se cayeron;—
Pues es verdad que al punto en que moriste
Contigo yo morí,—y a ti la tierra
Atmósfera formó, y a mí más triste.
Atmósfera.fatal, cubre y encierra,—
O vuelve tú a mi lado,
O llévame a tu mundo en ti encendido!—
¡O mucho tú has dormido
O mucho tiempo ha ya que he despertado!
¡Oh, madre que la ves de la honda huesa
Alzarse blanca embellecer la vida,
Y sientes el instante en que te besa
Y en que en tu corazón está dormida!—¡Oh, labios que el postrer aire gozaron
Que sus vírgenes labios respiraron!—¡Oh, brazos de mi padre,—todo aquello—
Que la palpó y la vió,—cuánto por verla
Para mi corazón es ya tan bello!—
¡Oh, rayo de la luz, que aquella perla
De divino dolor al cielo abriste!—
¡Oh destello del Sol, que en ti tuviste
Con su postrer adiós, mejor destello!
Decidle cómo ha muerto;
Decir cómo logró morir sin verme;
Y puesto que es verdad que lejos duerme,
Decidme cómo estoy aquí despierto!
Parece inducir a duda, respecto a si Ana Martí falleció antes de la
llegada de José a México, el contenido de estos versos:
“Yo vi cómo arrancada
Por mano vil del tallo, y deshojada,
Murió de desconsuelo
Y de perdido amor una flor blanca...” ;
pero la cuestión se aclara más adelante—“Decidme cómo lia muerto”—
en el sentido de que el fallecimiento ocurrió antes de la llegada del
novel abogado. Así se consigna en Martí el Apóstol, de Jorge Mañach,
con base en los recuerdos de la hermana Amelia. Pero el hecho queda
precisado sin lugar a dudas, con el resultado de las investigaciones rea
lizadas en los archivos del Registro Civil, que nos han permitido encon
trar el acta de defunción: Mariana Matilde Martí (¿Mariana, Mari-Ana,
Ana?) falleció el día 5 de enero de 1875, es decir, en los precisos momen
101
�tos en que José navegaba rumbo a México. Esta acta obra a fojas 25
(frente) del libro 115 de defunciones del Juzgado Segundo del Estado
Civil, correspondiente al año 1875; lleva al margen una anotación que
dice: “81—Ochenta y uno—Afección orgánica del corazón—Mariana Ma
tilde Martí”, y su texto es como sigue:
“En la ciudad de México, a las (11 %) once y media del día 6
seis de enero de 1875 mil ochocientos setenta y cinco, ante mí, José
María Medina, juez segundo del Estado Civil, compareció el ciudadano
Tomás Juara, de la Habana y vecino de ésta, de 40 cuarenta años, ca
sado, propietario, vive en el Hotel de San Carlos y número 33 treinta
y tres, y dijo que ayer en la calle del Puente del Santísimo número (1)
uno, a las 9 nueve de la mañana falleció de afección orgánica del co
razón la señorita doña Mariana Matilde Martí, del mismo origen, de 18
diez y ocho años, doncella, hija de don Mariano Martí y doña Leonor
N., de la Habana, mayores de edad, casados, viven en la misma casa.
Fueron testigos de esta manifestación Juan Bejarano y Francisco Bravo,
de mayoría de edad, el primero de Zacatecas, casado, abogado, vive en
la calle de la Maríscala número 13 trece; el segundo, de Morelia, sol
tero, empleado, vive en 1 a de San Camilo número 42 cuarenta y dos;
no son parientes de la finada, que se inhumará en el Campo Florido. Con
lo que terminó esta acta, que ratificaron y firmaron José Ma. Medina.—
Tomás de Juara y Gay.—Juan R. Bejarano.—Fransco. R. Bravo.—Rú
bricas.”
i Habitó Martí al llegar a México la casa número 1 del Puente del
Santísimo, o fué ya a otra, cerca de don Manuel Mercado, ocupada por
su familia a raíz del fallecimiento de Ana?
¿Quién sería aquel amigo cubano don Tomás Juara, que acudió al
Juzgado Segundo del Estado Civil para levantar el acta?
¿Qué vida llevarían entonces los familiares de Martí, y qué relacio
nes tendrían cuando ni el amigo Juara, cubano también, conocía el ape
llido de doña Leonor Pérez, la desconsolada madre?
Aquel Francisco Bravo, testigo y empleado, natural de Morelia, Miehoacán, ¿fué, acaso, el amigo que informó a Mercado, también de Michoacán, acerca de la situación penosa de la familia cubana?
Si estos versos y esta acta pudieran permitirnos ver ahora en el tiem
po pasado, ¡ cuántos detalles dolorosos, qué duro comienzo de luchas,
qué desvelos en la modesta casita familiar! Ellos pudieran explicarnos
fácilmente cómo supo Martí del “sueño de los pobres”, de los que han solo
en la ruta sin medida; “¡cielo negro, sol puesto, aguas salobres!” Ellos ex
plicarían cómo espanta pensar “¡cuando se tiene el hambre.en la gar
ganta!”
102
�C O N C I E N C I A
Y
C O N S C I E N C I A
Por A ntonio GIL PIHALOUP
¿Qué es la Conciencia?
Concediéndole el valor de entidad psíquica, podríamos formular una
definición un tanto inconsistente; es “el censor de toda acción que sea
por el hombre ejecutada” ; y decimos inconsistente, porque al adjudicar
le una personalidad interior, cometemos un error fundamental, toda vez
que l'a Conciencia surge y se manifiesta a expensas del conocimiento;
es decir, de la Consciencia, y aquélla irá variando conforme vaya am
pliándose el radio de captación del conocer humano. Podría argüirse
que la Conciencia señala al conocimiento el error de un hecho, de una
iniciación o de una hipótesis, produciendo, con ello, la reacción psíquica
que pueda seleccionar y decidir; pero después de consumado el hecho
al que sirviera de orientación el estímulo del “censor”, se producirá una
nueva censura, demostrando con esto la inconsistencia de esa “entidad”
que perennemente oscila entre los dos campos atractivos de protones y
electrones.
El “censor” es torpe y arbitrario, como lo son las acumulaciones
protoeleetrónicas, en sus respectivos campos magnéticos (campos atrac
tivos), como lo son la intensidad y variabilidad de sus cargas, como lo
son los movimientos que generan y las resultantes definitivas que surgen.
El “censor” que nosotros denominamos Conciencia es un “segundón”
representativo, en el interior del ser, de los valores morales del grupo;
mas como estos valores sólo son realidades circunstanciales y de posi
ción, en los sucesivos intervalos del movimiento, su importancia fenomé
nica es perfectamente nula; las afirmaciones de la Conciencia siempre
serán negativas y estarán sujetas a los mandatos del conocimiento.
Y deseando por nuestra parte acercarnos un poco más a la verdad,
en la interpretación, aceptamos que la Conciencia representa en el inte
rior del ser el campo magnético vencido en la lucha entre protones y
electrones; en el combate entre los centros atractivos en que se acumu103
�lan para disputarse la génesis de la acción; el predominio de los unos
dará origen a la censura de los otros; para toda iniciación, hecho consu
mado o anhelo que persista, habrá en todo intervalo una censura; no
surgiendo ésta en tanto que el centro atractivo que la genera mantenga
su dominio sobre el opuesto, que culminará invariablemente en una de
presión de la energía creadora, en cuyo momento aparecerá, reclamando
su puesto, la Conciencia, representando al campo magnético dominado,
del cual llevará la voz.
La Conciencia es el paladín del sentimiento.
La organización interior de cada ser se halla indudablemente inte
grada por numerosas series de campos atractivos, que actúan unas veces
estimulados por el conocimiento y otras independientes de él, o bien en
funciones rítmicas que cumplen la misión de servicios indispensables pa
ra el mantenimiento de la vida del individuo; cuando esos campos están
bajo el estímulo del conocimiento, sin que éste pretenda imponer su do
minio, surge la Conciencia, y se producen las decisiones de censura que
la caracterizan, cumpliendo una función única.
¿Qué elementos ejercen la censura? ¿Los protones? ¿Los electro
nes? ¿Quiénes son los que dominan sirviendo de génesis a la acción?
Si establecemos como primer valor moral de los grupos humanos,
que norma la actitud de la Conciencia, “la conservación de la vida” y
estimamos este valor como positivo, en oposición a lo que atenta contra
ella y la destruye, que será el negativo, los protones serán los que domi
nen en la generación de aquellos hechos que tiendan a la conservación
del ser; y los electrones los que dominan en aquellos otros que hacen
peligrar su existir, culminando, al fin, en la destrucción de la forma y
del ritmo que la integró.
Sin embargo, tenemos un escrúpulo, que se convierte en una censura
de nuestra Conciencia para la clasificación científica de los elementos
que se acumulan en los centros atractivos, y consiste en que la ciencia
estima a los protones como positivos y a los electrones como negativos,
ambos integrantes del principio Energía. A nuestro juicio sólo es admi
sible la clasificación como una necesidad de la ciencia para diferenciar
los, porque ambos son positivos, tanto en la acumulación de sus cargas
como en las funciones que desempeñan; si acaso, significarán rumbos
opuestos en la dirección del movimiento rectilíneo, u orientaciones in
versas en la rotación del mismo; y como uno de los innumerables casos
104
�que afirman nuestra hipótesis, citaremos el siguiente: los protones de
muestran su positivismo al originar la persistencia de la forma en que
cristaliza la vida; los electrones la demuestran igualmente, al conservar
el principio de evolución, aunque para ello destruyan las formas en que
la vida se manifiesta; y elevando estos fenómenos sobre el plano de las
conveniencias científicas, los dos representan modalidades de la acción
atractiva de los campos magnéticos, en su indefinida misión de movi
miento; punto de partida de una lucha eterna, en la que al ritmo de la
integración de una forma sigue invariablemente el de la desintegración.
Los mantenedores de la teoría de los “Quanta”, sustentando pere
grinas conclusiones a las que sirvieran de base algunos experimentos,
si no definitivos para el conocimiento del principio Energía, sí para el
de fenómenos que se producen en la acumulación de sus cargas, formu
lan la hipótesis de una estructura reticular, en la que se hallan ocupa
das esas retículas por los protones y electrones, afirmando que el cam
bio en la posición determina todos los fenómenos; y agregando la exis
tencia de una voluntad entidal para efectuar esos cambios; es decir, una
consciencia que determinaría como consecuencia lógica la posesión de
ciertos grados de libertad, que ellos apuntan sometiéndolos a determi
nadas fórmulas matemáticas.
Las precedentes afirmaciones las conceptuamos absolutamente arbi
trarias; no las aceptamos. Pero, de aceptarlas, se seguiría la aceptación
de una consciencia protoelectrónica, la que debería existir también en
cada célula, que es, sin duda, una posibilidad de campos magnéticos, con
todas las características de los que conocemos en el macrocosmos.
¿De dónde parte la afirmación de la hipótesis reticiüar del elemento
Energía? ¿Cómo han observado los quantistas esa estructura, en cuyas
cavidades habitan protones y electrones. . . y otros ones, constituyendo
la mínima forma o cristalización de un campo magnético, con sus dos
polos y su línea neutra?
La observación histológica sobre el protoplasma, sosteniendo la es
tructura reticular del mismo, puede haber inspirado a los quantistas la
deducción analógica de “que el elemento Energía ha dejado en esa
primera forma de la vida su propia manera invisible de existir” ; nada
costaría el aceptar la conexión entre la estructura protoplásmica y la
del principio Energía de los quantistas; pero la afirmación de conoci
miento o de consciencia, al saltar de las retículas, protones y electrones,
105
�es arbitraria y completamente ilógica. Vamos a mencionar nna expe
riencia indiscutible verificada por ellos. El salto de la onda en los os
ciladores se produce por la presión de las cargas de energía que im
pulsan a las acumuladas en ellos; sin el impulso de las nuevas cargas
que llegan no habría salto ni onda; ambos son impuestos y, por lo mismo,
no es función de libertad en ejercicio, sino mandato, imposición.
¿ Qué quantista podría afirmar, ni siquiera en el plano de la hipóte
sis que el salto de protones y electrones de sus respectivas retículas, no
obedece a un impulso exterior de elementos que llegan a ocuparlas
obligando a saltar a los que se hallan en posesión de ellas?
La hipótesis de libertad se destruye y, como consecuencia, la de vo
luntad y consciencia, siguiéndose que la iniciación del conocimiento no
parte de los núcleos microcósmicos como hecho voluntario, sino como
imposición de presiones del exterior más fuertes que ellos, las que los
obligan a conocer; la suma de esos fenómenos en los seres macrocósmieos determina el fenómeno del conocimiento, del que se deriva la
Conciencia, con su orientación de censura, con su tendencia de protesta
postuma, por lo que no puede evitar ni conducir.
El impulso y posibilidad del conocimiento, la partida genética, ra
dica en la diferenciación de los choques que el movimiento de las cargas
exteriores de energía producen en los ya estabilizados, en el interior de
los núcleos atómicos y sus aglomeraciones; es función comparativa de
asaltos imprevistos siempre y siempre ineludibles, que efectúan los que
se mantienen en la acción atractiva de los campos magnéticos.
Conciencia y Consciencia carecen de libertad y de voluntad. Po
dríamos compararlas a dos ruedas dentadas, cuyos engranes encajaran
perfectamente, para que, al moverse la una, girase también la otra;
pero recibiendo el impulso del movimiento la rueda que representase a
la Consciencia.
Ahora veamos si el conocimiento creador de la Consciencia puede
dar a la Conciencia lo que él no posee. Es indiscutible la limitación del
conocimiento; si sus formas de interpretación son el resultado de sus
captaciones fenoménicas, como indudablemente lo son, la fuente de ori
gen de la Conciencia radica en el error de comparación que generan esas
apreciaciones.
Las gradaciones de libertad establecidas por los quantistas con sus
respectivas síntesis de las fórmulas matemáticas, son arbitrarias y fal106
�sas; las fórmulas, por sí mismas, no dan valores de verdad, ni siquiera
de aproximación a ella.
La ciencia humana en este plano no es más que una aspiración in
satisfecha, sin (hasta ahora) concreciones reales en qué apoyarse.
¿La Conciencia es apta para el elogio, como para la censura?
No.
El elogio de una acción cualquiera, parte del centro magnético que
la genera; es una afirmación de la misma y cuando se manifiesta es el
reflejo del dominio que aún ejerce el campo generador, y, por lo mismo,
no puede estimarse como fruto producido por la Conciencia.
La Conciencia, al verificar sus apreciaciones de censura, procede
también por comparación, cuando ha terminado el dominio del campo
magnético que decidió la acción; entonces se produce la censura; expo
nente del combate por el dominio, para disponer de la individualidad hu
mana, generando sus actos futuros. Las alternativas de esa lucha, en que
el poder de un campo atractivo cesa o decrece, para pasar al otro, se tra
ducen en esos estados anímicos vacilantes, que se manifiestan en poste
riores y sucesivos intervalos de la vida del ser, que representan la con
creción de las denominaciones, placer o dolor; el primero como afirma
ción del hecho, el segundo como negación impotente para anularlo. El
placer, podríamos decir con los quantistas, es “El quantum de energía
que se desprende de uno de los campos atractivos para dejar el dominio
al otro”, que gastará su quantum, en censuras al servicio de la Conciencia.
El dolor es el período de regeneración de energía, hasta que la plenitud
de ella en el campo atractivo, en sus acumulaciones de potencia, vuelva
a producir la emisión del quantum acumulado.
Como comprobación de que nos acercamos a la verdad en el racioci
nio precedente, citaremos el hecho, casi siempre repetido y con el cual estan conformes todos los observadores por superficiales que sean: tras
la ráfaga de explosión del placer se presenta el dolor, con intervalos a
veces mínimos, a veces largos, persistiendo más el segundo que el primero.
La Conciencia, o sea el campo magnético constantemente vencido,
censura al conocimiento sus errores; se venga con ello de la superioridad
del constructor, al que no puede ni superar ni igualar; exige la previsión
imposible fundándose en los precedentes errores, pero no señala los fac
tores extraños que intervendrán en la acción futura, los que modificarán
107
�los resultados contrariando las preestablecidas decisiones y propósitos,
para dar origen a nuevo error y nueva intervención de la Conciencia,
con su bolsa cargada de censuras inútiles.
La Consciencia está al margen de cuanto pueda significar censura,
en ella sólo hay captación de fenómenos y acción constructiva, aun en
el caso de abandonar una vieja enseñanza por una nueva interpretación
del mismo hecho.
En la individualidad humana, que es donde podemos apreciar esos
matices de la lucha interna al producirse la suma de los campos magné
ticos de células y órganos para constituir uno solo, la Conciencia ocupa
el polo negativo y la Consciencia el positivo.
La Conciencia pretende imponer en las manifestaciones de su existir
los prejuicios de la vida social, y en ellos todas las formas de censura
que la mueven, resultado de los valores morales en que se apoya el gru
po, los que sirven de norma de sus conclusiones y dictados; siempre dis
puesta al ataque representando en el interior del ser a los intereses aje
nos al individuo; cuando el conocimiento pretende romperlos en sus anhe
los de renovación y avance, porque los estime retardatarios para la pro
secución del orden evolutivo, la Conciencia dará su grito, manifestará
su protesta, reclamando como una claudicación que destruye la gratitud
para el pasado, tal propósito; estimará un atentado social el hecho desde
su iniciación; actuará de freno. En nombre de todo lo viejo, de todas las
taras, lo mismo del sentimiento que impulsa, desde las remembranzas in
fantiles, que en nombre del respeto a la memoria de los ascendientes;
procurará hacer vivir despertando todas las emociones del pasado y, en
último término, amenazará con cataclismos que hagan peligrar en el
poTvenir, desde la existencia individual hasta la felicidad ultraterrena
con que el fantasma de la divinidad suele premiar al conocimiento que se
estanca y permanece fiel a todos los errores que contribuyeron a for
marlo.
La Consciencia, en cambio, será el vigía y el acicate que impulse el
avance; razonará conservando siempre la esperanza alentadora de crear
o de encontrar un camino nuevo, de hallar una nueva modalidad del
placer, de la felicidad, que es la meta de toda aspiración; en cada paso
hacia adelante esperará la justificación de su constante marcha por al
canzar los fines propuestos o por lo menos el acercamiento perenne a
ellos, señalando los obstáculos que se interpongan y sugiriendo la forma
108
�de destruirlos, de anularlos o de efectuar un cambio de frente en la di
rección para seguir adelante. La transformación de la vida social y de
sus sistemas irá modelando y perfeccionándola en cada etapa posterior;
su triunfo será costoso, pero siempre invicto y mientras la Conciencia,
como último reducto, se situará para defenderse detrás del sentimiento,
la Consciencia tremolará el estandarte victorioso del pensamiento hacia
la meta inalcanzable de la libertad.
La inextinguible aspiración a la libertad es la realidad más patente
de la opresión que sufre el ser; gravita sobre cuanto se encierra en un
límite, aunque éste se reduzca al mínimo que marca el ritmo del movi
miento vital.
En el ser humano persiste durante todo el período de su consciencia
la rebeldía contra toda imposición y, sin embargo, su impotencia para
alcanzar esa meta, que se llama libertad, es la más indiscutible demostra
ción de su esclavismo, de su incapacidad para poseerla.
Inútiles son las fórmulas matemáticas para determinar gradaciones
de posesión de libertad; el relativismo es uno de tantos trucos para
justificar las inacabables aberraciones del conocer humano; solamente
los “divinistas” que, cerrando los ojos y oídos a todos los raciocinios y
experiencias que contradigan su sentir injustificado y producto de taras
ancestrales que consolidan todas las gradaciones de la ignorancia, han
podido construir una hipótesis de responsabilidad para gravitar sobre
el individuo, que no puede disponer de la liberación a que aspira para
convertirse en responsable.
Las escuelas filosóficas del pasado padecieron desde su iniciación la
enfermedad crónica de la “dialéctica” que en maravillosos períodos de sus
monumentos literarios quiso plasmar una verdad siempre alejada de
las concreciones fenoménicas, las que nunca pudo explicar satisfacto
riamente.
Situadas en el sitial de la sabiduría, dogmatizaban, mirando verti
calmente (como se mira a los de abajo) a los que no estaban en el quo
rum de sus adeptos; en tono campanudo y doctoral, formulaban las exégesis de sus sistemas para aturdir y engañarse, levantando barreras in
franqueables a la investigación que pudiera destruirlas.
Nosotros confesamos no saber dónde se halla ese sitial de la sabi
duría, desde el que se observa siempre pequeña la labor ajena, y renun
ciando a ser definitivos, aguardamos una enseñanza, de todo aquel que
109
�nos mire de frente, en la “horizontal”, para sumarla a nuestras defi
cientes aportaciones.
Sobre la Conciencia propia, que nos- estimula a la censura, coloca:
mos nuestra Consciencia, siempre alerta y anhelante de recibir la pre
sión de energía (que descorra el velo de la verdad), producto del es
fuerzo de nuestros compañeros de rebeldías y esclavos como nosotros
de ese límite que cierra el paso a la percepción, detrás del cual se sitúa el
misterio de lo desconocido.
�D E L A PINTURA D E
M IGUEL G O N Z A L E Z
Por Ermilo ABREU GOMEZ
Agradezcamos a Alfonso Beyes y a Genaro Estrada el conocimiento
de la obra, de índole mexicana, del pintor Miguel González. El primero
nos ofreció, en la revista Contemporáneos (1931, IX, 206), las noticias
relacionadas con la colección de cuadros referentes a la conquista de
México, que se conserva en el Museo Nacional de Bellas Artes, de Buenos
Aires. El segundo acaba de publicar, en los Cuadernos Mexicanos de la
Embajada de México en España (Madrid, 1933), dos colecciones sobre
el mismo tem a: una que se guarda en el Museo Arqueológico Nacional de
Madrid, y otra en la casa de los duques de Moctezuma de Tultengo.
La colección de Buenos Aires consta de 22 cuadros. Las de España,
de 24 cada una. La primera—la del Museo Arqueológico—tiene, como
apéndice, una serie menor de seis cuadros.
El procedimiento pictórico de las que podríamos llamar cuatro co
lecciones—76 lienzos en total—, es el óleo sobre telas estucadas, con in
crustaciones en nácar. Esta pintura maqueada fuá popular en el si
glo XVIII; y. es buen ejemplo del gusto barroco, decadente y “muy diez
y ocho”.
La historia de la colección argentina nos la proporciona en términos
breves el señor Beyes: se ignora la procedencia de la colección; pertene
cía antes al señor Guillermo McKinlay, quien la donó al Museo de His
toria Natural; de ahí pasó al Museo Histórico, donde estuvo hasta 1895,
en que fué fundado el Museo Nacional, que hoy la conserva.
El origen de la colección del Museo de Madrid es más incierto : sólo
se sabe que fué remitida a tal instituto por el antiguo Ministerio de Fo
mento, de España.
La procedencia de la colección de los duques de Moctezuma tal vez
sea posible averiguarla recurriendo al archivo particular de esta familia.
El marqués de San Francisco creyó, en un principio, que las colec
ciones de Madrid y de Buenos Aires no eran sino una misma que había
111
�sido trasladada de un sitio a otro. Hoy es evidente que se trata de dos
colecciones.
Se tiene noticia de otras obras del mismo pintor González: no estoy
seguro de que “la preciosa Casa de Moneda”—de que habla Reyes—sea
también obra de González. Me parece que sí. •
En el Museo Nacional de México existe otra colección de cuadros,
pero de asunto religioso. Genaro Estrada recuerda dos colecciones más
sobre el propio tema de la conquista de México: una que existía en el
Colegio de Jesuítas de Chamartín de la Rosa, donada en el siglo XIX
por uno de los duques de Pastrana. Se cree que algunas de las tablas se
quemaron en el incendio de dicho colegio, en mayo de 1932.
No se conoce, a punto fijo, el pai’adero de la otra colección.
Los cuadros de la colección de Buenos Aires representan episodios
de la conquista capitaneada por Cortés, desde los acontecimientos de San
Juan de Ulúa basta la prisión, en los bergantines del lago, del emperador
Guautemuz.
La colección de Madrid comienza cuando “Cortez manda echar las
naos a pique” y termina cuando el propio capitán “manda quemar y des
trozar los ídolos que habían quedado”.
El apéndice—la serie de seis cuadros—empieza con la estampa del
puerto de la Veracruz y termina con la “coronación del rey de Texcoco
y destierro del que lo era a influencia de Cortez”.
En la colección de los duques de Moctezuma aparecen: primero, la
llegada del capitán Cortez al Puerto de San Juan de Ulúa, y, de último,
la aprehensión, por Sandoval, del monarca Guautemuz.
El pintor González parece español tanto por la índole de su técnica
—por lo que puede colegirse en las reproducciones—cuanto por la inten
ción desarrollada en los diversos episodios políticos de que trata. Esta
intención es tanto más de señalarse si se atiende a la iniciación de las
corrientes nacionalistas del criollo, en las postrimerías del siglo XVII.
Los autores de la Nueva España solían manifestar su pensamiento bien
en forma agresiva, bien en forma que, a las claras, denunciaba su parcia
lidad hacia el concepto de lo que podríamos llamar la prenacionalidad
mexicana.
�P U B L IC A C IO N E S
SO B R E TRABAJO
Por M iguel D. MARTINEZ RENDON
1931-1932
Aunque con inevitable retardo, queremos decir dos palabras sobre
las publicaciones que de carácter social y más propiamente sobre cues
tión del trabajo consigna el “Anuario Bibliográfico Mexicano” de 1932,
publicado por la Secretaría de Relaciones Exteriores y formado como el
anterior de 1931, por el estudioso bibliófilo don Felipe Texidor.
Ya nuestro amigo el señor licenciado Gilberto Loyo hizo una disec
ción estadística de tan importante obra, dando a conocer al público los
distintos y variados aspectos que presenta, según el Anuario, la produc
ción intelectual mexicana en 1932, y bien en ellos se nota lo exiguo de
las publicaciones en materia de trabajo; sin embargo es halagador que
el Anuario de referencia consigne mayor número de obras y folletos so
bre los asuntos mencionados, que los señalados en el Anuario de 1931.
De estos trabajos no todos ellos tienen la contextura de una obra
completa, tratan en lo general de “tesis” presentadas en exámenes pro
fesionales y hasta alegatos, estatutos, etc., de diversas organizaciones
obreras. Pero precisamente el hecho de que muchos de ellos sean traba
jos presentados como primicias profesionales está demostrando el inte
rés y el entusiasmo que ha despertado la cuestión social en nuestro país.
Tal parece que el movimiento nacido de los trabajadores encuentra eco
ya afortunadamente en las nuevas generaciones de letrados que empie
zan a comprender cuál es el verdadero derecho del futuro.
Para hacer más completos nuestros informes, agregamos las tesis
presentadas en los exámenes profesionales de Jurisprudencia el año de
1932 que contiene el Boletín de la Biblioteca de la Universidad Autóno
ma, no citados por Texidor.
113
�PUBLICACIONES DE 1931
Alianza de Organizaciones Obreras y Campesinas de la República.—
“Fallo de la Alianza de Organizaciones Obreras y Campesinas de la Re
pública dictada en el caso del conflicto interno suscitado en la Alianza de
Obreros y Empleados de la Cía de Tranvías de México, S. A.”—México,
D. F. 1931.
Luis Bustamante Cordero.—“Reformas necesarias en el Reglamento
de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, que las capaciten mejor para
resolver las diferencias y conflictos de trabajo”.—México, D. F., febrero
de 1931. Edición en Mimeógrafo.
J. Jesús Castoreña.—“El Derecho de Huelga en México”. 1931. Indice.
Palabras preliminares. El derecho de huelga en la jurisprudencia. El de
recho de huelga en la Ley. Análisis de la jurisprudencia y de la Ley.
Proyecto de la Ley Reglamentaria de las fracciones XVII y XVIII del
Artículo 123 Constitucional. Apéndice. Leyes tipos: Aguascalientes, Durango, Oaxaca, Zacatecas, San Luis Potosí, Chiapas, Tabasco, Michoacán.—La libertad del trabajo y el derecho de huelga.
Ley Federal del Trabajo.—Ediciones de la Oficina Técnica del Tra
bajo. Edición concordada y anotada de la Ley Federal del Trabajo, por
el licenciado Enrique Calderón, con un completo índice analítico.—Mé
xico. 1931.-—Indice General.—Tabla Analítica de materias. Ley Federal
del Trabajo.—Título Primero. Disposiciones generales.—Título Segundo.
Del contrato de trabajo.—Capítulo I. Del contrato individual de trabajo.
Capítulo II. Del contrato colectivo de trabajo.—Capítulo III. De las ho
ras de trabajo y de los descansos legales.—-Capítulo IV. Del salario.—
Capítulo V. Del salario mínimo.—Capítulo VI. Del reglamento interior
del trabajo.—Capítulo VIL Del trabajo de las mujeres y de los menores
de edad.—Capítulo VIII. De las obligaciones de los patronos.—Capítulo
IX. De la<s obligaciones de los trabajadores.—Capítulo X. De las modifi
caciones de los contratos de trabajo.—Capítulo XI. De la suspensión de
los contratos de trabajo.—Capítulo XII. De la rescisión de los contratos
de trabajo.—Capítulo XIII. De la terminación de los contratos de traba
jo.—Capítulo XIV. Del trabajo de los domésticos.—Capítulo XV. Del tra
bajo en el mar y vías navegables.—Capítulo XVI. Del trabajo ferroca
rrilero.—Capitulo XVII. Del trabajo del campo.—Capítulo XVIII. De
114
�las pequeñas industrias, de la industria familiar y del trabajo a domici
lio.—Título Tercero. Del contrato de aprendizaje.—Título Cuarto. De los
sindicatos^—Título Quinto. De las coaliciones, huelgas y paros.—Título
Sexto. De los riesgos profesionales. Tabla de enfermedades profesionales.
Tabla de valuación de incapacidades.—Título Séptimo. De las prescrip
ciones.—Título Octavo. De las autoridades del trabajo y de su compe
tencia.—Capítulo I. De las autoridades en general.—Capítulo II. De las
Juntas Municipales de Conciliación y Arbitraje.—Capítulo III. De
las Juntas Centrales de Conciliación y Arbitraje.—Capítulo IV. De las
Juntas Federales de Conciliación.-—Capítulo V. De la Junta Federal
de Conciliación y Arbitraje.—Capítulo VI. De la elección de represen
tantes obreros y patronales ante las Juntas Centrales y Federales de
Conciliación y Arbitraje.—Capítulo VII. De los inspectores de traba
jo.—Capítulo VIH. De la Procuraduría de la Defensa del trabajo.—
Capítulo IX. De las Comisiones Especiales del Salario Mínimo y del
procedimiento para fijarlo.—Capítulo X. De las competencias.—Título
Noveno. Del procedimiento ante las Juntas.—Capítulo I. Disposiciones
generales.—Capítulo II. De las recusaciones.—Capítulo III. De la Con
ciliación ante las Juntas Municipales y Federales de Conciliación.—Ca
pítulo IV. De los procedimientos ante las Juntas Centrales y Federal de
Conciliación y Arbitraje.—Capítulo V. De las providencias precautorias.
—Capítulo VI. De las tercerías—Capítulo VII. De los conflictos de orden
económico.—Capítulo VIII. De la ejecución de los laudos.—Título Dé
cimo. De las responsabilidades.—Título Undécimo. De las sanciones.-—Transitorios.
Ley Federal del Trabajo.—Secretaría de Industria, Comercio y Tra
bajo.—México. 1931.
Proyecto de Ley Federal del Trabajo, formulado por la Secretaría
de Industria, Comercio y Trabajo, y aprobado por el C. Presidente de la
República, en acuerdo colectivo.—México, D. F. 1931.
Ley Federal del Trabajo para la República Mexicana. Aprobada por
el Congreso de la Unión, el 13 de agosto y promulgada por el C. Presi
dente de la República, el 28 de agosto de 1931.—México, D. F. 1931.
Grupo Patronal de la República.—Memoria del Grupo Patronal de
la República al H. Congreso de la Unión.—México, D. F. 1931.
115
�M. Segismundo Merdinger.—“La Protección del Trabajo y los Segu
ros Sociales en Polonia.”-—México, D. F. 1931.
Juan Noriega Posada.—“Colaboración cultural con los trabajadores
mexicanos.”—México, D. P. 1931. Contenido: Dedicatoria. Proemio.—Ca
pítulo I. La Sociología y los trabajadores.—Capítulo II. Los trabajadores
y las ciencias físico-matemáticas.—Capítulo III. Estudios literarios que
debe efectuar la clase trabajadora.—Capítulo IY. Otras ciencias eviden
temente necesarias para integrar la rudimentaria cultura que no deben
descuidar todos los trabajadores.—Capítulo V. La difusión de las cien
cias morales y políticas (sociales), entre la clase trabajadora.—Adicional.
A los esforzados y nobles trabajadores del Estado de Puebla.
Lie. Rubén Escobar.—Dos refutaciones. La primera: Refutando los
conceptos sociológicos, jurídicos e históricos del licenciado José López
Lira, Secretario General de la Universidad Autónoma, en su conferencia
sobre la implantación del socialismo racional en México y que sustentó
en el Ateneo de Ciencias y Artes de México. La segunda: Refutando
los conceptos sociológicos, jurídicos e históricos en su conferencia sobre
la Revolución Mexicana, y que fué dada en la biblioteca Nacional, por
el licenciado Luis Cabrera.—México, 1931.
Heliodoro Gurrión.—“El Marxismo Ortodoxo en la Nación del Esta
do”. (Tesis. Universidad Nacional. Facultad de Derecho y Ciencias So
ciales). México, D. P. 1931.
Valentín Gama.—“La Propiedad en México. La Reforma Agraria.”—
México. Empresa Editorial de Ingeniería y Arquitectura. 1931. Indice:
I. La distribución de la propiedad.—II. La condición económica y social
del terrateniente.—III. La condición económica y social del trabaja
dor del campo. Antes de la Independencia. Después de la Independencia.
Las causas de los bajos salarios. La eficiencia del jornalero mexicano,
del trabajador manual en general.—IV. Antecedentes de la reforma agra
ria.—V. La propiedad de la Constitución de 1917. Consideraciones gene
rales sobre las reformas que introduce el Artículo 27.—VI. Cómo se han
interpretado los preceptos del artículo 27 para realizar la reforma agra
ria. La política ejidal. Algunas consideraciones sobre la orientación que
se dió a la reforma agraria. Ley sobre repartición de tierras ejidales y
constitución del patrimonio parcelario ejidal.—-VII. Consecuencias in
mediatas de las reforma agraria. Modificaciones introducidas en la dis
tribución de la propiedad por la reforma agraria. Lo que cuesta a la
116
�nación la dotación de ejidos.—VIII. El período constructivo de la refor
ma agraria. El Banco de Crédito Agrícola. Los Bancos Agrícolas Ejidales.—IX. Conclusión.
Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos de Campesinos del Es
tado de Tamauüpas.—Bases de la Liga de Comunidades Agrarias y Sin
dicatos de Campesinos del Estado de Tamaulipas y Reglamento para el
funcionamiento de los Comités Particulares Ejecutivos y Administrati
vos de ejidos en el Estado de Tamaulipas. 1931.
José S. Noriega.—“Diversos aspectos del Problema Agrario”. Prólogo
del ingeniero Agustín Aragón. El Modelo, S. A., Monterrey.—1931. In
dice: El problema agrario analizado en sus diversos aspectos y con refe
rencia especial a la frontera Norte de México.—Introducción.—Primera
Parte. El paciente.—Aspecto físicogeográfieo.-—Capítulo I. Parece lle
gado el momento en que el país prestará oído a la verdad, aunque ésta
sea amarga.—Sinopsis.—Capítulo II. Población. Gobernar es poblar.—•
Capítulo III. Carácter de campesinos y terratenientes.—Capítulo IV.
Clima.—Capítulo V. Riqueza agrícola.—Capítulo VI. Otros recursos na
turales.-—Segunda Parte. La enfermedad. Aspecto social del problema,
agrario.—Capítulo VII. Distribución de la propiedad rural.—Capítulo
VIII. El malestar en el campo existe, pero los terratenientes no
son los únicos responsables.—Capítulo IX. Verdadera situación del
agricultor mexicano.—Capítulo X. La pobreza de nuestros cam
pesinos.—Capítulo XI. Sistema de explotación agrícola antes de iniciarse
la política agraria.—Capítulo XII. La intranquilidad es una enfermedad
mortal para la agricultura.—Capítulo XIII. Psicología del agrarismo.—
Tercera Parte. Un remedio para la enfermedad.—El pseudo-agrarismo.
—Capítulo XIV. Breve reseña de la legislación agraria mexicana.—Capí
tulo XV. El pseudo agrarismo.-—Capítulo XVI. Irregularidades más fre
cuentes, cometidas al aplicar la legislación agraria.—Capítulo XVII.
Primeras consecuencias de la política agraria.—Capítulo XVIII. Datos
estadísticos del Estado de Tamaulipas, con relación al problema agrario.
—Cuarta parte. Tratándose de aliviar sólo el mal aparente se ha inten
sificado y agravado la enfermedad real.—Inconvenientes de la política
agraria desde el punto de vista económico.—Capítulo XIX. Resultados
directos e indirectos de las legislaciones.—Capítulo XX. Principales erro
res de la política agraria.—Capítulo XXI. Otros inconvenientes que se
derivan de la falta de indemnización equitativa para el propietario.—Ca
pítulo XXII. Segundo error. Establecer la propiedad comunal.—Capítulo
117
�XXIII. Tercero y cuarto error. Ceder gratuitamente las tierras en lugar
de venderlas. Entregar las tierras sin cerciorarse antes de la competen
cia del que las recibe y eliminación de los más aptos.—Capítulo XXIV.
Quinto error. Crear una administración de ejidos dependiente del Go
bierno.—Capítulo XXV. Sexto error. Tolerar inmoralidades. Faltar a
un compromiso contraído por el Gobierno.—Capítulo XXVI. Séptimo y
último error importante. La pulverización de la tierra.—Capítulo XXVII.
Lo que sucede cuando se intenta transformar un régimen capitalista en
socialista.—Capítulo XXVIII. Incongruencia y contradicciones.—Quin
ta parte. Diagnósticos. Varios otros aspectos y causas del movimiento
agrario.—Capítulo XXIX. Aspecto político de la cuestión agraria.-—Ca
pítulo XXX. El agrarismo como religión.—Capítulo XXXI. Una ven
ganza. El agrarismo como una consecuencia de la victoria política de
los radicales.—Capítulo XXXII. Aspecto internacional de la cuestión.—
Capítulo XXXIII. Aspecto radical del problema.-—Capítulo XXXIV. El
Agrarismo contraría la Ley de la selección natural.—Capítulo XXXV.
Ventajas del agrarismo.—Sexta parte. El verdadero remedio.—Capítulo
XXXVI. Lo que se debe evitar.—Capítulo XXXVII. Tesis general.—
Capítulo XXXVIII. Medidas constructivas referentes a la agricultura.-—■
Capítulo XXXIX. Medidas de orden general.—-Capítulo XL. Conclusión.
—Solicitud al Congreso de la Unión. Post Scriptum. Diagrama de la pro
ducción del maíz (anexo), datos oficiales, referentes a ejidos en el Es
tado de Tamaulipas (anexo). Artículo 27 de la Constitución Política de
los Estados Unidos Mexicanos, vigente.—Alcance y motivos de la política
agraria.—Conferencia sustentada por el señor ingeniero Luis L. León.
PUBLICACIONES DE 1932
Alegatos, que la parte civil presenta para ser leídos en la audiencia
respectiva, en el proceso que por abuso de confianza se instruyó en con
tra de Carlos Loyo y Vicente Castro Zaleta, ante el Juzgado Segundo
de Primera Instancia del Ramo Penal. Por querella presentada por el
Gremio Unido de Alijadores, S. C. de R. L. Tampico, Tamps., México.
1932.
Carlos Anduaga.—“La Responsabilidad Patronal y el Riesgo Profe
sional”.—Tesis. Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad
de Derecho y Ciencias Sociales.—México, D. F. 1932.
118
�Efraín Osorio y Aranda.—“Ahorro obligatorio de la Participación en
las Utilidades”. Tesis. “Acuña-Gutiérrez”.—México, D. F. 1932.
C.R.O.M.—Memoria de los trabajos llevados a cabo por el Comité
Central de la C.R.O.M., durante el ejercicio del 8 de diciembre de 1928
al 25 de septiembre de 1932.-—Orizaba, Ver.
Raúl Carranca y Trujillo.—“Las Ordenanzas de Gremios de Nueva
España”. Sobretiro de la Revista CRISOL.—México, D. F. 1932.
La Encerrona del Viernes de Dolores o el laudo de las 24 horas.—La
Junta Federal de Conciliación y Arbitraje sacrifica el salario de 4,000
trabajadores a la voracidad de una empresa extranjera.—México, D. F.
1932.
Estatutos de la Unión Fraternal de Domésticos del D. F.—México,
D. F. Impresión donada en abril de 1932 por el Departamento Central,
siendo Jefe de dicho Departamento, el C. Vicente Estrada Cajigal.
Folleto Rojo de la Alianza de Obreros y Empleados de la Compañía
de Tranvías de México, S. A., con las declaraciones sensacionales del se
ñor licenciado don Margarito C. Ríos, que revelan cómo se dictó el fa
moso laudo de las 24 horas y otras dos cartas sobre el mismo asunto. 1932.
Antonio Garza Sansores.—Cláusulas de exclusión. Alegatos presen
tados ante la H. Suprema Corte de Justicia de la Nación. Alianza de Fe
rrocarriles Mexicanos. México, D. F., noviembre de 1932.
José González Santos.—El salario y sus principales sistemas. Tesis.
Universidad Nacional Autónoma.—México, junio 1932.
Antonio Méndez Fernández.—“La Huelga”. Tesis. (Universidad Na
cional Autónoma). Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.—Año 1932.
Gabriel Moreno Lozano.—-“La Ley Federal del Trabajo en su aspec
to Constitucional”. Tesis. (Universidad Nacional Autónoma. Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales). México, 1932.
Leopoldo Ortega.—“La Voluntad de los Contratos de Trabajo y Fa
cultad que en ellos se concede a la mujer casada”. Tesis.—México, D. F.
1932.
Tito Ortega Sánchez.—“Interpretación del Artículo 123, relacionada
con el Loek Out, el Paro y la Suspensión del Trabajo”. Tesis. (Univer
sidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales).—México, D. F. 1932.
119
�Carlos E. Prado de la Piedra.—“Régimen de Protección a la Mujer
Obrera. Seguro de Maternidad”. (Universidad Nacional de México. Fa
cultad de Derecho y Ciencias Sociales). Junio de 1932.
Abelardo L. Rodríguez.—Salario mínimo de cuatro pesos. Por el
General de División Abelardo L. Rodríguez, Secretario de Industria,
Comercio y Trabajo. México, D. F. 1932.
Diódoro Siller.—“Monografía sobre el Salario Mínimo”. Tesis. (Es
cuela Libre de Derecho). México, D. F. 1932. Contenido: I. Historia del
salario mínimo.—II. Diversas escuelas.—III. Desarrollo del salario mí
nimo.—IV. El salario mínimo en México.—Conclusiones.
Julio Torres Rincón.—“El Control Obrero en las Empresas y nues
tra Legislación Industrial”. Tesis. (Universidad Nacional Autónoma. Fa
cultad de Derecho y Ciencias Sociales). México. 1932.
Versión taquigráfica, de la Discusión del Amparo de los Tranviaros
en la Suprema Corte.
Siegfried Aákkinasy.—Conferencias. Del Mundo Gótico hacia el
Socialismo. Con 200 proyecciones de obras de arte gótico, del Renaci
miento y modernas.—México, I). F. 1932.
Julio Cuadros Caldas. Ex Procurador de Pueblos en Morelos, Gue
rrero y Puebla. Catecismo Agrario. Recopilación completa de Leyes, Re
glamentos, Circulares, Instrucciones, Jurisprudencia, Tramitación, Ma
chotes, Contabilidad, etc., en materia agraria, e índice alfabético del
Léxico agrario. Con autorización de la Comisión Nacional Agraria. 6»
edición.—-Puebla. 1932.
Ingeniero M. C. Rolland.—“¿ Comunismo o Liberalismo ?” Dedicado con
todo cariño a la “Unión de Veteranos de la Revolución”, en cuyo pro
grama alientan los fundamentales principios que aquí se analizan. Fra
caso del Laborismo y del Agrarismo para resolver el bienestar público.
Comunismo. Sistema económico. Bienes del Clero. Reorganización Mu
nicipal. Quien desee copias gratuitas de este folleto, sírvase dirigirse al
autor acompañando porte postal.
Federico Bach.—“Los Seguros Sociales en el Extranjero”. Estudio
mimero 4. Serie A. (Ferrocarriles Nacionales de México. Oficina de Es
tudios Económicos). México, D. F., junio 20 de 1932.
J. Jesús Castoreña. Manual de Derecho Obrero.—México, D. F. 1932.
120
�TESIS PUBLICADAS EN 1932
Rafael Herrera Altamirano.—“La licitud del derecho de huelga”. Mé
xico.—Mecanograma— 1932.
Gamaliel Ochoa Becerra.—“La República del trabajo”. Méx. Mee.
1932.
Benito García Contreras.—El salario de México. Sus aspectos polí
tico-económicos y jurídicos. México,—- s.e. 1932.
Manuel Betancourt Lerna.—El Derecho Sindical. Los sindicatos de
ben intervenir en la política con excepción de la política electoral, por
ser el voto un derecho del individuo, conforme a la Constitución. Mé
xico.—Mecanograma—. 1932.
Franco Ch. Medina.—“La máquina, el obrero y el Estado. México”.—Mecanograma—-. 1932.
Jesús Morones Soto.—“La suspensión de los contratos de trabajo”.
México.—Mecanograma—. 1932.
Porfirio Ch. Téllez.—“El seguro social como institución jurídica”. Mé
xico.—Mimeógrafo. 1932.
Norfcerto Luna de Valdés.—“Naturaleza jurídica del contrato indivi
dual de trabajo.” México.—Acuña Gutiérrez. 1932.
Adolfo Padilla Zamora.—“Nacimiento y muerte del Estado burgués” .
México.—Mecanograma—. 1932.
�LAS C E L U L A S
AUTOS IN T E T IC A S DEL DR. CRILE
Por Alfonso L. HERRERA
PRIORIDAD PARA MEXICO
La prensa periódica publicó en todo el mundo la sorprendente noti
cia de que el doctor J. W. Crile, de la Fundación Clínica de Cleveland,
Ohio, Estados Unidos, había logrado, por la primera vez en la historia
de la ciencia, la preparación de células artificiales autosintéticas, las
primeras que transforman la energía, como las células vivientes, uniendo
ciertas grasas olipoides extraídas de cerebros de animales con el éter, pro
teínas del mismo origen y sales diversas. 1
Numerosas personas de México y del extranjero me preguntaron si
esta afirmación era verídica. Estudiando los trabajos del doctor Crile,
encontré que cita los míos en general, sin detalles y sin decir franca
mente que dichas células habían sido preparadas por mí hacía unos 34
años, como puede verse en varias obras y publicaciones. 12
Los trabajos actuales del doctor Crile fueron iniciados por los pri
meros micrógrafos, cuando menos a partir de Robin, Drummond y Virchow, quienes observaron las transformaciones amiboideas, formas de cé
lulas y tubos nerviosos, etc., en ciertas grasas extraídas de la sangre.
En general se da el nombre de mielina a la materia cerebral extraí
da por medio del alcohol. Existe en la yema del huevo, el cristalino, y
en general los tejidos animales, tanto en los seres superiores como en los
inferiores, por ejemplo, en el caracol de los jardines. Lo extraño del
caso es que el doctor Crile no conocía estos antecedentes y no se dió cuen
ta de que sus células eran sencillamente cristales líquidos debidos a la
combinación del ácido oleico del cerebro y los álcalis procedentes de las
cenizas del mismo, o contenidos en la solución artificial, que tiene 0.44
de carbonato de sodio. Las microfotografías muestran, en efecto, los
1 George Crile, María Telkes y Amy i \ Rowland. Autosyntlietie cells. “Protoplasma”. Leipzig, 1932. Vol. XV,
3, págs. 337 a 360; figs.
2 A. L. Herrera. Keetifications liistoriques á propos des eellules autosynthétiques de Mr. le Dr. G. W. Crile. “Protoplasma”, Leipzig, 1932. T. XV, N ? 3, págs.
1-364.
122
�tubos y otras estructuras características de los oleatos, tan bien estu
diados por Lehmann y otros autores.
Equivocada así por el doctor Crile la composición química de las
células, todo lo que a ellas se atribuye, como absorción de oxígeno, pro
ducción de bióxido de carbono, metabolismo, etc., me parece muy dudoso
y necesitaría una completa revisión.
En el artículo que publiqué, ya citado, de “Protoplasma”, declaro
que, desde 1899, hice numerosos experimentos uniendo las proteínas, gra
sas y otros componentes de los hongos llamados Fuligo o Aethalium, las
grasas o mielina del huevo o del cerebro de carnero y sus componentes
extraídos con el alcohol o el éter, proteínas, etc., obteniendo formas
orgánicas, amibas, movimientos, deformaciones y otra multitud de hechos
biológicos notables.
Cito la bibliografía completa de mi estudio y de los trabajos que
publiqué en México y en el extranjero.
Nada es más sencillo que producir estos resultados, aun sin proteí
nas. Para esto se deposita una gota de ácido oleico entre porta y cubre
objeto y después se insinúa entre ambos otra gota de álcali, producién
dose multitud de filamentos, tubos, torzales que se mueven en el agua
del álcali y afectan interesantes aspectos de seres vivientes microscó
picos, hasta parecer células en división y flagelados, con un apéndice o
látigo que se mueve febrilmente.
Corresponde, pues, a México, la prioridad en la preparación de cé
lulas artificiales, que el doctor Crile llama autosintéticas, y que tienen
por base el oleato alcalino más o menos combinado a otras materias pro
teicas, sales, etc.
Desgraciadamente, estas formas acaban por disolverse, en tanto que
las preparadas conforme a la teoría de la vida por fotosíntesis, son ab
solutamente insolubles y presentan evoluciones y caracteres que las
aproximan a muy poca distancia de las células naturales, como puede
verse en mis últimos trabajos publicados. 3
Una vez más se comprueba que los progresos científicos y descubri
mientos que nos comunica la prensa política o la agencia eablegráfica,
deben recibirse con prudencia y cautela, ya porque se trata de entusias
3
A. L. Herrera. Una nueva ciencia del origen de la vida. La Plasmogenia,
Cuadernos de Cultura, Editor: Marín Civera, Valencia, 1932, págs. 1-45, figs.
123
�mos que luego destruye la crítica, ya sea porque son investigaciones co
nocidas y que aparecen indebidamente como nuevas.
Las producciones mexicanas, que se hacen con tanto sacrificio gene
ralmente, sin ayuda de nadie, y luchando con las intemperancias y cen
suras de los falsos sabios, en muchas ocasiones son copiadas o plagiadas
por extranjeros mal documentados, y debemos, por razones de patrio
tismo, protestar siempre y dar a cada uno lo suyo.
�B
I B
L
I O
G
R
A
F
I A
PAGINAS INTIMAS. LA VIDA DE UN ANTI
GUO MAESTRO. Ignacio G. Vizcarra. Imprenta
Linomex, S. A., México. 1933.
La vida de Gabino Vizcarra—maestro que naciera en Guadalajara
pero que vivió mucho tiempo y que murió y se hizo amar en Colima—,
se desliza en estas narraciones filiales, trabajadas con sencillez y ver
dad. El hijo se honra reproduciendo la andanza activa y fecunda del pa
dre, que fué un educador ejemplar en los años obscuros, y todavía no
muy bien estudiados, de las guerras de Reforma y del Imperio. El maes
tro Vizcarra, liberal sin tacha en el magisterio y en la lucha, actúa y su
fre en estos relatos desenvueltos sin recargo de preparativos y sin va
nidad; pero con orgullo.
Independientemente de la significación de este aporte, que ha de
servir modestamente el día que se emprenda la historia formal de la en
señanza en México, debe de consignarse otra observación: la que se re
fiere a la necesidad de las colaboraciones históricas de esta índole, a
las que, provisionalmente, daremos el nombre de familiares; y que por
su contenido de emoción y de sinceridad, pueden ofrecer, en un momen
to dado, puntos de referencia inapreciables para el esclarecimiento de
hechos que afecten la historia general del país. Pechas, nombres, moda
lidades y detalles, podrían bucearse en libros como este que comenta
mos. Y que, además, están en obligación de escribir quienes conocen, de
sus antepasados, un dato vibrante, un gesto de dignidad, un aconteci
miento interesante; o bien una nota de trascendencia nacional desfigu
rada por la pasión política. ¡ Cuántas veces un historiador acucioso ha
podido resolver una duda sólo con ahondar un hecho aparentemente in
significante, que yacía en el renglón de un libro humilde. Por esta últi
ma circunstancia y por otros méritos, aplaudimos la biografía que el
señor Vizcarra ha escrito del que, habiéndole traído a la existencia,
fué también un maestro de vocación y un buen ciudadano.
125
�JUAN SIN PAN. P. Vaillant-Cuturier. Traduc
ción de L. Volosky e I. Gormann. Grabados en linóleum de Pedro Olmos. Editorial Documentos.
Santiago de Chile. 1933.
Un conmovedor cuento bellamente ilustrado y que, sin duda, no
será puesto por los capitalistas en manos de sus hijos: Juan Sin Pan, el
niñito proletario que despierta en estas páginas a la realidad odiosa, es
susceptible de multiplicarse y de enderezar desnudas preguntas a los
padres de vientre redondeado por la miseria de los oprimidos. Pero, en
los hogares de los explotados, este cuento, muestra de buena literatura
proletaria, dejará gérmenes benéficos. Más que artículos abstrusos que,
en muchas ocasiones, sirven sólo para desorientar a los mismos que los
elaboran—sobre todo cuando son éstos los que más quieren desorientar
a los lectores—, los cuentos nuevos, dirigidos a la infancia, deben ser
leídos por la clase trabajadora.
Ya sabemos que es un lugar común hablar de la eficaz significación
que el cuento y la fábula han representado en el desenvolvimiento de las
ideas a lo largo de la historia humana; pero no sobra repetir que las
mismas armas de la literatura medieval y burguesa han de servir, con
venientemente aplicadas, en la lucha social que informa esta época.
Los obreros intelectuales del mundo están obligados a producir el
Perrault y el Lafontaine de los parias, si es que no quieren ser arrolla
dos por la vida. Que no tem an: la Belleza está en todas partes. El cuen
to de Juan Sin Pan es buena prueba.
NOVELISTAS ESPAÑOLES MODERNOS. Jo
sé A BALSEIRO. Macmillan Company. Nueva York.
1933.
Enjundiosos estudios críticos acerca de la personalidad literaria de
Juan Valera, José María Pereda, Pedro Antonio de Alarcón, Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, el Padre Coloma, Picón, “Clarín” y Palacio
Valdés. Cuatrocientas sesenta y tantas páginas nutridas de información,
certeros juicios, doctrina literaria e interesantes anécdotas de los grandes
escritores citados; reforzadas, las páginas, con notas y opiniones extran
jeras sobre estos nueve proceres de la novela española en el último si
glo. Añaden interés a esta obra, muy bien empastada y cuidadosamente
impresa, apuntes biográficos y material iconográfico de primer orden.
126
�Todo ponderado; útil para el maestro de literatura, y atrayente y suges
tivo para los amantes de las letras.
CAUTIVO DURANTE SEIS AÑOS EN SIBERIA. Federico Wagner. Traducción del alemán por
el licenciado José Calero. Imprenta R. Pertack. Re
gina 81. México. 1933.
Después de Barbusse, de Remarque, y de otros que hicieron y escri
bieron la guerra, resulta muy difícil añadir novedad al tema. A pesar de
esta observación estrictamente literaria, este libro—hecho por un cabo
del antiguo ejército austrohúngaro, el señor Federico Wagner, y tradu
cido y prologado por el señor licenciado Calero—, logra cumplidamente
su propósito: demostrar con sencillez la rudeza del estéril sacrificio uni
versal que, en última síntesis fué la gran guerra, y, aunque en la obra
se pueden rastrear nacionalismos, inexplicables entre los escritores de
este tipo, que deben odiar las fronteras; el vasto y patético estremeci
miento que va desde la primera hasta la última página, atraviesa el áni
mo con turbadora eficacia “La muerte cautelosa, o abrasante, o ambigua”,
que dijo el poeta, es la señora de estas narraciones vividas, las que se
completan con datos interesantísimos que descorren buena parte del
velo que cubre los acontecimientos iniciadores del régimen comunista
ruso, cuando menos por lo que a Siberia se refiere.
Pero este libro es benéfico, no sólo por lo que se apunta, sino por
que todo lo que se escriba con el propósito de revelar lo que es la gue
rra entre los hombres de hoy, contribuye a combatir un sistema tan
odioso como el que actualmente domina al mundo.
~
LOS DESTINOS DEL TROPICO. Segunda Edi
ción. Luis Enrique Osorio. Biblioteca de la Alianza
Unionista. Directores: Alfonso y José Rumazo González. Volumen II. Editorial “Bolívar”. Quito, Ecua
dor. 1933.
Pocas veces hemos leído con más atención, con más cuidado, con
más espíritu crítico y, por lo mismo, con más entusiasmo, un libro hispa
noamericano. Es que Los Destinos del Trópico, es una obra, (¡claro que
tropical!) pero que reduce a su expresión exacta el fatigado lugar común
de las excedencias imaginativas, que hasta hoy parecían propiedad ina127
�lienable de los que vivimos en la zona media del planeta. Cultura, mé
todo, eficaz aptitud analítica, talento y esplritualismo razonador y fuerte,
se armonizan en Luis Enrique Osorio. Dueño de un estilo llano, de un
¿entido del equilibrio histórico, (no aristotélico) y de una imaginación
ponderada, tropical y fría—valga la paradoja—, este aventajadísimo
ensayista nos da en su libro un apuntamiento admirable de la futura
raza de América. Baste decir que el calor de su espíritu, que se difunde
en trescientas páginas de prosa terminante, vale tanto como el de un
poema estructurado por la síntesis más pura.
Pero es preciso explicar, pese a las proporciones acordadas para es
tas notículas, que la obra es un debate bien conducido: es la lucha del
borealismo y del tropicalismo, resuelta en favor de este último. Sólo que
ahondada como pocas veces se ha hecho. Tragedia conferida a la letra,
con apoyo, de parte del filósofo, en los recursos de la ciencia histórica
y en los procedimientos de la buena literatura. Conviene decir, también,
que muchas de sus conclusiones están lejos de convencernos. Es que vi
sión tan vasta no es sólo para un cerebro. Pero, por esto mismo, resulta
imponente.
Como en Hispanoamérica no se escribe con la intensidad que nues
tros problemas exigen—aludimos a ensayos y a ensayistas, ya que las
obras orgánicas o que traten a fondo materias determinadas no son co
munes en nuestras latitudes—, este libro de Osorio es digno de admira
ción. Pertenece a una de las dos clasificaciones a que nos referimos, e
invita a pensar en productos mentales definitivos y en esfuerzos de se
cular disciplina. La mayoría de los escritores del Continente se da a re
flejar en artículos periodísticos o en trabajos de escasa envergadura,
no pocas contingencias y actitudes clel pensamiento extranjero. Con es
tos materiales, los mejor dotados procuran hacer luz sobre las cuestiones
que atañen a sus respectivos ambientes. Este arbitrio sirve a veces; pero
no con la frecuencia que es necesaria. De ahí que muchos ensayos reve
len erudición, y contadísimos verdadera convivencia con el medio. Entre
unos y otros preferimos, sin timidez, los que, debatiéndose dentro dei
propio enigma, cooperan en el desenlace del obscuro y terrible drama
de las razas.
Tal cosa ha intentado, briosamente, el escritor que comentamos.
L. R.
�/
7
"AMEBIO A”
Revista de Cultura Hispánica
Directores: Alfredo Martínez, Au
gusto Arias y Antonio Montalvo
Suscripción por seis números,
Dls. 1.00
Casilla, 75
Quito, Ecuador
“REVISTA BIMESTRE CUBANA”
Publicación Enciclopédica
Director: Femando Ortiz
Apartado 214
La Habana, Cuba
“ OR I O ”
“REVISTA DE DERECHO
SOCIAL”
Directores: Faustino E. Jorge y José
Figuerola
Peña, 2292
Buenos Aires, Argentina
Mensuario de Difusión Cultural
Director: C. García Villuedas
Apartado 154
Manzanillo, Cuba
“CUADERNOS DE CULTURA”
“NOSOTROS”
Revista Mensual de Letras, Arte,
Historia, Filosofía y Ciencias
Sociales
Directores: Alfredo A. Bianchi
y Roberto F. Giusti
Lavalle, 1433
Buenos Aires,
Argentina
“CLARIDAD”
Revista de Arte, Critica y Letras
Tribuna del Pensamiento
Apartado 736
Buenos Aires, Argentina
“EL AUTO ARGENTINO”
Revista Técnico-Literaria
y de Ilustración Gremial
y Deportiva
Azcuenaga, 718
Buenos Aires,
Argentina
“N E R V I O ”
Crítica, Arte, Letras
Revista Mensual
Subscripción anual, Dls. 1.00
Vera, 572 Buenos Aires, Argentina
Publicación Quincenal
Director: Marín Civera
Luis Morote, 44
Valencia, España
“REVISTA INTERNACIONAL
DEL TRABAJO”
Edición Hispánica de Doctrina
y Legislación Internacional
del Trabajo
Apartado 3032
Madrid, España
“ I N D I C E ”
Mensuario de Cultura
Apartado 22
San Juan, Puerto Rico
“ O R T O ”
Revista de Documentación Social
Director, Marín Civera
Suscripción anual en España y Amé
rica, 12 pesetas
Calle de Luis Morote, 44
Valencia, España
“LA REVISTA AMERICANA
DE BUENOS AIRES”
“REPERTORIO AMERICANO”
Semanario de Cultura Hispánica
Director: J. García Mongo
Apartado 533
San José, Costa Rica
Mensuario de Política, Arte, Lite
ratura, etc.
Director: V. Lillo Catalán
Dirección: Av. R. Sáenz Peña, 530
Buenos Aires, Argentina
IMPRENTA MUNDIAL . MIRA VALLE, 13 . MEXICO
�E D I T O R I A L D . O . I..
BOBQUEZ, DJED:
Sonot.—Artículos revolucionarios ............... ........................... . .. 9
Obregón.—Apuntes biográficos ............................ .......................
Basando por París.—Viajes .........................................................
El Mundo es Igual.—Viajes ........................ ..............................
"Lázaro Cárdenas”.—Líneas Biográficas ........... . .....................
HAKO 7 T., AGUSTIN:
Aurea Chínche.........................
Comentando el Momento .............................................................. .
15 cuentos juveniles .....................................................................
Otm EBBEZ CHUZ, CAELOS:
Sangre Soja.—Versos libertarios
................... ........................
LOPEZ VELABDE, BAMON:
El Son del Corazón.—Poemas .................................................... .
MARTI, JOSE:
Xa Clara Voz de México.—En papel g r á f ix ..............................
La Clara Vos de México.—En papel biblios marfil
.............
MABTINEZ BE AGUILAS, ASISTE O:
Haz.—Poemas
................................................. .............
MABTINEZ BENDON, MIGUEL X).:
Carmina Aurea.—Versos ..............................................................
HAMOS, LEOPOLDO:
Urbe, Campifia y Mar.—P oem as..................................................
80LXS, JOSÉ M.:
Parábolas.—Versos .......................................................
SOTO. JESUS S.:
Aspectos de la Nueva Ideología Mexicana ...............................
TBENS, MANUEL B.:
Los Didios Lacandones: Su vida y su h isto ria ..........................
Reseña Histérico-Geográfica del Estado de Chiapas ...............
Apuntes para la Historia de la Estadística en México ..........
TREVIÑO GONZALEZ, EMETERIO:
La Emoción Transitoria.—Poemas líricos ..........................
1-50
0.50
1.50
2.00
0.30
0.25
0.50
0.75
0.50
2.00
1.75
3.50
1.00
2.00
1.00
2.00
0.60
0.25
0.25
0.25
1.00
EDICIONES EXTRAORDINARIAS DE CRISOL
BOBQUEZ, DJED:
Rasgos biográficos de Alvaro Obregón.—Para los n id o s ..........
Los Hombres de la Revolución.—Conferencia ............................
La Inmigración Española en M éxico...........................................
LEON, LUIS L.:
La Crisis Económica y Nuestro Sistema Monetario ...............
DEL B. 0 . 1.:
Homenaje a Ramón López Velarde.—Juicios do varios autores.
Para pedidos a la Administración de CRISOL.
Apartado Postal 1979.
México, D. P.
0.20
0.20
0.50
0.20
0.25
�
Dublin Core
The Dublin Core metadata element set is common to all Omeka records, including items, files, and collections. For more information see, http://dublincore.org/documents/dces/.
Title
A name given to the resource
Crisol : revista de crítica
Publisher
An entity responsible for making the resource available
Bloque de Obreros Intelectuales
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
[192?]-
Rights
Information about rights held in and over the resource
Derecho público
Language
A language of the resource
Español
Subject
The topic of the resource
Crítica
Description
An account of the resource
Ejemplares 62 y 67 de la revista Crisol, publicados en 1934.
Dublin Core
The Dublin Core metadata element set is common to all Omeka records, including items, files, and collections. For more information see, http://dublincore.org/documents/dces/.
Title
A name given to the resource
Crisol : revista de crítica
Description
An account of the resource
No. 62 (feb. 1934)
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
México, D. F., febrero 1934
Language
A language of the resource
Español
Publisher
An entity responsible for making the resource available
Bloque de Obreros Intelectuales
Rights
Information about rights held in and over the resource
Derecho público
Creator
An entity primarily responsible for making the resource
Soto, Francisco
Rubalcaba, Gilberto
Ramos, Leopoldo
Zertuche Jr., Albino
Uribe Romo, Emilio
Fernández, Ramón
Carranca y Trujillo, Camilo
Gil Pihaloup, Antonio
Abreu Gómez, Ermilo
Martínez Rendon, Miguel D.
Herrera, Alfonso L.